Este año se lanzó la primera edición del Premio de Fotografía del Uruguay, organizado por la Dirección Nacional de Cultura y el Centro de Fotografía (CdF). Esta distinción, que se propone generar un espacio de desarrollo para la fotografía nacional, consiste en un monto económico (50.000 pesos), la participación en un festival internacional de fotografía, la publicación de un libro, y el montaje de la exposición en el primer piso del CdF, que cuenta con una instancia de acompañamiento curatorial. El jurado, integrado por Carlos Carvalho, Magela Ferrero y Diana Mines, premió al proyecto Purgatorio. Transitar el miedo y que la oscuridad no empañe la soledad, de Ignacio Iturrioz, por su grado de “intensidad, expresividad y compromiso íntimo y visceral”. Los jurados también señalaron que una de las incorporaciones más importantes que ha hecho el arte contemporáneo es la “diversificación del significado de lo bello en cuanto capacidad de sacudir las conciencias y procurar la dignidad de todo ser vivo, individual y colectivamente”, y “eso es lo que, a nuestro juicio, logró expresar el proyecto premiado”. Además, se ampliaron las menciones –de tres a nueve– debido al nivel de las propuestas presentadas por Manuela Aldabe, Fernando Ariano, Natalia de León, Maximiliano Deniz, Iván Franco, José Pilone, Gustavo Rosas, Federico Ruiz y Diego Velazco.

Encrucijada nocturna

Iturrioz plantea que en sus proyectos anteriores, tanto el fin de la vida como la vejez y la soledad fueron temas en los que incursionó desde un segundo plano. Y que, en esta oportunidad, decidió trabajar con el concepto de la soledad como protagonista: después de vivir solo en un monoambiente del Palacio Salvo durante siete años, el fotógrafo decidió iniciar este proyecto desde el edificio, justo en el momento en que confirmó que se mudaría. “En el Palacio Salvo comprendí que la noche es el momento de la jornada en que uno percibe o siente más la soledad, ya que uno está solo en su casa al final del día. La problemática que abordo es mi vinculación con la soledad. Siempre la he sentido presente, o la he cultivado”, pero nunca se la había apropiado como tema de exploración. “Me centro en ella teniendo a mi persona como sujeto de la misma, para después ir trabajando diferentes temas que la circundan y así poder completar la imagen cierta o errónea de mi relación con ella. El trabajo resulta así un ejercicio simbólico y subjetivo, en el cual la memoria emotiva de aquellos años es la principal aliada de este”, analiza.

Dice que siempre trabaja en propuestas que cuenten con sus problemas existenciales como denominador común, y por eso, la razón de su práctica es intentar entenderse, ya que no concibe de otra forma a su trabajo fotográfico. A partir de esta experiencia decidió que trabajaría de noche, “abrazando” su atmósfera, junto a la del edificio y sus habitantes. Así, decidió visitar “a las personas en sus casas para fotografiarlas” y, a su vez, “recorrer el edificio retratando sus innumerables partes” junto a “las personas que me fui encontrando en estos recorridos”.

Para esto trabajó con una cámara de 35 milímetros digital y con un lente 40 milímetros macro. Esta cámara y formato son con lo que “trabajo ya desde hace un tiempo y son las herramientas con las que me siento más cómodo para encarar un proyecto como este. El lente es discreto y al ser macro me permite acercarme bastante al objeto y trabajar con planos mayormente cerrados. Esto para mí era importante, ya que quería que la atmósfera de la noche fuera asfixiante. También decidí que la posproducción fuese en blanco y negro”, para que contribuyera a la consolidación de esa atmósfera sofocante.