Hace dos meses, en un viaje de avión Lima-Montevideo, tuve la oportunidad de entrevistar a Christian Rosas, fundador del movimiento Con mis Hijos no te Metas. Aunque algunos bromean con que Dios me programó este encuentro cercano, de a ratos muy escalofriante, con uno de los grandes embanderados de la lucha contra la perspectiva de género y la diversidad, que estos grupos han rebautizado “ideología de género”, fue iluminador y preocupante escuchar de primera mano cómo financian, organizan y planifican sus estrategias, propias de un pensamiento bélico en el que hay un enemigo a destruir.
Primeramente tenemos que decir que este movimiento que Rosas fundó en Perú en 2016 es una versión latinoamericana y perfeccionada de un movimiento de finales de los años 70 de Estados Unidos, llamado Save our Children (salvemos a nuestros niños). Este surgió desde el interior del movimiento conocido como Mayoría Moral, sector ultraconservador y religioso del Partido Republicano, como una protesta contra enmiendas que buscaban prevenir la discriminación a la comunidad gay en el estado de Florida. Con mis Hijos no te Metas surgió como reactivo a la visibilidad y a los derechos que fue adquiriendo la comunidad LGTBI. El concepto central era y es “salvar a nuestros niños” de los “otros” que son diferentes a nosotros los blancos, heterosexuales y judeocristianos. Así como en la Guerra Fría el adversario que destruiría la civilización occidental fue el comunismo, hoy el enemigo son quienes promueven los derechos de la comunidad LGTBI y las mujeres.
Según Rosas, su movimiento ha tenido diferentes etapas. La primera es informar, buscando demostrar que “el género es un postulado ideológico”, que “no es una definición médica”, que “sus bases son antinaturales y anticientíficas, y buscan ubicar al ser humano bajo un lente interpretativo”. Este postulado es común a los nuevos movimientos conservadores como A mis Hijos no los Tocan, Varones Unidos y Stop Abuso. Aunque tienen una base y un origen cristiano conservador, han cambiado su estrategia: ya no usan lenguaje religioso, sino que hablan en términos de ciencia, razón, derecho y libertad; usan definiciones provenientes de ámbitos científicos, como el manual de psiquiatría y publicaciones de la Organización Mundial de la Salud, para referirse a la transexualidad como una enfermedad.
La segunda etapa consiste en la reacción. Para esto, Rosas plantea la necesidad de “conformar grupos estratégicos de diferentes estratos sociales y culturales que tengan el objetivo de luchar por la verdad, la ciencia y la razón, contra esta arremetida con amplio apoyo político”. Rosas todo el tiempo define a la perspectiva de género como “una ideología autoritaria”, y con este argumento se genera un monstruo invisible al que hay que atacar en las leyes, en los manuales educativos, en la cultura e incluso en la fe.
La tercera etapa de este movimiento consiste en tratar de provocar reacciones violentas de los grupos a los que ellos denominan “pro muerte”: el propio Rosas citó como ejemplo de este accionar el “plantón” que hicieron frente a la marcha del 8 de marzo, portando pancartas que profesaban “femeninas sí, feministas no” y “Con mis hijos no te metas”, acción en la que las y los presentes no tenían permitido hablar. Se trataba especialmente de mujeres; muchos de quienes participaron bajaron de camionetas con el logo de Beraca, la ONG fundada por el pastor Jorge Márquez y por la que Rosas siente profunda admiración.
Por último, y en relación con lo organizativo, Rosas plantea que “una de las primeras condiciones para exportar este movimiento es que no se institucionalice, porque al institucionalizarlo se reduce y se concretiza lo abstracto, allí vienen las cuentas bancarias y los registros públicos, eso es en detrimento de la estrategia [...] no se puede atacar lo que no se puede definir, al no registrarse, al no definirse, se vuelve algo ambiguo [...] el ataque naturalmente será a los voceros, pero los voceros son descartables”.
La nueva estrategia no incluye sólo la movilización de personas en las calles –en Perú han logrado convocar hasta a dos millones de personas en las diferentes ciudades–, sino también el lobby político a nivel nacional, regional e internacional. Además de la presencia parlamentaria nacional, ha sido muy destacada su presencia en las últimas asambleas de la Organización de los Estados Americanos (OEA), como la que se desarrolló hace pocos días en Washington, o en la sede de la Organización de las Naciones Unidas. Estos grupos ya no tienen sólo un vocero o dos que llaman la atención por su postura intransigente, sino que ahora han logrado amplio apoyo de gobiernos y se han posicionado en varios sectores de la sociedad civil. Según Rosas, han logrado que 700 parlamentarios de 18 países firmaran la “Declaración de México”, una plataforma de incidencia regional para “defender la familia, la libertad religiosa, el derecho a la vida y combatir la ideología de género”. Lo que genera este escenario es un ambiente de polarización y radicalización, con una guerra de tipo moral, en la que los debates electorales centrales dejaron de estar vinculados con la lucha contra la pobreza, la educación o el trabajo, para que pasaran al centro las concepciones sobre familia, sexualidad y género.
Rosas advierte que su alcance político no está restringido exclusivamente a grupos de derecha. Por ejemplo, en México cuentan con el apoyo de Manuel Antonio López Obrador, candidato de izquierda con amplias chances de ganar las elecciones presidenciales. Asimismo, plantea que en Uruguay hay dos personas en el gobierno que los apoyan y darán a conocer en breve un informe que da cuenta de supuestos vínculos del gobierno con “grupos pedófilos”. Este movimiento está en sus inicios en Uruguay y va creciendo, pero es posible anticipar parte del escenario político observando lo que pasó en Brasil, Costa Rica, Perú, Colombia, e incluso en Estados Unidos. Para Rosas, el objetivo central del movimiento es “erradicar la ideología de género de Perú, el continente y el mundo”.
Nicolás Iglesias Schneider es trabajador social e investigador especializado en religión y política.