Es difícil discernir, entre los varios reclamos que los productores autoconvocados dieron a conocer el martes en la voz de Jorge Landi, cuáles efectivamente apuntan a resolver situaciones que afectan en forma diversa a los también diversos sectores rurales y cuáles, sencillamente, buscan llegar al corazón popular con demandas que parecen surgir del sentido común. En rigor, de las 14 medidas reseñadas por la diaria en su edición del miércoles, sólo las cuatro últimas (bajar el gasoil y llevarlo a paridad de importación; bajar 15% las tarifas de UTE; reperfilar las deudas de los productores, establecer períodos de gracia y suspender las ejecuciones; salir del atraso cambiario) parecen pensadas para incidir directamente en la rentabilidad de los productores rurales. Las otras diez caben en esa demanda genérica y siempre reiterada de “bajar el costo del Estado”, y apuntan a fortalecer la tesis de que la pesada e insaciable burocracia estatal es la que vacía los bolsillos del que se mata trabajando. Proponen un ajuste moral, antes que un ajuste financiero.

Por otro lado, ¿cómo no coincidir con el reclamo de que los legisladores rindan los viáticos? ¿Cómo no aceptar la razonabilidad de que se eviten los gastos superfluos o las contrataciones innecesarias? Una vez más, hay que admitir la lógica imbatible de que ser bueno y honesto es mejor que ser malo y sinvergüenza, y eso que vale para cualquier hijo de vecino vale también para los gobiernos y las estructuras institucionales. El problema es que esa simplificación grosera que opone producción a burocracia esconde mucho más que lo que muestra. Esconde, por lo pronto, que no es lo mismo vivir de una pequeña producción familiar que vivir de la renta de una vasta extensión de tierra. Que no es lo mismo ser un asalariado rural asentado en tierra ajena que ser el dueño de un establecimiento productivo que obtiene renta del capital tanto como plusvalía del trabajo de los peones.

La movilización de Durazno fue grande, aunque no haya sido tan grande como se esperaba. Y con “se esperaba” no me refiero sólo a los organizadores: que 40.000 o 50.000 personas llegaran hasta el predio de Santa Bernardina estuvo, hasta último momento, entre lo que cabía esperar. Es el efecto de las redes sociales: mucho ruido, aunque las nueces, al final, no hagan honor al escándalo. Fueron, sí, muchas las organizaciones de todo tipo y color que hicieron llegar su adhesión, en la mayoría de los casos sin que hubiera mediado una consulta previa a las bases, una asamblea o cualquier otra forma de comunicación con los representados que permitiera asegurar que, efectivamente, acompañaban la propuesta. Podría decirse que todas las gremiales empresariales se plegaron a la convocatoria, incluso en casos en los que es fácil ver la existencia de intereses contrapuestos. ¿Es sensato que los apicultores, que se han visto afectados en diversas formas por el agronegocio, compartan la plataforma de los sojeros? ¿Tiene algún sentido que la Asociación Nacional de Broadcasters Uruguayos reclame que se termine con las campañas publicitarias del Estado? Parece obvio que, por encima de las demandas concretas que cada sector pueda tener –y que irá tramitando en las reuniones que, de ahora en adelante, mantenga con el gobierno–, lo que había era una necesidad común de hacerle sentir el sacudón a un sistema político más bien amodorrado y acostumbrado a resolver las cuestiones de todos en conversatorios de unos pocos. Y en eso, me temo, le cabe el sayo a la oposición tanto como al oficialismo.

Es posible que esta tormenta perfecta se haya armado con la participación de dos actores: una clase política que se jugó a no hacer olas, y una población que eligió dejarse acunar mientras escuchaba la canción del optimismo, la realización personal y el disfrute. Ahora se ha perdido la confianza, y ya nadie sabe con quién tiene que hablar ni a qué alero le conviene arrimarse. Las palabras de Tabaré Vázquez, que ayer aseguró que había escuchado “con mucha atención”, como corresponde a “un gobierno de cercanía”, las demandas del campo, no hacen sino mostrar hasta qué punto la retórica burocrática supera incluso al instinto político más básico. Por otro lado, la ausencia del ex presidente José Mujica se empezó a notar, y los caudillos del interior ya no tienen con quién conversar en el gobierno. Este sería el momento de hacer lo contrario de lo que se hizo hasta ahora. Sería el momento de promover el debate, de discutir la propiedad de la tierra, de hablar de las políticas de vivienda. Sería el momento de exigir, en lugar de menos Estado, más confianza de los propios políticos en el Estado. Que se atiendan en la Administración de los Servicios de Salud del Estado. Que manden a los nenes a la escuela pública. Que confíen en el Banco de Seguros del Estado. Sería el momento de participar, en serio, de la cosa pública. Porque no es verdad que hay grietas: hay tensiones y conflictos de interés, y exponerlos y debatirlos es la única forma de resolverlos sin que se jodan siempre los mismos.