Julio Marenales dijo que están queriendo “achicharrar” a José Mujica. El diputado Sebastián Sabini se preguntó cuántas mentiras más tendrán que soportar hasta las elecciones. El Movimiento de Participación Popular (MPP), que orgánicamente no va a decir nada, en tono irónico respondió con tuits. “Pepe y Lucía se compraron una estancia en Lavalleja. Robamos bancos en los 90. Defendemos las jubilaciones de los militares...”.
María Urruzola, la periodista que escribió Eleuterio Fernández Huidobro: sin remordimientos... (Planeta, 2017), está sentada en el bar con cara de circunstancia. Es que lo que más se conoció en estos días es una parte del libro, la que habla de una banda armada que hacía finanzas desde la clandestinidad, para alimentar alguna parte de la organización conocida como Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T). Pero varios militares fueron procesados por ese mismo caso y nadie dijo nada.
El libro recién salió el jueves. “Se armó una polémica que va creciendo y hasta este momento. En El Espectador eligieron titular con algo que les pareció... me parece que escandaloso, llamativo tal vez, no sé qué. No habla tan bien de nosotros como sociedad una polémica con base en algo que nadie leyó. Tenemos demasiados silencios acumulados de historias que por diferentes razones muchos no quieren que se sepan”, se lamenta la autora.
El ensayo periodístico bucea en la vida pública y semipública de un testigo privilegiado de la política uruguaya en los últimos 50 años. Se vale de una investigación periodística original y de otras ya publicadas que hacen al cuerpo de una de las tesis principales del libro: Eleuterio Fernández Huidobro (EFH) siempre fue coherente consigo mismo. Primero fue el revolucionario que contagió desde Bella Unión hasta Montevideo la necesidad de armar al pueblo, de ser vanguardia político-militar, después fue combatiente, luego rehén de la dictadura y al final un militar irregular, un ministro acuartelado en el Ministerio de Defensa Nacional con sus cajas de Nevada desparramadas por el amplio escritorio que hizo montar en la primera sala del primer piso de la sede de la secretaría de Estado. Se movía en silla de ruedas, auxiliado por dos respiradores y contra el peso de la historia, mucha historia. Cuando Fernández Huidobro murió, una parte relevante de la historia política del país también fue sepultada. Urruzola fue tras el silencio, tras los pasos del combatiente obsesionado por conquistar la confianza de sus pares, los revolucionarios, y luego la de los militares.
Al principio del Ñato
EFH quiso vestir el uniforme de la Armada al terminar el liceo. Hizo lo posible para disimular su daltonismo ante los marinos, pero perdió la prueba. Su padre había sido aviador, más que del Ejército franquista, de la leva que lo llevó a Marruecos. A los 19 años, el Ñato se afilió al Movimiento Revolucionario Oriental. En 1962, a los 21, lo expulsaron por “traidor”, por auspiciar la ocupación de tierras y fomentar la organización de los cañeros de la Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas. En la noche del 31 de julio de ese mismo año robó el auto de su padre para participar en el asalto al Tiro Suizo, para expropiar las armas que bostezaban y ellos prometían despertar a puro socialismo. Para lograr ese objetivo, pocos meses después, formaron el Coordinador, una agrupación protorrevolucionaria que perdió tres dirigentes en 1964 cuando la Policía los agarró robando un banco. La práctica era una vieja tradición, una línea anarquista. Y los tupamaros, desde Mujica hasta los estudiantes de secundaria, siempre coquetearon con los anarcos.
Todo por la causa
Otra tesis del libro es que a nadie debería llamarle la atención que este tupamaro de la primerísima línea, que escribió la historia oficial de la “exitosa” guerrilla -como él mismo la calificó-, terminara como ministro de Defensa.
Urruzola sí entiende que EFH colaboró con los militares. “La colaboración es por definición un trabajo en conjunto. Él quería desarrollar un trabajo en conjunto”, sostiene la autora. Pero perdió dos grandes batallas: la Guardia Republicana, a la que en los 90 calificó poco menos que de brazo armado local del imperio, hoy vestida de verde y dependiente del ministro del Interior, y la reestructura de las Fuerzas Armadas.
EFH fue un gran polemista. Sabía dónde poner el dedo y cómo hacer la llaga. Fue un agudo escritor, un punzante político y un constructor de la identidad nacional, pese a quien le pese. Tras el calabozo, su trinchera fue la prensa. Los cinco primeros artículos que publicó en el semanario Mate Amargo se titulaban “el militarismo”. Ingeniosa, muy original e informada visión -bien por dentro- de una institución acosada por los vicios del despotismo y el manoseo de un Partido Colorado otrora tan poderoso como temerario. Urruzola se remontó al leninismo, que en 1915 postulaba que una revolución sin militares estaba destinada al fracaso. EFH fue el revolucionario/combatiente dispuesto a hervir el boniato.
