Hace unos días se supo que el 6 de diciembre había muerto el cantante y guitarrista Pete Shelley. ¿Es importante? Depende de si el punk lo es. Superado, asimilado, sobrevalorado, incomprendido o acechante: aún está por verse el lugar del punk en la música. Pero supongamos que sí fue el equivalente a 1917 en el rock, sí fue cambio radical y todavía es idea. Entonces Pete Shelley, el fundador de los Buzzcocks, fue una figura central, ineludible e imprescindible. Vayamos en desorden.

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Empecemos por lo que está alrededor de la música. Sin Pete Shelley no habría habido The Smiths, Joy Division ni The Fall. No necesariamente porque su música haya sido inspiración para ellos, sino porque Pete Shelley y su compinche Howard Devoto fueron los entusiastas promotores del primer concierto de los Sex Pistols en Manchester, el 4 de junio de 1976. Unos meses antes, en febrero, Shelley y Devoto soñaban con armar una banda llamada Buzzcocks y se fueron a Londres a ver a sus inspiradores, los Pistols. Los convencieron de ir a tocar al norte, a Manchester, con la condición de que los pusieran a ellos como teloneros. Cuando llegó la fecha, Shelley y Devoto no tenían bajista ni baterista, así que no pudieron tocar. Pero fueron espectadores, como todos los futuros miembros de las bandas recién mencionadas, del arrollador show de los Pistols que, si uno le cree al documental 24 Hour Party People (Michael Winterbottom, 2002), fue el que inició la movida en Manchester.

Otra de Manchester. En enero del año siguiente, en 1977, los Buzzcocks cayeron a la sucursal de la tienda Virgin con un disco de cuatro temas que acababan de prensar. Esa sucursal también pasaría a la historia por ambientar uno de los temas más hermosos, extraños y autorreferentes del pop rock: “I’m In Love with the Girl on the Manchester Virgin Megastore Check-Out Desk”, de los Freshies. Pero sobre todo, fue allí adonde Pete Shelley y compañía llevaron las primeras 1.000 copias de Spiral Scratch, el disco que se habían autoeditado con plata de padres y amigos. Era el primer (o segundo) disco independiente de la historia, es decir, uno grabado, editado y distribuido por la propia banda, con prescindencia de una gran compañía. O sea, la consigna punk “Do It Yourself” (hacelo vos mismo) llevada al campo donde dolía, el de las ventas. Si colocaban 500 discos empataban. Vendieron 16.000. Se corrió la voz y los pequeños sellos empezaron a proliferar en todo Reino Unido.

Última. En 1981, con los Buzzcocks recién separados, Shelley se hizo solista. Volvió al palo con el que había coqueteado antes del punk: la electrónica. Lanzó el simple “Homosapien”. A la BBC el énfasis en la partícula “homo” le pareció sospechoso y el tema fue prohibido. Shelley se declaró bisexual. La canción fue un hit, pero casi una década después. “Buzzcocks”, el nombre, también tenía un timbre hormonal: buzz es zumbido o excitación, y cock podía referir a un amigo, en la jerga de Manchester, o, aún hoy, al miembro masculino.

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Todos esos hitos alcanzarían para hacerle un lugar en la historia del punk y la new wave. Pero además están sus aportes musicales a lo que se ha llamado pop punk. Como su voz, tan deudora de la de Johnny Rotten en el tono y la inflexión, y a la vez tan distante en el talante. Si los Pistols removían con sus comentarios sociales, los Buzzcocks desconcertaban por el contraste entre lo desolador de sus comentarios amorosos y lo pegadizo y energético de sus canciones. Los Pistols y The Clash fueron una suma de música y propaganda, actitud y moda. Los Buzzcoks tenían sólo la música (que, parafraseando a Leonard Cohen, es lo que nos queda a los feos).

Furioso y lastimero, ingenioso y repetitivo, Pete Shelley compuso gemas pop personales, atrapantes y, en algunos casos, dotadas de una temerosa simetría. “I Don’t Mind”, “Ever Fallen in Love”, “What Do I Get?”, todos de la primera época de los Buzzcocks, son peligrosos cantos de sirena.

Los Ramones fundaron el punk con una operación sustractiva: despojaron al rock de muchos elementos accesorios en lo armónico y en lo rítmico. Específicamente, a la rama pop le regalaron la imbatible combinación del colchón de guitarras distorsionadas más melodía pegadiza. Los Buzzcocks fueron de los primeros en entenderlo, pero a diferencia de sus predecesores estadounidenses, los gérmenes de sus melodías no estaban en el rock de los años 50 y 60, sino que eran absolutamente originales. (En todo caso, tenían deudas menores con las rimas infantiles, como ocurre con tanto de lo insólito en el rock inglés). Shelley les enseñó a muchos que se podían crear bellas melodías encima de una base armónica agresiva o disonante.

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A poco de formados los Buzzcocks, Devoto abandonó la banda. (Volvió a estudiar y después armó otra, Magazine). Shelley encontró un nuevo socio en el bajista Steve Diggle, que pasó a tocar la guitarra. Nació ahí una de las grandes duplas guitarreras del punk y alrededores, menos virtuosa que la que formaron Tom Verlaine (otro autobautizado en homenaje a un poeta) y Richard Lloyd, de Television, y menos creativa que la de Robyn Hitchcock y Kimberley Rew, de los Soft Boys, pero igualmente sorprendente. Rew, justamente, fue el creador de la expresión “twin guitar attack” (ataque de guitarras gemelas), que alumbra la idea de sorpresa, filo e ingenio que Diggle y Shelley creaban cuando era conveniente (escuchar “Fiction Romance”, por ejemplo). También fueron vanguardia cuando introdujeron el “solo desesperante de dos notas” que usaron en “Fast Cars”, “Boredom” y el manifiesto “Noise Annoys” (el ruido molesta). En “ESP” –tal vez su mejor tema: los poderes extrasensoriales como herramienta afectiva– volvían a utilizar la repetición de una melodía simple, pero esta vez sobre una inesperada progresión armónica, con resultados inesperados. Los Buzzcocks, como si les hiciera falta algo más, también fueron sónicos.

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Dato: los Buzzcocks existieron entre 1976 y 1980, y se reformaron a finales de esa década, cuando su influencia en la “música alternativa” (hoy indie rock) ya era palpable (no se puede concebir a Franz Ferdinand o a Green Day sin la semilla de Shelley).

Dato: Pete Shelley eligió su apellido artístico en homenaje al poeta romántico Percy Bysshe Shelley. Había nacido Peter McNeisch. Tenía 63 años cuando murió de un infarto en Tallin, Estonia, país de donde procedía su esposa.

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Giras de Roger Waters, películas sobre Queen. Son tiempos duros para la sensibilidad formada en el punk: todo lo que estaba mal ha vuelto con fuerza. Hoy se impone el otro relato, el que dice que el punk nunca derribó a los reyes desnudos, que eso sólo fue un invento de la prensa entusiasta. Como dándole la razón, en 2005 Shelley reversionó su tema más popular (no se puede hablar de hit), “Ever Fallen in Love”, junto a dinosaurios como David Gilmour, Robert Plant y Elton John. Era por una buena causa: un tributo a John Peel, el DJ que había ayudado a tanta banda emergente. Pero eso es sólo un dato. La pregunta es: ¿sigue siendo posible escuchar la música de Pete Shelley cuando ya no se es joven, cuando él está muerto, cuando ya no existe la idea de revolución en la música? Sólo si hay esperanza.

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