Hace menos de dos semanas que ingresó a Uruguay el primer kilo de semillas de soja no transgénicas remitido por la Academia de Ciencias Agrícolas de la República Popular China (CAAS). Es posible que los cinco paquetes, de unos 200 gramos, hoy no impresionen demasiado; sin embargo, se trata de un gran acontecimiento que, biotecnología desarrollada por científicos uruguayos del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA) mediante, puede terminar generando más ingresos para el país y hasta un descenso del uso del glifosato.

Si bien el INIA trabaja en el tema desde hace cuatro años, formalmente la colaboración científico-técnica entre Uruguay y China quedó sellada en un acuerdo firmado a fines de octubre de 2016. El objetivo del acuerdo es investigar qué posibilidades ofrece Uruguay para abastecer de soja a la población china, que cada vez demanda más proteínas.

¿Por qué soja no transgénica?

Nicolás Gutiérrez, técnico principal en Cooperación Internacional del INIA que viajó el 15 de mayo con los primeros paquetes de semillas de cinco variedades chinas de la CAAS, explica por qué se trata de variedades no transgénicas: “Es un poco un tema cultural. Así como en Europa, en China la soja transgénica que producimos en Uruguay se utiliza sólo para alimentación animal. La soja para consumo humano, por ahora, China la produce internamente”. Sin embargo, una de las economías pujantes del mundo enfrenta grandes desafíos para alimentar a una población que demanda más y mejor alimentación: “Las previsiones del propio Ministerio de Agricultura de China dicen que a futuro el consumo interno va a seguir aumentando y van a necesitar salir al mercado externo a comprar soja no transgénica. Entonces hay un gran interés por desarrollar proveedores de confianza que puedan producir variedades aceptables de soja para el consumidor chino”, explicó Gutiérrez.

Los chinos y chinas no comen soja transgénica. Sin embargo, en Uruguay, aunque en menor proporción que la variedad transgénica, se produce soja sin genes modificados. ¿Por qué no venderle esa soja a China? Porque, una vez más, el cliente tiene la razón. “Acá la soja tiene alrededor de 37% de proteína, o a veces incluso un poco menos, mientras que la soja que consumen en China supera el 40% de proteína. Entonces el interés de este intercambio científico-técnico es el de incorporar genética que tenga ese atributo de alto contenido de proteína para introducir en los programas de mejoramiento genético del INIA y lograr una soja que cumpla con las expectativas del consumidor chino”.

Si bien la soja china presenta más contenido proteico, nada asegura que esas semillas, al plantarse en Uruguay, obtengan los mismos resultados. Ahí es donde la investigación del INIA se vuelve relevante: “Es necesario validar esas variedades que llegaron desde China con las condiciones que hay en Uruguay. Si en nuestro país también logran ese alto contenido de proteína, y eso ya es un gran interrogante, luego habrá que hacer cruzamientos con plantas que tienen genética local, para introducir esta característica y elevar la proteína en los materiales”. En la estación La Estanzuela del INIA se trabaja desde hace años en el mejoramiento genético de la soja para que produzca más, ya sea transgénica o sin modificar, de acuerdo a las características de suelos y clima de Uruguay. De hecho, tres de las diez variedades de soja que mayor rendimiento obtuvieron en las cosechas de 2016 fueron desarrolladas en el INIA, incluida la que quedó en primer lugar. Para Gutiérrez, “probablemente las variedades chinas tengan buen contenido de proteína, pero es esperable que el rendimiento en Uruguay no sea muy alto, o sea igual al de las variedades locales, porque justamente hay un cambio en las condiciones del suelo y el clima respecto de las condiciones en las que se cultivan en China”.

Cuando se habla de transgénicos se hace referencia a organismos que han sido modificados mediante ingeniería genética (OMG). Sin embargo, todas las plantas cultivadas por el ser humano han sido modificadas de alguna manera mediante la selección artificial, que es el resultado del cruzamiento de aquellos individuos que presentan las características deseadas por el agricultor. En este caso no se introducen genes ajenos a las plantas. Eso es lo que se intentará hacer en el INIA: a las variedades locales de soja que han demostrado gran rendimiento en Uruguay se las cruzará con las variedades chinas que permiten un alto alto contenido de proteína. “Mediante un proceso de mejoramiento genético convencional y asistido por herramientas de marcadores moleculares, se tratará de introducir esa característica en la genética local. Es un proyecto de una fase inicial de tres años”, explicó.

