Las plumas, el orgullo, el coraje, el tormento, los ojos azules. Es Tabaré, creado por Juan Zorrilla de San Martín en 1888, como todo uruguayo sabe: el personaje, sin lugar a duda, más “visualizado” (tanto por artistas como por la industria) de la literatura uruguaya, pero también el más for export que tuvimos. Como una de las tantas, repletas y casi hipnotizadoras vitrinas de Tabaré cosmopolita confirma: hay ejemplares de traducciones en francés, inglés, italiano, chino e incluso braille, algunas además muy cercanas temporalmente a su primera aparición. El appeal es fortísimo, claro (y creo que incluso trasciende la bondad de los versos zorrillanos): Tabaré debería encarnar el encuentro, y quizá lo mejor, de las dos culturas; la española (vale decir europea, vale decir viejomundista) y la charrúa (vale decir americana, vale decir precolombina); dividirse, como sugiere la curadora, entre “el derecho (divino) de los pueblos originarios a habitar el territorio americano en armonía con los elementos naturales y otro derecho (evolutivo) del hombre europeo a exterminarlos”: esfuerzo vano, en última instancia, ya que el protagonista desaparece, como en definitiva desapareció aquel mundo (o se mantiene terriblemente marginalizado) en formas, tiempos y modos gradualmente diversos, pero con parecidos trágicos destinos.

A raíz de una investigación larga y solidísima, Laura Malosetti Costa, historiadora del arte uruguaya radicada en Buenos Aires desde hace muchos años, armó una exposición que logra salirse de la mera acumulación de especímenes antiguos para ilustrar dinámicamente cuánto palpitó esta figura –oportuna o inoportunamente re-figurada o desfigurada– en el último siglo y algo y qué temáticas identitarias sacude: acá un breve panorama.

