El terror de dejar a alguien afuera demoró la escritura de esta nota demasiado tiempo. Alguien va a quedar afuera siempre: de eso se trata la crítica. Después leeré los olvidos como el hueco que perdura y lo dicho no va a ser más que el borde, la marca que circunda esa ausencia. Esto, después de todo, no es más que el conjunto de percepciones personales de quien ha participado como espectador en varios de los espacios que ahora comenta, percepciones limitadas por la pereza y ordenadas por la distancia. Pero lo cierto es que siempre trabajamos con la incapacidad, con lo que no hay.

Escribo, entonces, como entusiasta aficionado, porque vi exposiciones resplandecer en sótanos, en ese evento que se denomina MercadoNegro y lleva ya cuatro ediciones; porque vi un mundo a la vez sombrío y hospitalario desplegarse como un minúsculo imperio en una habitación de la Casa de Filosofía; fui a varias presentaciones de libros, lecturas de poesía y toques en bares repletos, asistí a sesiones de pintura colectiva y vi las obras pixelándose en webs y en perfiles de Instagram y Facebook, los afiches adheridos a las paredes de la ciudad y arrancados por la lluvia o tapados por anuncios publicitarios.

No sé si se puede hablar de un arte nuevo en Montevideo, pero sí hay, al menos, algo así como un movimiento subterráneo (y detesto haber puesto ya en circulación el concepto indeterminado y facilongo de “underground”) que debería empezar a desmarcarse, que merece ser atendido.

En todo caso, pienso que al menos habría que sugerir la existencia de este grupo heterogéneo (tal vez se pueda hablar de “escuela” en el mismo sentido libre con el que se refiere al conjunto diverso de creadores unidos por una serie de intereses y relaciones de amistad que fue la “escuela de Nueva York” en los 60, por ejemplo) conformado por artistas plásticos, poetas, narradores, músicos, ilustradores, fotógrafos, gente del teatro, la escenografía y el audiovisual, nacidos entre mediados de los 80 y fines de los 90, que de algún modo han podido establecer correspondencias, crear espacios de creación común, revistas online, editoriales independientes, que abrieron lugares de circulación para sus obras, su música, sus libros, y se apropiaron de bares y plazas para exponer lo que hacen.

Este oficio o taciturno arte

Por razones de tiempo, en estas notas voy a centrarme meramente en las artes visuales, con el pretexto de la presentación, el viernes 2, de Mascotas Muertas en el bar Tundra, uno de los centros de la movida musical montevideana. Efectivamente, el evento, además de ser la presentación del primer número del fanzine, incluyó la actuación de Salvamento y Holocausto Vegetal, banda ineludible del indie (otra categoría que detesto) uruguayo. Y si bien ya agotaron esta primera edición, en la feria de editoriales independientes Sancochazo de primavera (que se hará el 10 de noviembre, de 16.00 a 0.00, en el Centro Obrero de Alpargatas, en Enriqueta Compte y Riqué 1275) se podrá acceder a una nueva tirada.

La cuidada revista, formada por una cuarentena de imágenes en estricto blanco y negro, se entregaba esa noche junto a la entrada (a 120 pesos) y está hecha en colaboración por Martina Solari, Germán Maestri, Andrés Seoane, Gabriel Ameijenda, Magdalena Gualco, Paula Genta, Lucie Charcosset, Christian Kis, Gonzalo Javier, Yasavec y Otra Paola, que aparecen como elenco estable, al que se le suman dos invitados para este número, que lleva por título “¿Qué hacer?”: la polaca Aleksandra Waliszewska, que cierra el volumen con una provocadora ilustración que juega con la ternura y el peligro, y el argentino Panchopepe, creador de deslumbrantes monstruosidades, que hizo la tapa, impresa en serigrafía por Charcosset (en el marco de su proyecto Arriba la Vagancia).

Me cuenta Maestri, autor de unos impactantes retratos à la Carlos Federico Sáez y colaborador en esta ocasión con una serie de dibujos en tinta china, que fue Ameijenda quien concibió el proyecto, al que pronto se unió Otra Paola, pero que la incorporación de Seoane es la que hizo posible la conexión del grupo primario (ya más numeroso) con algunos participantes de MercadoNegro (como Kis, Charcosset y él mismo), y que esa unión fue la que finalmente apuró la puesta en página de estas mascotas oscuras.

De hecho, aunque por lo general la obra de los pintores recién mencionados (como la de Fabrizzio Ceppi y la de Virginia Daglio Ksiazenicki, vinculados de algún modo también al grupo) se centra sobre todo en retratos humanos, el hilo que conecta estas obras es la presencia, más o menos relevante, de animales domésticos. Así, hay imágenes que parecen herederas de Edward Gorey o del Tim Burton de La melancólica muerte de Chico Ostra (1997), pero también de las ensoñaciones de Francisco de Goya (sobre todo los Caprichos) o de Odilon Redon, los grabados de la portuguesa Paula Rego, las ilustraciones de inspiración gótica de Benjamin Lacombe, Chris Riddell y Chris Mould, e incluso los impresionantes bichos que pueblan los trabajos más recientes del uruguayo Álvaro Amengual.

De este modo, las obras van desde los guardapelos con gato, tortuga o ave de Ameijenda, con un manejo sobrio y efectivo del blanco y negro, al humor de las estampitas de santos caninos (Santa Manuela, en honor a la perra del ex presidente José Mujica, y Kristobal, el chihuahua de Moria Casán), de Genta; de los óleos deslumbrantes de Seoane, que crea escenas que hacen pensar en imágenes del clásico El pueblo de los malditos (1995, John Carpenter), a los paródicos afiches de películas con protagonistas animales (Babe, el cerdito valiente, 1995; Marley y yo, 2008; Todos los perros van al cielo, 1989; Pet Sematary, 1989), de Otra Paola. Y es que la publicación entera se mueve en dos registros: entre el humor (las falsas publicidades de Charcosset son tal vez lo mejor logrado) y lo ominoso; lo que acostumbramos a pensar como “arte plástico” con A mayúscula (el óleo) y el dibujo punk (los perros peleándose de Solari es un buen ejemplo); entre las referencias pop (como los tamagotchis de Yasavec, que mantienen cierta narrativa) y las expresivas abstracciones de Gonzalo Javier; entre lo inocente y lo macabro (y ahora pienso en el trabajo de Gualco); entre la atención al detalle de Kis y la pincelada libre. Pero, y ahí radica el encanto y la fuerza de Mascotas Muertas, todo esto se da sin contradicción, porque es el ambiente en el que se mueven los artistas, por lo general alejados de los centros más convencionales, con una tendencia clara a la figuración y al retrato y a la búsqueda de formas expresivas en técnicas “del pasado” (como el revelado artesanal, el grabado, etcétera) y herederos de los más variados maestros, cuyas enseñanzas conjugan con habilidad. Es así que la aparición del primer número del fanzine, concreción de una larga pesadilla, se vuelve la más perfecta vía para el conocimiento de un arte que, al contrario que los animales que “habitan” estas páginas, está vivo y, sobre todo, tiene mucho para decir.

Mascotas Muertas #1: ¿Qué hacer? | De artistas varios. Montevideo, 2018. 52 páginas.