Cuando en 2009 José Mujica estaba a punto de ser presidente, la eventual aprobación del plebiscito contra la impunidad (que no se consiguió), la prisión del dictador Gregorio Álvarez y varios juicios por violaciones a los derechos humanos pusieron en alerta a unos cuantos militares. En blogs, aparecieron dos documentos que firmaba el OCOA, el Organismo Coordinador de las Operaciones Antisubversivas, el corazón del aparato represivo, el grupo de tareas sucias dictatorial. Uno fue la declaración, indudablemente bajo tortura, de EFH enumerando las características principales de sus compañeros de lucha; el otro fue de Mauricio Rosencof. Jorge Zabalza tildó aquello de “carne podrida”. “Los únicos que pueden filtrar los documentos militares son los militares. Los periodistas tenemos una práctica en el manejo de la legitimidad de las fuentes, sabemos que 99% de quienes filtran algo no lo hacen por amor a la patria, lo hacen por interés. Es evidente que lo hacen como amenaza, pero también es evidente que son auténticos”, explicó la autora.
Obstrucción corporativa
Siendo ministro, según Urruzola, logró obstruir la investigación de la caída del avión de Air Class en 2012, desoyendo los oficios de la jueza penal Mariana Mota, poco tiempo después trasladada a la esfera civil. La suspicacia de Urruzola lleva a pensar que el forzoso relevo de Mota no sólo se explica por su vocación como jueza defensora de los derechos humanos.
“El paladín de la lucha contra la burocracia, que escribió incluso un libro titulado Burocracia y socialismo (Ediciones de la Banda Oriental, 2008), se parapetó tras las respuestas administrativas cuando tuvo que dar explicaciones políticas como ministro de Defensa, tanto en los casos de violación a los derechos humanos como con respecto al accidente del avión de Air Class”, escribió al final del relato la periodista.
El borrador número cinco de los tupamaros, confiscado en 1971 por la Policía en el penal de Punta Carretas, fue entonces leído ante la prensa por el inspector Víctor Castiglioni. Más de 40 años después, EFH fue celador de su archivo -¿irregular? ¿personal?-, que incluía miles de documentos de inteligencia de Elmar Castiglioni y su séquito de soplones.
El destino de Fernández Huidobro “estaba ineluctablemente entrelazado con quienes habían sido primero sus verdugos, luego se habían vuelto sus amigos y terminarían siendo sus semejantes”, escribió la autora sobre las conversaciones entre tupamaros y militares durante la llamada tregua de 1972 del Batallón Florida, tal vez la piedra angular de esta relación.
Volviendo al escándalo
Un desconocido autor denunciaba en Mate Amargo las torturas a los presos por el asalto a una sucursal del Banco de Previsión Social en el Parque Posadas, en setiembre de 1998. También aportaba información sobre los aparatos de inteligencia y su accionar aquella mañana, cuando cayeron unos cuantos hombres que militaban en el MLN-T, así como sus berretines cargados de armas de todo tipo, pasamontañas, granadas de fragmentación y planos de edificios asaltados. El artículo también versaba sobre tráfico de armas y asaltos anteriores. Entre las armas incautadas por la Policía había unas cuantas que eran de militares, de las tres armas, que no habían sido denunciadas por sus dueños. Se habló de infiltración y sobrevoló el direte de que cayeron porque estaban volando demasiado alto.
Beto es el seudónimo que eligió Urruzola para esconder la identidad de un “anarco tupamaro” preso en el Penal de Libertad durante la dictadura por esa condición, y luego en las cárceles de la democracia tras el incidente del Parque Posadas. Si robó, no tiene nada, vive en la humildad.
“No me siento habilitada para juzgar moralmente a quienes individualmente se juegan el pellejo por una convicción; es lo que hizo Beto y lo que hicieron varios que me lo contaron. Lo que uno puede juzgar es la decisión política de una organización. Pero si una organización de la que formas parte te pide algo y lo haces, no te puedo juzgar”, opina la periodista.
Beto pudo contar la historia. Tony Palomeque apareció torturado y descuartizado: había escapado a la emboscada -la ratonera, habrían dicho en los 70- que la Policía había montado en las inmediaciones del Parque Posadas. Era un gambusa reclutado por los tupas en el Penal de Libertad. Según los testimonios que recogió la periodista, Palomeque (y la banda que integraba, que había cometido otros asaltos) tenía contactos con militares que le entregaban información sobre lugares para robar. La cosa se había desmadrado. Entonces el MLN-T, orgánicamente, no dijo nada. Como ahora.
¿Qué habría dicho EFH de todo esto? Probablemente, alguna descalificación lo más elevada posible. Pero eso es una conjetura. Lo que impera es el silencio, y una investigación periodística que se aproxima a algo de lo que pocos quieren hablar.