“Mamá, están desapareciendo compañeros. No sé si estoy siendo vigilado. Lo único que te voy a pedir es que si algún día llego a desaparecer, tomes el primer ómnibus y te vayas de aquí”. Las palabras fueron de Miguel Ángel Mato mientras tomaba mate con su madre el 28 de enero de 1982, en Villa Española. “A mí también me planteó eso. Vivíamos con nuestra hija y mi suegra. Le planteó eso a la familia; se sentía vigilado, pero no estaba seguro”, recuerda, 36 años después, Irma Correa, esposa de Mato.
Miguel fue el último desaparecido de la dictadura, que por entonces había perdido el plebiscito de 1980 pero seguía empeñada en el sadismo, sobre todo –aunque no únicamente– con los comunistas. En junio de 1981 secuestraron a 20 estudiantes de secundaria del IAVA. Jorge Pajarito Silveira y la gavilla del Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas practicaron las peores torturas sobre niños de 14 años y poco más. Ese mismo mes cayó José Pacella, responsable del periódico Carta Semanal, del Partido Comunista del Uruguay (PCU). Siguieron los golpes: primero a la departamental de Montevideo, luego a la fracción sindical del PCU y después a los universitarios de la Unión de Juventudes Comunistas (UJC). Félix Ortiz, 17 de setiembre. Antonio Paitta, 21 de setiembre. Urano Miranda, a finales de 1981. Los tres desaparecidos.
El último fue Miguel Ángel Mato Fagián, secuestrado el 29 de enero de 1982 y muy probablemente asesinado el 8 de marzo. 28 años. Trabajador. Padre con una hija. Estaban albañileando la casita propia en Conciliación, cerca de La Tablada. “Militaba para tirar abajo la dictadura y creía en un mundo mejor. Era comunista, era un hombre sano. Tenía toda la alegría de vivir. Era un hombre positivo”, recuerda Irma, a 36 años de aquel dolor que todavía carga.
Hay dos versiones sobre su muerte. La Comisión para la Paz entiende que Miguel quiso engañar a los verdugos diciéndoles que les iba a dar la dirección de un lugar donde supuestamente había reuniones clandestinas. Cuando iba escoltado habría tratado de robar el arma de un militar y una sucesión de plomos lo habría cruzado. La otra versión es la de los detenidos en La Tablada: un militar habría admitido que no aguantó la cobarde tortura.
“Dudo de las dos versiones. No sé qué pasó. Lo que sé es que el 29 de enero desapareció. A las 17.00 fue la última vez que estuvo con una compañera, en 8 de Octubre y Félix Laborde. Llegó nervioso y le dijo que se escondiera, que lo venían siguiendo y que vamo’ arriba. Ella relata que vio cómo lo metían en la camioneta. Y nada más. Desapareció. No supimos más nada de él. Nunca más. Nada”, dice Irma.
Cuando la democracia dejó de ser un palabra prohibida en los periódicos, la familia de Miguel llevó el caso a los tribunales. Pero la ley de caducidad sepultó las actuaciones.
A partir del periplo en la Justicia y del archivo de la causa, la familia se convirtió en “perito de búsqueda”. “Lo seguimos buscando por la necesidad de saber qué pasó”, explica Irma. La familia tiene grabado el aforismo “no hay peor gestión que la que no se hace”. En 2011 se desarchivó el juicio que patrocina el Observatorio Luz Ibarburu. No obstante, nada avanzó.
Sin embargo, no se les ocurre tirar la toalla. Eso sería “como matarnos a nosotros. La idea es seguir, aunque nos pongan chicanas. Mi hija tiene 41 años y está tomando el sillón; si yo me muero va a seguir ella”, se consuela en el desconsuelo la viuda del último desaparecido.
Hace décadas que la UJC homenajea a Miguel. Este año, su homenaje será en el último lugar donde lo escucharon con vida o donde alguien escuchó algo de él por última vez.
El Colectivo Memoria de La Tablada se propuso recordar a cada desaparecido chupado por ese infierno llamado La Tablada. Hoy a las 18.00, todo el que quiera ir a dejar un clavel, escuchar, mirar o respirar en comunión puede hacerlo. Hay un árbol plantado para Miguel y para cada uno de los que no volvieron a habitar la Tierra, para habitar ese espacio compartido llamado memoria. Para poner en entredicho la verdad y seguir pidiendo justicia como hace 36 años.