En la edición del jueves 27 de abril de la diaria, en una jugosa entrevista de Natalia Uval, la compañera académica chavista Judith Valencia defiende la unión cívico-militar como motor de cambios y cuestiona el “purismo” de la intelectualidad de izquierda y el conjunto del proceso bajo dirección madurista en Venezuela. Me parece que es necesario discutir estas ideas, que también están presentes en Uruguay.
1. Aclaro que no tengo ningún prejuicio contra funciones que pueden desempeñar las Fuerzas Armadas en distintos procesos de desarrollo en contextos diferentes ante la ausencia de sujetos propulsores de este y sociedades sin actores sociales autónomos reales. De eso hay como en botica. Desde “estados predatorios” en que los privilegios corporativos de las Fuerzas Armadas funcionan como una representación avanzada de los intereses directos de las empresas multinacionales (un ejemplo clásico es la dictadura de Mobutu Sese Seko, en Zaire, actualmente República del Congo) hasta sociedades como Corea, en que las Fuerzas Armadas y sus privilegios encabezados por la dictadura de Park Chung Hee y una poderosa asociación de oficiales desarrollistas y nacionalistas fueron parte de un modelo de desarrollo avanzado en alianza entre militares, tecnoburocracia estatal nacional y conglomerados productivos corporativos (los “chaebol”) que fue exitoso (luego se democratizó políticamente, y en los 90 socialmente, creando un nuevo estado de bienestar social).
También se podría mencionar a Velasco Alvarado en Perú, por ejemplo, quien desarmó una sociedad estamental centenaria con la reforma agraria, provocó una huida masiva del campo a la ciudad (algo normal en todas partes pero acelerado en su gobierno) y un sacudimiento de viejas estructuras de dominación étnica de clase, que desembocó en Sendero Luminoso, el terrorismo de Estado y el neoliberalismo de la dictadura fujimorista (también en gran medida militarizada mediante participación militar en las coimas de privatizaciones mediante Vladimiro Montesinos).
2. Otra cosa es la pregunta por la democracia, que sigue ausente en este pensamiento.
Hay una preocupación compartible vinculada a la participación. Procesos como el uruguayo, en una sociedad híper o sobreinstitucionalizada en el cotidiano, son resistentes a las innovaciones y a la participación ciudadana o a la apropiación de espacios públicos de manera espontánea. Procesos como el venezolano siguen, en cambio, pautas regimentadas de participación organizada por el Estado mediante presiones y prebendas y con un estilo de encuadre de masas de arriba a abajo que también hereda del estalinismo (tomado del régimen cubano).
Pero en todo caso, el pluralismo como problema es inexistente. Es como si hubiese una formidable negación, un olvido gigantesco en gran parte del nacionalpopulismo latinoamericano y periferias sobre el fracaso del sistema montado en torno al Partido-Estado en la Unión Soviética y en la Europa oriental, que incluyó la estatización de medios de producción, la abolición del mercado, y sobre todo la negación del pluralismo y las libertades.
Porque los roles de las Fuerzas Armadas en contextos de desarrollo deben ubicarse dentro de diseños institucionales de la democracia y la gente. No se trata de un marco histórico que vuelva ineluctable cierto modelo de democracia liberal cuando, además, la indeterminación es una cualidad de la verdadera democracia. Se trata de la pregunta: ¿Cuál es el modelo democrático inicial deseable para una perspectiva de izquierda?
3. En cuanto a la soberanía, hay sobrentendidos cuya comprensión no se facilita con ciertas afirmaciones. La nacionalización del petróleo en Venezuela no fue una obra de Hugo Chávez; lo hizo Carlos Andrés Pérez (CAP) en 1974, año en que se creó Petróleos de Venezuela Sociedad Anónima (PDVSA). CAP lo hizo 25 años antes del ascenso al gobierno de Chávez, y en aquel momento era reivindicado como “líder antiimperialista del Tercer Mundo”, nada menos que por el terrorista “Carlos” (venezolano, hoy encarcelado en Francia), que apoyaba la lucha palestina con acciones terroristas que incluyeron la explosión de un avión con 300 pasajeros y que siempre tuvo el apoyo de la República Democrática Alemana (¿se acuerdan cuando existía?), y también de muchos otros grupos de extrema izquierda.
