La radio comunitaria Vilardevoz es gestionada por pacientes del hospital psiquiátrico Vilardebó, y psicólogos de la Universidad de la República. El documental Locura al aire fue rodado durante los preparativos para el viaje de cuatro integrantes del equipo a un encuentro de “radios locas” en México.

Las expectativas con respecto al viaje, las ansiedades y la excitación son un aspecto que enmarca la película, que empieza, justamente, con una representación/juego del despegue aéreo: los pacientes hacen que levantan vuelo. El título Locura al aire alude a los locos volando (supongo que todos o la mayoría por primera vez en sus vidas) y a los locos “al aire” en las trasmisiones radiofónicas. Hay un tercer sentido, más amplio, que refiere a la perspectiva de una mayor inclusión –con que esta película evidentemente simpatiza– y a la locura flotando alrededor nuestro, su presencia inextricable en un mundo supuestamente “saludable” pese al ocultamiento parcial propiciado por la reclusión y la imposición de una aparente normalidad.

La película hace foco en los cuatro pacientes que van a viajar; una de las psicólogas que los acompañará también aparece bastante, aunque casi nunca es el centro de atención. Así los vamos conociendo, los vemos actuar en la radio, debatir. Luego hay otros “personajes” a los que terminamos reconociendo. El conocimiento, desde la mirada amorosa del film, implica afecto, compasión, simpatía. Para quienes tenemos poco contacto con el mundo de la psiquiatría es una sorpresa y una fuente de dudas varias constatar algunos aspectos de la condición de “loco”, al menos los de tipo y grado que acompañamos aquí: solemos asociar “locura” con enajenación; sin embargo, aquí tenemos a personas totalmente conscientes de su condición, que pueden describir sus momentos de delirio. Olga mira su propia foto y comenta, con humor, que no necesita ninguna etiqueta para su condición, porque basta que miren la cara de loca que tiene. Es ella quien, para recaudar fondos para Vilardevoz, vende botones en la vereda con el pregón “Colaboren con la radio más crazy del dial”. Hay otro, blusero, que canta una balada que cuenta la historia de cuando se fugó del manicomio y conoció a una chica.

En la radio los vemos difundir consejos sobre cómo proceder frente a la violencia doméstica. Hay uno que entrevista a los activistas de una marcha por los desaparecidos de Ayotzinapa, y luego se suma entusiasmado a clamar las consignas. Las discusiones sobre salud mental se hacen en términos razonables, y dan cuenta de críticas justas a un sistema que se enfoca en controlar las crisis agudas pero es mucho menos eficaz en las soluciones a largo plazo; a la forma como ese sistema desatiende aspiraciones personales; a la práctica violenta de los electroshocks; a la sobremedicación. Pero al mismo tiempo apreciamos la complejidad de varias de esas cuestiones: el término “discapacitado” estigmatiza, pero el carné de discapacitado otorga pequeños beneficios que alivianan un poco la condición de sus portadores; a los pacientes no les conforma que el tratamiento se concentre en medicaciones, pero temen dejar de tomarlas. El término “loco” es despectivo, pero es el único práctico, porque no van a andar enumerando todas las patologías: esquizofrénico, esquizoafectivo, etcétera.

El cariño con que la película está planteada se extiende a detalles formales. Un poético plano-almohada de hojas muertas introduce la declaración en que Carolina describe el delirio usando a las hojas como ejemplo. Otro plano almohada del cielo recortado por una torre introduce el precioso parlamento de un señor sobre la belleza del día. Vemos a un entrevistado en el estudio de la radio; de pronto, su voz queda como over sobre una imagen callejera y, enseguida, gana un tratamiento de voz “radiofónica” sobre el plano de una persona con auriculares, sugiriendo la difusión del programa. Un personaje camina y la cámara lo acompaña desde atrás, y el entorno va cambiando mediante jump cuts, pero de pronto hay un último plano, estático, en el que ya lo vemos a lo lejos, pero la cámara se detuvo frente a la pintada que dice: “Dejame ser parte de esa locura”. Hay tremenda poesía en el plano de un personaje sentado en una franja soleada entre las sombras de la columnata.

Pese a unas pocas “cabezas parlantes” (personajes que declaran directamente a cámara), la táctica predominante es la del documental observacional, cuyo sentido se construye a partir de la sucesión de ocurrencias registradas sin que se llame la atención sobre la cámara y el equipo de filmación. Y esto requiere la pericia de los realizadores de poder plantarse en una forma no invasiva. La cámara capta miradas compenetradas, muestras de afecto y corazón abierto, humor. Es especialmente llamativa una charla entre dos varones en un banco en el jardín, tomada en planos muy cercanos, con la intimidad propia de una escena de ficción actuada.

Este rehusamiento a explicar, característico del documental observacional, lleva a algunas cosas interesantes. Al inicio no estamos totalmente seguros de quiénes son los locos y quiénes no: hacemos hipótesis en función de apariencias, pero hay casos equívocos que recién se aclaran con el transcurso de los minutos. Pero hay algo que me resulta un tanto incompleto en el planteo, ya que en ningún momento se aclara que estamos lidiando con el Centro Diurno del Vilardebó, donde se atiende a pacientes no-reclusos y se hacen actividades diversas (como la radio). Cuando vemos y escuchamos las proclamas contra los manicomios, eso puede sonar desproporcionado frente al clima ameno que vemos, como el de una guardería. La otra parte del Vilardebó, que adivinamos oscura y triste, no la vemos nunca, y apenas transparece en alguna referencia a electroshocks y delirios. Nuestro contacto con los dramas personales es tangencial. Sabemos que están ahí a la vuelta: situaciones de violencia, abandono, miseria, perspectivas truncadas, y casos más graves que los de esas personas que emprenden ese precioso proyecto de Vilardevoz.

Locura al aire. Dirigida por Alicia Cano y Leticia Cuba. Documental. Uruguay/México, 2018. En Sala B, Grupocine Las Piedras y Torre de los Profesionales, Life Cinema 21 y Movie Montevideo.

Más sobre este tema:

Espejos rotos

Implementación de la Ley de Salud Mental