Al comienzo, todo era beneficios: alcanzaba con tener un automóvil moderno y un teléfono celular para ver caer billetes del cielo, siempre y cuando el cliente accediera a ir en el asiento de adelante para escapar de las patotas de taximetristas descarriados. Luego llegó la piqueta fatal del progreso: la malvada burocracia obligó a regularizarse y hoy en día, de cada 70.000 pesos que recauda un chofer de Uber, le quedan en mano unos 25.000 (¡hay que cubrir gastos infames, como la patente y el combustible!). Sin embargo, lo peor estaba por venir. “Así no podemos continuar. Hay demasiados choferes y, por alguna extraña razón, eso bajó la cantidad de viajes para cada uno”, dijo a Los Informantes (diario) un trabajador que todavía debe Matemática del liceo. “Es como si el mercado quisiera llevarnos hacia un punto de equilibrio”, agregó. Cuando escuchó estas palabras, el fantasma del economista británico Adam Smith (fallecido en 1790) comenzó a reírse a carcajadas y no hay quien logre detenerlo en todo el Más Allá.