En 1978, CAP jugó un papel clave en facilitar la victoria del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en Nicaragua e impulsó el voto de expulsión de Anastasio Somoza de la Organización de Estados Americanos y el primer reconocimiento del Gobierno Provisional de Reconstrucción Nacional, formado por la guerrilla sandinista en la vecina Costa Rica.
En su regreso al poder, CAP se convirtió al neoliberalismo e impuso un paquete de ajuste brutal (como el que puede venir en Venezuela con la derecha o un acuerdo de la derecha y sectores del régimen madurista, además del ajuste brutal que ya viven todos los días con la escasez y la hiperinflación) que derivó en el famoso Caracazo de 1990, al que ordenó combatir sacando las Fuerzas Armadas a la calle.
Chávez hizo otras dos cosas muy distintas: primero sacó a los antichavistas de PDVSA, en especial a la élite tecnoburocrática que la controlaba para poner gente de su confianza (eso le llevó un año y una huelga de PDVSA que paralizó el país). Y lo segundo: dio marcha atrás a todas las concesiones por participación público-privada en la cuenca del Orinoco y otros lugares, revisando todos los contratos de prospecciones.
4. Se trata justamente de lo que Maduro ahora retomó en la cuenca del Orinoco, con el decreto que emitió tras la ley que no quiso votarle el Parlamento, que a su vez disolvió con otro decreto.
5. Chávez logró una inclusión social notable y creó el ambiente para sentimientos de dignidad de los más pobres y de los sectores informales. Promovió organización popular y ciudadanía social. Es un legado grande en el corazón del pueblo y se tradujo en salud, educación, saneamiento y luz. Pero no construyó sostenibilidad para la inclusión social de los pobres informales. No logró diversificar la matriz productiva ni la dependencia del monocultivo petrolero. Por el contrario, esta se acentuó.
Y Venezuela, más allá de palabras y retórica antiimperialistas creando Petrocaribe o el Alba (una organización que ni siquiera aprobó un documento constitutivo con objetivos y medios, durante años, al que se pudiera adherir o no), siguió siempre con Estados Unidos como principal cliente. Chávez odiaba el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) entre México y Estados Unidos, como traición y resignación de un verdadero proyecto industrial autónomo del sur. Pero resulta que ahora es Donald Trump quien lo desmantela, pues acuerdos como el TLCAN o el Área de Libre Comercio de las Américas serían perjudiciales a los intereses del imperio.
El petróleo de PDVSA ya estaba nacionalizado desde la época en la que lo controlaban los tecnoburócratas adecos y copeyanos (tal como se conoce a los dirigentes de los partidos Acción Democrática y Comité de Organización Política Electoral Independiente, respectivamente). Ahora con Maduro se crea una empresa militar que también actúa en el manejo del crudo y los minerales (la Barrick Gold de Canadá es la principal beneficiaria de todos los contratos).
6. El poder civil del poschavismo se desplaza velozmente al poder militar asentado en decenas de empresas paralelas creadas por las Fuerzas Armadas durante 2016, que constituyen el verdadero poder en Venezuela. La Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) dirige y controla ahora el banco Banfanb; Agrofanb, de agricultura; Emiltra, de transporte; Emcofanb, empresa de sistemas de comunicaciones de la FANB; TVFANB, un canal de televisión digital abierta; Tecnomar, empresa mixta militar de proyectos de tecnología; FIMNP, un fondo de inversión; Construfanb, constructora; Cancorfanb, empresa mixta bolivariana; Agua Tiuna, embotelladora de agua. Pero sobre todo controla la estratégica Caminpeg, (Compañía Anónima Militar de Industrias Mineras, Petrolíferas y de Gas), la última creada -el 10 de febrero de 2016-, y que algunos han llamado la PDVSA paralela.
Podrán continuar con el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y Diosdado Cabello, o quizá pactar con la oposición un cambio de gobierno, siempre que se aseguren sus verdaderos privilegios. Pero esto es una lucha de poder entre fracciones que básicamente tienden al entendimiento porque hay intereses compartidos, mientras el pueblo de oposición o del chavismo madurista se sigue matando en las calles.