Desafíos

La soja transgénica contiene un gen que le permite ser resistente al herbicida glifosato. Al eliminar la mayor parte de las malezas, los campos de soja transgénica mejoran su rendimiento mediante un proceso no demasiado complejo, que consiste en fumigar la plantación. El mismo rendimiento se puede obtener con la soja no transgénica mediante manejos alternativos que generalmente suelen ser un poco más costosos. Gutiérrez explicó: “Hoy el productor no los adopta por un tema de practicidad, y porque tal vez no es tan importante el diferencial de precio que se paga entre la soja transgénica y la que no lo es. Aquí el objetivo es trabajar sobre el componente tecnológico de una buena genética para obtener una soja no transgénica de alto rendimiento. Habrá que ajustar un poco la tecnología del manejo, pero son tecnologías que hoy ya están disponibles”. “Este proyecto tiene un componente de mejoramiento genético y otro componente de investigación económica, que apunta a clarificar cuál será el precio diferencial y cuál será el costo incremental entre producir una soja y otra”, aclaró. El comportamiento futuro de los productores es previsible: si la soja no transgénica producto de la genética local y la de alto contenido proteico china permiten obtener grandes rendimientos, con tecnologías de manejo a costos razonables, y además se paga mejor en el mercado chino, serán pocos los que optarán por las variedades transgénicas. “Eso es esperable, pero es parte de lo que queremos investigar”, dijo. De lograrse, sería una buena noticia no sólo para los productores y por las divisas que entran al país, sino también para quienes se alarman por el uso cada vez más extendido del glifosato.

De todas maneras, no todo es sencillo. Se ha constatado en Uruguay que eventos de maíz transgénico han contaminado las plantaciones de maíz no genéticamente modificado. Gutiérrez reconoce que en caso de que se abra el mercado de soja no transgénica para consumo humano en China “va a tener que haber controles estrictos, para que no haya deriva o contaminación entre la soja no transgénica y la transgénica. Cuando hablamos de esta soja no transgénica, el objetivo es poner a disposición de los productores una opción productiva y una opción tecnológica más; que el productor pueda ver si sigue con la que viene cultivando o si obtiene un mayor beneficio en producir esta otra soja para un mercado de mayor valor. Es una apuesta a largo plazo”.

¿De quién es la criatura?

“La práctica usual para el intercambio de variedades y material genético de semillas con otras instituciones es que se firma un acuerdo que establece las condiciones sobre la propiedad de ese material, dependiendo de qué proporción de la genética de esta variedad termina siendo utilizada en las nuevas variedades”, sostuvo el investigador. “Es lo corriente al utilizar genética de terceros”, agregó.

El INIA ya cuenta con material génetico de soja adaptada a las condiciones uruguayas. A eso se intentará agregarle los atributos relacionados con el contendido de proteínas de las variedades aportadas por la CAAS. “Luego de culminar el proceso de mejoramiento genético veremos, mediante análisis de secuenciación genética, qué proporción del material genético de las variedades que trajimos de China se mantiene en las nuevas variedades. En función de eso, se harán los acuerdos comerciales”, sostuvo. Lo bueno de todo esto es que, al tratarse de soja no transgénica, el productor puede conservar semillas para sembrar en la zafra siguiente, sin tener que pagar nada para utilizarlas, como sucede con los eventos transgénicos, que están protegidos por patentes.

El proyecto, que se llevará a cabo principalmente en las estaciones del INIA La Estanzuela, en Colonia, donde tiene base el programa de mejoramiento genético de soja, y en Las Brujas, en Canelones, donde está ubicada la unidad de biotecnología, es de largo aliento. “Obtener una nueva variedad puede llevar entre seis y nueve años. En ese tiempo va a seguir cambiando el mercado de consumo interno de China, y el objetivo es anticiparse a una posible salida al mercado externo de China para comprar soja no transgénica y ya tener la tecnología y la genética pronta para acceder a ese mercado potencial. Habrá un proceso a recorrer, que no sólo tiene que involucrar a la investigación y el desarrollo tecnológico, sino también al Poder Ejecutivo y el sector privado, para abrir las puertas de ese mercado. Este es un primer paso de una estrategia país a largo plazo”, sentenció, sin esconder su entusiasmo por lo que espera a la vuelta de la esquina. “Como institución chica de un país chico que somos, nos estamos focalizando en la soja para lograr avances, generar conocimiento entre las instituciones de investigación y desarrollo de biotecnologías de ambos países y que se produzca movimiento de investigadores en ambas direcciones”, destacó.

El INIA y el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca apuntan a la colaboración científico-tecnológica para seguir agregando valor y conocimiento. Hoy es la soja, pero para Gutiérrez la carne, el arroz y las pasturas están ahí nomás, esperando que investigadores orientales, junto a los orientales del otro lado del globo, generen riqueza mediante el conocimiento.