“Los productores agropecuarios son parte de una larga cadena de valor agroindustrial, pero antes hay otro eslabón, que es el de los que producen los agroquímicos y la maquinaria, y después están los acopiadores, que van a comprar lo que se produce. En esa gran cadena, el productor ocupa un lugar cada vez más chico, está apretado entre gigantes”, explicó, el viernes, Diego Piñeiro en la ponencia “La cuestión rural en el desarrollo: historia, coyuntura, perspectivas”, organizada por el Colectivo + Igualdad.

El panel estaba conformado por: Piñeiro, ingeniero agrónomo y decano de la Facultad de Ciencias Sociales (FCS) de la Universidad de la República; Mario Buzzalino y Cristina Revetria, presidente y vicepresidenta, respectivamente, de la Comisión Nacional de Fomento Rural; María Flores, presidenta del Sindicato Único de Trabajadores del Tambo y Afines; Andrés Berterreche, ex titular del Instituto Nacional de Colonización y ex ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca, y Luis Bértola, profesor titular del Programa de Historia Económica y Social de la FCS.

En su ponencia, Piñeiro aseguró que el crecimiento en la productividad en los últimos cuatro años se debió, en parte, al uso de los paquetes biotecnológicos: semillas transgénicas y un determinado tipo de agroquímicos. “El 80% de los paquetes son controlados por cinco empresas: Bayer-Monsanto, Syngenta, Novartis, BASF y DuPont. Estos paquetes están protegidos por patentes que impiden que los productores puedan usar libremente las semillas. En el caso de la soja, que es el ejemplo más claro, el productor que quiere plantar tiene que comprar la semilla a una de las empresas derivadas de las cinco gigantes. Debe firmar un contrato que le dice que no puede volver a usar la semilla que va a producir. Además, por el término de los cinco años posteriores a la compra, si vuelve a usar la semilla, tiene que pagar las regalías”, explicó. Sostuvo que en Argentina no se pagan las regalías y “nunca pasó nada”. Dijo que se trata de una renta porque el precio se fija, no a partir del costo de producción, sino a partir del estimativo del valor que va a tener la soja al año entrante. Según afirmó, esta es una renta de la que no se habla.

Sobre los propietarios que dan la tierra en arriendo, aseguró que hay muchos pequeños y medianos productores que ceden su tierra porque “a veces no tienen el tamaño suficiente para tener rentabilidad, y entonces la dan a otros para que sumen pedazos de distintos productores chicos y hacer un gran establecimiento”. “A otros productores lo que les pasa es que sus hijos no quieren seguir trabajando la tierra y la arriendan para poder sobrevivir. Cualquier política que se haga en torno al control de los precios de los arrendamientos tiene que tener cuidado con esta heterogeneidad interna”, explicó.

El decano también se refirió al movimiento de los autoconvocados: sostuvo que es necesario tener en cuenta la diversidad que existe entre los productores. “El productor familiar no tiene espalda para aguantar lo que está pasando, pero los productores que son propietarios de la tierra y a la vez empresarios agrícolas no deberían estar tan mal”, aseveró. A su entender, será “difícil” que el movimiento Un Solo Uruguay y las gremiales agropecuarias logren una unidad en sus reclamos, y, “si lo logran, es porque hay algo más, un cemento que los liga, que es una cuestión política: el antifrentismo”. La razón de esa oposición al Frente Amplio (FA) es “un fuerte rechazo a las políticas de derechos humanos, que se corporiza en la cuestión del salario rural y en la ley de las ocho horas”.

Por su parte, Bértola sostuvo que en la coyuntura actual se trenzan tres aspectos: “las características de la economía uruguaya, dos visiones de país y la economía política vinculada al problema de los ciclos económicos”. Sobre la economía de Uruguay, describió que se basa en pocos bienes primarios cuyos precios “fluctúan enormemente”. “Históricamente crecemos relativamente poco, no somos horribles, no estamos en África, pero estamos bastante peor que los países desarrollados. A lo largo de los ciento y pico de años que tenemos de estimaciones de producto per cápita, hay una decadencia permanente. Hoy el Producto Interno Bruto es 35% del de los países desarrollados. En términos relativos, nos va cada vez peor [con relación] al potencial de la época histórica”, afirmó. Dijo que Uruguay atravesó crisis en 1873, 1913, 1929, 1955, 1981 y 2002, y ahora, “después de una década muy grande de crecimiento, tuvimos un cimbronazo bastante fuerte”. En períodos ascendentes se tiende a creer que se va a seguir de esa manera. Luego, “cuando vienen los ciclos de alza, no sólo hay más plata. Esos ciclos nos ponen en determinadas trayectorias tecnológicas que suponen que los precios están [que seguirán creciendo], pero ¿qué pasa cuando cae el precio? Esos paquetes se desintegran”, explicó.

Sobre las “dos visiones de país”, dijo que mientras una sostiene que toda la riqueza proviene del sector agrario y que los otros sectores de la sociedad lo único que hacen es consumir esa riqueza, la otra visión afirma que el desarrollo consiste en construir formas de vida basada en bienes de distintos tipos, lo que implica una enorme diversidad y un proceso de industrialización y desarrollo de servicios muy grande. “Estos modelos se llevan los apoyos de los sectores agrarios de un lado para el otro, en distintas coyunturas. El modelo productivo del FA no fue tan transformador de las estructuras y terminó fortaleciendo una nueva forma de poder económico del sector agropecuario, más allá de las políticas redistributivas que aplicó”, aseguró. Luego sostuvo: “Si no transformamos la gallina de los huevos de oro, vamos a comprometer más gastos de los recursos que tenemos, y ahí aparece el déficit fiscal. Si no somos enormemente cuidadosos con el gasto público y si no tenemos capacidad de anticipación de los ciclos, nos vamos a encontrar con estas situaciones en las que, a pesar del enorme esfuerzo de trasformar la matriz productiva, no podemos bajar las tarifas porque hay que enfrentar el déficit fiscal”.

Por su parte, Berterreche aseguró que los reclamos de los productores siempre son sobre los costos del Estado, pero “no se habla nada de los costos privados de producción”. “Hoy el FA lo que debe discutir es el modelo de desarrollo que quiere seguir. El de 2005 nos hizo pasar de una etapa complicada en términos de cómo distribuíamos los excedentes que no teníamos y fue más o menos lógico, pero el problema es cómo seguimos ahora. Si nos basamos exclusivamente en la inversión extranjera directa, si pensamos en el aumento infinito de la productividad –que es imposible–, o si empezamos a pensar en todos los factores de producción”.

Por su parte, Buzzalino, Revetria y Flores comentaron el crecimiento de las organizaciones a las que pertenecen y destacaron la importancia del desarrollo del medio rural. “Nuestra concepción de desarrollo no es de un interior rico, sino de un interior con gente feliz y orgullosa de lo que hace. Que el campo sea una opción de vida, y no un castigo”, sostuvo Buzzalino.