7. El régimen militarizado se vuelve cada vez más autoritario pese a la inmensa confianza de Judith Valencia en los militares. Pero no hay allí preocupación por la “liberación nacional” (¿cuál sería el contenido de ese programa, teniendo en cuenta que Venezuela ya controlaba su principal recurso natural y esta es una disputa por la renta petrolera?).
El Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) dispuso recién autorizar al presidente Maduro para formar empresas mixtas de gas y petróleo, sin aprobación parlamentaria. Puede ser positivo, ante la falta de inversión pública, pero también dejar la puerta abierta para la privatización de PDVSA. Venezuela paga puntualmente -hasta ahora- su deuda externa. El rendimiento de los bonos del gobierno y PDVSA es, en promedio, de 25% anual (ver “Para amantes del riesgo, Venezuela rinde casi 30% anual en dólares”, El Cronista Comercial, 20/02/2017). El economista argentino Rolando Astarrica recuerda que aunque Venezuela “nunca defaulteó y a pesar de ver al petróleo en niveles de 18 dólares el barril, nunca dejó de honrar su deuda ni reestructurarla de manera amigable... Los bonos tienen una probabilidad de default según el mercado (los credit default swap) de 50%, y hace poco la calificadora Moody’s le asignó una probabilidad de cesación de pagos del orden de 70% para este año”.
8. Chávez ubicó el rechazo del plan hemisférico de Estados Unidos en un plano geopolítico. Pero en los procesos sociales la geopolítica es una dimensión, una teoría sin países pequeños y sólo grandes relaciones de fuerzas centradas en el control de recursos. La globalización es más compleja y, aunque no seamos vistos, los países pequeños estamos allí.
No creó nada nuevo en la matriz de desarrollo ni justificó de qué liberación se trataba en los hechos, más allá de la jungla de símbolos del antinorteamericanismo. Salvando distancias -y con el cariño que siempre sentí por Chávez-, es un poco lo del Ñato (Fernández Huidobro) con las Fuerzas Armadas, en el sentido de que pareciera que estas son fundamentales en un proyecto difuso de liberación nacional. Ahora, ¿liberación de cuáles imperialismos? Sin son un medio, ¿un medio para qué? No lo sabemos, pero vemos que sí importan los medios -desde la guerrilla a las Fuerzas Armadas- y el poder, y no tanto la pregunta: ¿para qué los usaremos?
A nivel nacional tampoco, porque lo que hizo Tabaré Vázquez abriendo puertas a Estados Unidos -y a China, Rusia, Alemania o la Unión Europea- fue defender la diversificación de mercados, cuya ausencia siempre reventó a Uruguay, desde la crisis de 1914 hasta 2002. Y Venezuela nunca paró sus ventas a Estados Unidos. Curioso que no lo reclamen los maduristas.
Somos naciones distintas. Y para los países pequeños el encierro detrás de muros de aranceles o paraaranceles es letal, porque no construye industria protegida (en la época de Luis Batlle llegamos a destinar 22% de todo el gasto público para subsidiar unas pocas fábricas concentradas que nunca lograron algún éxito para vender afuera de Uruguay).
La Patria Grande es un verdadero objetivo político basado en integración real de mercados y concreciones en infraestructuras, o puede ser sólo una bella utopía adornada de palabras que difieren de la verdadera unidad. En general, los gobiernos del “giro a la izquierda” nunca lograron aterrizar ni uno solo de esos grandiosos discursos (con la excepción del Fondo para la Convergencia Estructural del Mercosur); multiplicaron siglas de organismos regionales sin Estados Unidos, pero aún esperamos la carretera transoceánica o el largo petroducto que uniría a Venezuela con la Patagonia, mientras reemplazamos a Estados Unidos por China como principal cliente. ¿Es el imperialismo ascendente?
La retórica y el enemigo que todo lo justifica no deben esconder el fracaso. Tal vez porque el diagnóstico de partida siempre estuvo equivocado. Tal vez porque no se asimiló una sola lección de los fracasos, barbaries o brutalidades cometidas en el siglo XX en el nombre de la izquierda. A la Unión Soviética no la destruyó una lluvia de misiles yanquis, sino la erosión continua, y negada con soberbia en nombre de la amenaza imperialista, de sus propios fracasos y su falta de libertades. Maduro reclama valentía y denuncia cobardías. Hasta que no miremos de frente la verdad no podremos ser valientes y verdaderos insurrectos contra el sistema.