Ante la pérdida de Luisa Cuesta, quisiera, en nombre de mi familia, agradecer todas las manifestaciones de cariño y solidaridad que nos han acompañado, tanto de organizaciones emblemáticas de la sociedad civil e instituciones como de los cientos de militantes anónimos comprometidos en la defensa de los derechos humanos que en ella se vieron representados. A todos ellos, nuestro sincero agradecimiento.
Voy a tomarme el atrevimiento de puntualizar algunas cosas, no en el nombre de mi tía, ni en el de mi familia y ni siquiera en nombre de la organización que integro –Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos–; lo haré en nombre propio, no obstante pueda reflejar con ello el sentir de muchos otros.
La “vieja Luisa” –como todos entrañablemente la llamamos– fue un gran ser humano con virtudes y defectos, que dejó una huella imborrable con su opción de vida. Para nadie pasó inadvertida su presencia, mucho menos para los jóvenes que a través de varias generaciones la rodearon.
No puede entenderse el referente ético que Luisa encarna sin el compromiso y la labor de todos aquellos que allí la han situado.
Creo que en nada exageraría si afirmara que en vida jamás negoció con su dignidad y sus principios. Aun cuando algunos compañeros, agobiados por la desesperanza, pensaron que se podría saber el destino de los desaparecidos canjeando “información” por impunidad, ella no aceptó ningún discurso sostenido sobre el supuesto “favor” de los perpetradores.
Vieja luchadora, templada en la vida y en muchas batallas, sabía que no podía esperar absolutamente nada de ellos. Por eso mismo, sus reclamos eran demandas intransigentes contra quienes amparaban la impunidad.
Tenía, además, la firme convicción de que tales demandas sólo se conquistan con la persistencia y la integridad de los valores humanos que se encarnan en una sociedad que se empodera de su destino y que, si no hoy, mañana, ya que las nuevas generaciones continuarían avanzando, alertas, para impedir la repetición de hechos similares. Con ese sentir escribo estas líneas.
Siempre se repite que, cuando mueren personas que encarnan un fuerte y comprometido mensaje social o político, quienes fueron sus detractores en vida tratan luego de hacer elogios intrascendentes sobre su obra o personalidad, para así ocultar la verdadera interpelación que sus virtudes y mensajes significan. En otras palabras: intentan transformar, por medio de la muerte, lo que en vida no pudieron doblegar.
En vez de decir que Luisa era una mujer de una dignidad y principios inquebrantables, se dice que es una “reliquia” de la lucha de los derechos humanos, o una “polemista”. Luisa es mucho más que eso, señor Mujica.
Seguramente les hablaba a los militares el 18 de mayo de 2011 cuando se refirió irrespetuosamente a las madres de los desaparecidos como meras buscadoras de huesos; a pocas horas, por demás, de la discusión parlamentaria sobre el proyecto de ley interpretativo de la ley de impunidad.
Podríamos seguir ejemplificando, pero no podemos más que repudiar, indignados, ciertas expresiones a propósito de la tortura. Parafraseando al extinto ministro de Defensa Nacional Eleuterio Fernández Huidobro, quien en respuesta a las críticas de organizaciones de derechos humanos en diciembre de 2014 afirmó que si Serpaj lo autorizaba “a torturar por un mes, capaz” que conseguía información, el ex presidente dice ahora: “A veces hay cosas que no tienen otra respuesta que la tortura para encontrar la verdad”.
Detrás de esa abominable frase intenta justificar todo lo que hizo y no hizo como presidente. Es más, en materia de derechos humanos, siempre que debió elegir, inequívocamente le hizo un guiño solidario a los militares violadores, torturadores y asesinos del pasado.
Su discurso de hoy es tan falaz como funcional a la cultura de la impunidad y su aspiración al punto final, ya que –bien se sabe– ninguna conciencia cívica compatible con la vigencia de los derechos humanos es capaz de admitir tal argumento.
No nos engañemos: ya una vez han escrito en la ley de impunidad, como fundamento: “[...] la lógica de los hechos originados por el acuerdo celebrado entre partidos políticos y las Fuerzas Armadas [...]”. Hoy nos dicen que la lógica de los hechos que impone el pacto de silencio de los militares sólo se puede quebrar recurriendo a los métodos propios del terrorismo de Estado.
Nilo Patiño es integrante de Madres y Familiares de Detenidos-Desaparecidos y sobrino de Luisa Cuesta.