Tal vez lo que más llama la atención de las varias obras inspiradas por el héroe charrúa son sus versiones cinematográficas que, bastante increíblemente, se produjeron en México, país que claramente no carece de historias y leyendas de sus propios pueblos nativos: por cierto, habla del grado de seducción del personaje, pero también de una visión, entre ingenua y racista, del “indio” como figura homogénea, independientemente de su origen, y fácilmente intercambiable. Interesante también es que las versiones de esta ficción, con 30 años de distancia una de la otra, sean del mismo director, Luis Lezama, que primero la produjo en 1917 (la película está perdida; en sala se proyectan algunos fotogramas recuperados de publicaciones de la época) y luego hizo un autoremake en 1946: esta versión sí puede verse proyectada en el museo. Que la historia de Tabaré haya terminado en el cine, y tan temprano, no asombra demasiado: como se entiende perfectamente paseando por el museo Zorrilla, se abordó al personaje de modo absolutamente multidisciplinario, ningún medio o tratamiento excluido. Así, entre alegóricos (y misteriosos) cuadros de Juan Manuel Blanes, volitivas esculturas del hijo del autor del poema, José Luis Zorrilla de San Martín (por ejemplo, una cabeza cuyos rasgos e intensidad de mirada recuerdan vagamente a los del Artigas blanesiano o del propio Zorrilla Jr.) y acuarelas oscurísimas, ágiles y para-románticas del pintor “orientalista” español Ulpiano Checa, hechas para una edición del Tabaré de 1904, se hallan piezas curiosas y pop. Por ejemplo, las 20 postales impresas, con toda probabilidad, a principios del siglo XX que reducen la historia a momentos culminantes del poema acompañados por una selección de versos y que podían “viajar” fragmentando la trama sin problemas, o dos grandes “afiches 3D”, vale decir altorrelieves en yeso, de color, que A Cattaneo creó muy probablemente para publicitar, en papelerías, los célebres cuadernos Tabaré. De estos hay varios ejemplares de épocas distintas: su tapa es tal vez la imagen que más queda grabada en la mente de los uruguayos, ya que acompañó a muchas generaciones de escolares: el mestizo moribundo, solo (contradiciendo el poema, en el que sobre él está Blanca “poblando al aire / de gritos de dolor”), al lado del río. Se rastreó también el campo musical, pudiendo rescatar (en sala hay algunas partituras y la posibilidad de escuchar las piezas) óperas (las de Alfredo Schiuma y Alfonso Broqua), música para producciones teatrales (la que hizo Sylvia Meyer para un Tabaré de Carlos Maggi), folclore (unos segmentos cantados por Alfredo Zitarrosa) y rock (“Tabaré, that’s right”, del Cuarteto de Nos), es decir de la extrema reverencia a la desacralización. Empero, felizmente, Malosetti no se limitó a las diferentes conjugaciones históricas del poema y su protagonista, sino que hurgó en la producción de algunos artistas contemporáneos para ver relecturas del mito –un mito embarazoso, por supuesto, estriado por insanables marcas colonialistas– desde un ángulo más reciente y sobre todo, se supone, más crítico. La selección es reducida, pero contundente. Se recuperan, por ejemplo, obras de décadas pasadas: tres artistas trabajan con hojas de cuadernos Tabaré. La más antigua es recuperada de la niñez por Marisa Silva Schultze, que juega con su contenido “inocente”: una oda a su mamá en el Día de la Madre de 1964 (evocando tal vez los edípicos contenidos del poema y la Madre Patria como concepto tambaleante). Alicia Mihai Gazcue en Noche (1973), antes de su exilio forzado por la dictadura, dibuja un Uruguay negro contrapuesto a la radiosa imagen de la bandera nacional impresa en la página, mientras que Ana Tiscornia en Tabaré, camuflajes y olvidos (1993) confía en un delicado pero concluyente collage que representa el mundo de aquella época y épica como una acumulación de esquirlas que perforan una tentativa de orden, el papel milimetrado. De Teresa Puppo se muestra un video, Micaela se fue a París (2000), registro de una performance que evoca a Micaela Guyunusa, una de los “últimos cuatro charrúas”, llevados y exhibidos en París en 1832 y que ahí murió. Finalmente, la estrategia de Mario Sagradini en Círculos concéntricos II (1999-2018) de mezclar piezas históricas, a veces apenas manipuladas, en una ambientación plausible, en realidad plagada de grietas, incongruencias, desvíos, se apodera del escritorio de Zorrilla: repleto de documentos que hablan de Tabaré y de su autor, pero también del imaginario deportivo, musical, histórico nacional, en una perspectiva siempre ligeramente off y con humor (el artista, por ejemplo, incluye una obra de Rulfo en la que se compara una foto del escritor con otra del mismo Sagradini, de la que emerge cierta semejanza). Cabe mencionar, como corolario de la muestra, la publicación de Tabaré en viñetas, curada por Rodolfo Santullo, en la que un grupo de creadores de cómics uruguayos revisa el mito, libro que pronto tendrá una presentación pública.

En un país que, en general, ha negado la existencia física de descendientes charrúas y, de todas formas, sigue apelando a su pleno “europeísmo” silenciando la otra historia, o neutralizándola con eslóganes (“la garra”), a Tabaré hay que conocerlo –ahora como nunca, gracias a esta muestra– pero también cuestionarlo continuamente: Tabaré cosmopolita se mueve entre estos dos polos de forma perfecta.

Tabaré cosmopolita. Migraciones y ambivalencias del héroe trágico. Curadora: Laura Malosetti Costa. Museo Zorrilla de San Martín (José Luis Zorrilla de San Martín 96). Hasta el 24 de noviembre.

Es hoy

En el marco de la muestra Tabaré cosmopolita, hoy, en el Museo Nacional de Artes Visuales, a las 19.00, habrá una proyección de la película documental Les derniers charruas, de Darío Arce, y de fotogramas de la película Tabaré (1917), de Luis Lezama. Luego de la proyección se hará una mesa de diálogo y debate con Laura Malosetti Costa, curadora de la muestra, el mismo Arce y la investigadora Georgina Torello.