Caída libre. Las desafortunadas declaraciones del presidente de la vecina orilla, que estigmatizan a la educación pública al catalogarla no como una elección sino como un mero lugar en donde los más desfavorecidos “caen”, hacen necesario reflexionar sobre el fenómeno de la segregación educativa.

Si bien la dimensión público-privado no es la única fuente de segregación, el análisis de cómo ha evolucionado el acceso a ambas modalidades de enseñanza resulta quizá el más difundido y debatido en el último tiempo. Probablemente eso se deba a que es una tendencia creciente de las escuelas y liceos en Uruguay, donde los hogares realizan cada vez más esfuerzos económicos para poder enviar a sus hijos a instituciones privadas, lo que se traduce en una participación también creciente del sector privado en la matrícula educativa.

Según datos del Departamento de Estadística Educativa del Consejo de Educación Inicial y Primaria, en 2005 23% del total de niños matriculados de Montevideo asistía a educación privada, mientras que para 2015 dicho porcentaje aumentó a 30%. La segregación escolar es uno de los principales canales a partir de los cuales se manifiesta el deterioro del tejido social. Este fenómeno puede ser visto como parte del proceso por el cual las clases medias se alejan de los servicios públicos en busca de estatus y distinción social (Kaztman, 2013, en Rossetti, 2014)(1).

En este marco, la segregación educativa puede traer aparejados importantes efectos en materia de cohesión social. Cuando los sistemas educativos se encuentran segregados, la posibilidad de interacción social entre desiguales se ve disminuida, eliminando por tanto su rol como ámbito de integración social, donde los estudiantes tienen la posibilidad de socializar con individuos de distinta condición económica, social y cultural. Esto debilita el rol cohesionador que históricamente se les ha atribuido a los sistemas educativos, no sólo como espacios transmisores de conocimientos sino también como espacios de encuentro entre desiguales, de construcción de valores e identidad.

Los cálculos de los indicadores más utilizados en la literatura de segregación educativa para Uruguay muestran que la segregación ha aumentado considerablemente desde 2003 en adelante. A modo de ejemplo, el índice llamado “de disimilitud” indica la proporción de estudiantes pobres de la escuela pública que debería cambiarse a la escuela privada si se desea tener escuelas públicas y privadas homogéneas en su composición de pobres y no pobres. El valor del índice de disimilitud para las escuelas montevideanas en 2003 era de 29%, mientras que para 2015 dicho valor se incrementó a 43%.

Esto nos indica que un poco menos de la mitad de la población pobre que asiste a escuelas públicas debería cambiarse a la escuela privada si lo que se desea es lograr completa homogeneidad. Lo anterior muestra que el sistema educativo en Uruguay está cada vez más segregado, explicado quizá por el hecho de que los hogares han desplazado parte de su confianza en la educación pública a la educación privada. En este escenario, corresponde preguntarse si efectivamente hay diferencias entre ambos sistemas educativos que justifiquen las aparentes preferencias por las instituciones pagas.

Los resultados de las pruebas PISA para Uruguay desde 2003 hasta la actualidad ponen en evidencia importantes diferencias en materia de rendimiento y resultados según el tipo de administración del centro educativo. En base a esto, se puede entender que aquellos hogares que busquen garantizar mejores desempeños académicos de sus hijos opten por las instituciones con mejores resultados educativos, es decir, la mayoría de los colegios privados. Este acceso desigual en función del nivel de ingresos trunca aun más la igualdad de oportunidades de los niños y adolescentes más pobres y condiciona sus posibilidades de desarrollo futuro.

Una vez que sabemos que existen brechas académicas entre lo público y lo privado, sería bueno preguntarse a qué se deben esas diferencias. Quizá es la propia decisión de los hogares de enviar a sus hijos a la educación privada la que permite (y refuerza) que los centros privados tengan mejores resultados. Quizá es la segregación la que genera esa distancia de resultados y provoca aun más segregación.

El Informe PISA 2015 nos muestra que algo de eso puede estar pasando.(2) Dicho reporte indica que al menos una parte importante de las diferencias de resultados entre público-privado es en realidad reflejo de distintas composiciones socioeconómicas entre sus estudiantes, y no necesariamente señal de desempeños pedagógicos desiguales entre ambos tipos de enseñanza. En términos un poco más sofisticados, se plantea que una vez incorporados diversos controles, no se encuentran diferencias estadísticamente significativas en los logros educativos de los estudiantes según modalidad pública o privada. Más aun, el informe enfatiza el hecho de que dicho resultado es alcanzado por todas las evaluaciones de aprendizaje estandarizadas que se realizaron en Uruguay desde mediados de la década de 1990, tanto para educación primaria como para educación secundaria. Por tanto, si las condiciones socioeconómicas de quienes asisten a la educación pública y privada fueran similares, las diferencias que se observan actualmente entre los resultados públicos y privados prácticamente desaparecerían.

El desafío pasa entonces por volver a lograr que los niños no “caigan” en la escuela pública, sino que sea una elección de los hogares transitar ese camino. El camino de la educación pública como la base fundamental de cualquier democracia, que garantice un acceso universal a ella, es, quizá, el principal mecanismo para romper con la reproducción intergeneracional de la pobreza.

Lucía Ramírez

(1). Rossetti, M. (2014). “La segregación escolar como un elemento clave en la reproducción de la desigualdad”. Serie Políticas Sociales, vol 199. Santiago, CEPAL.

(2). ANEP (2016). Uruguay en PISA 2015. Primer informe de resultados. Montevideo: División de Investigación, Evaluación y Estadística.