Este fin de semana se reunirá el Plenario del Frente Amplio, que deberá resolver si respalda, sanciona o mira severamente al vicepresidente de la República, Raúl Sendic, cuyo comportamiento en materia de compras con una tarjeta corporativa durante el ejercicio de la presidencia de ANCAP fue desmenuzado por el Tribunal de Conducta Política. No se habla de otra cosa desde hace meses, y mientras esa telenovela sigue su curso los problemas de siempre se las arreglan para colarse, discreta y sigilosamente, por todos los agujeros que deja nuestra inconsistencia. La semana pasada, sin ir más lejos, el núcleo sindical del liceo 53 de la Asociación de Docentes de Enseñanza Secundaria denunció, mediante una carta enviada a la consejera Isabel Jaureguy, representante de los docentes en el Consejo de Educación Secundaria, que un taller de “educación financiera” realizado en horario de clases había dejado a estudiantes de tercer año sin las materias que correspondía dictar a esa hora. La educación financiera no forma parte, por cierto, de la currícula de tercer año de liceo, pero las personas que se presentaron para impartir el taller invocaron el nombre de DESEM-Jóvenes emprendedores, “una fundación –según dice su página web– sin fines de lucro que promueve el desarrollo de los niños y jóvenes uruguayos”. Para dejarlo más claro, lo que DESEM llama “el desarrollo de los niños y jóvenes” no es otra cosa que el estímulo de sus capacidades emprendedoras. Más exactamente, la “visión” de la fundación es la de ser “un catalizador del cambio en la comunidad uruguaya, desarrollando el espíritu emprendedor y la capacidad de realización de los niños y jóvenes”. Funcionan, dicen, “como un puente entre la comunidad empresarial y la educación”. Y vaya si la comunidad empresarial está presente: el comité ejecutivo de DESEM incluye a representantes de PWC, Montes del Plata, HSBC, El Tejar, Coca-Cola, IBM, BBVA, Scotiabank y Pronto!, entre otros, y fue justamente la financiera Pronto! la responsable del taller dictado en el liceo 53. Razonablemente, el manual usado por la financiera empieza por explicar que la empresa se dedica a ofrecer productos “a la población no bancarizada” para que pueda “resolver necesidades, concretar sueños y oportunidades”. En otras palabras, ofrece préstamos y créditos al consumo a aquellas personas que, por la fragilidad de sus condiciones económicas, no pueden aspirar a préstamos bancarios.

El taller invita a los estudiantes (de tercero) a imaginarse a sí mismos dentro de diez años. A fijarse metas financieras, a planificar el presupuesto y a conocer los tipos de crédito a los que es posible recurrir, con la advertencia de que algunos, como el “préstamo personal”, tienen habitualmente “una elevada tasa de interés”, debido a que se brindan sin exigir garantías. A sola firma, digamos.

Llegado este punto, es fácil imaginar que habrá quienes sostengan que educar a los jóvenes en el manejo de la economía no es algo malo de por sí, que incentivar la creatividad y el emprendedurismo es una buena forma de ir construyendo un futuro pletórico de talentosos empresarios independientes libres del temor al desempleo y al fracaso, y que la educación, al fin y al cabo, lo que tiene que ofrecer es una buena capacidad de inserción en el mercado. Son los profetas de lo posible, los que recuerdan a cada instante que los contenidos curriculares son obsoletos e innecesarios, que los chicos se educan mediante internet y que lo importante, señor, señora, es saber cómo evitar hundirse en este mundo líquido.

Lo malo es que todo eso es mentira. Mentira que se puede vivir de la producción artesanal de velas o jabones, que se puede sostener una familia únicamente con lo que resulta de un pequeño emprendimiento llevado adelante sin capital y sin explotación. Mienten los que dicen que todos podemos aspirar a todo, porque para que todos pudiéramos tener acceso a todo se necesitaría que algunos no acapararan tanto. Ayer, por ejemplo, El País publicó un artículo (un “análisis”) en el que se sostiene que el salario mínimo nacional es demasiado alto (12.265 pesos nominales; menos de 10.000 pesos líquidos), lo que podría conspirar contra el empleo. Pero es todavía peor, más nocivo, dice el análisis, que haya mínimos por categoría y que persistan las “rigideces que imponen los convenios colectivos”. Y sí, es obvio: tener que pagar salarios es siempre una macana, y más si son altos. Porque la ganancia, las utilidades y el enriquecimiento no son cosas que puedan ponerse en cuestión. Al contrario, son el objetivo de cualquiera con dos dedos de frente.

Este fin de semana podría terminar la telenovela que nos ha tenido distraídos desde hace meses. Capaz que después podemos volver a hablar de cosas imposibles. Porque de lo posible, como decía Silvio, se sabe demasiado.