El fin de semana recibimos con conmoción la noticia de un trabajador que murió realizando labores en el techo de un supermercado Disco. A lo trágico de esta situación se suma una serie de acciones de la empresa que nos deja estupefactos: la limpieza del lugar antes de que llegara la Policía y la permanencia del local abierto al público como si nada hubiese pasado, como si una vida no hubiese terminado allí, como si no hubiese un duelo que realizar. Llegaron a circular fotos del charco de sangre por las redes, tomadas por los compradores. El lucro estuvo primero.

Qué situación terrible estará viviendo la familia. Y también qué sentimiento tendrán los compañeros de trabajo, que hoy saben que si algo les pasara (como pasó) no cerrarán las puertas de su trabajo, ni tendrán una cobertura mediática extensa; intentarán borrarlos cuanto antes, para no molestar las actividades centrales de nuestra sociedad: comprar, vender. No hay lugar para el duelo en el mundo del consumo.

¿Cómo van esas personas a trabajar día a día? ¿Qué historias de vida hay detrás de esos trabajadores? Algo de esto intentamos comprender desde el equipo de investigación sobre cultura del trabajo de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República (Udelar) desde hace algo más de un año.

El concepto de cultura del trabajo ha sido puesto sobre la mesa del diálogo social por el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, en base a su directriz estratégica 2015-2020. Aquí se remarca la necesidad de generar algunas competencias esenciales en el trabajo para el desarrollo nacional, enfatizando la capacitación, el aprendizaje de habilidades aplicables a los espacios productivos, el uso intensivo de la tecnología, la investigación, el involucramiento de los trabajadores en su hacer y el fomento de modalidades colaborativas de trabajo, en pos de la promoción de un trabajo decente, de calidad; en definitiva, digno.

Si bien la colocación de este concepto en el diálogo social es relativamente reciente, responde a una noción de sentido común, construida desde los valores tradicionales de empresa del capitalismo temprano. El 21/4/14 el diario El País publicó una columna de opinión muy elocuente al respecto. En ella se identifica un “deterioro de la cultura del trabajo en sectores de la sociedad”, a la que entiende como “una actitud honesta y productiva”, “el deseo de progresar”, “el respeto por el trabajo y los derechos de los demás”, que se aprende fundamentalmente en la empresa y se opone a las políticas sociales, que la socavan, y a los sindicatos, que la “deterioran” por su “corrupción” y “falta de valores”.

Un hecho en esta línea ocurrió el mes pasado en Santa Clara de Olimar, en el departamento de Treinta y Tres, cuando una estación de combustible fue ocupada por sus trabajadores en el marco de una actividad hípica. Como se resumió el 9/6/18 en Salto al día, en la voz de un “lugareño”: “El pueblo reaccionó expulsando a los ocupantes. La gente está cansada de los Abdala, Andrade y cía. La cultura del trabajo y el esfuerzo va a poder cada día más”.

La noción de cultura del trabajo está en disputa, entonces, y conlleva dilemas y exigencias para todos los actores del diálogo, gobierno, empresas y sindicatos. Engloba preguntas centrales para la vida de todas las personas: ¿cómo se distribuye el excedente de tiempo e ingreso que se genera con los avances tecnológicos? ¿Se reduce la jornada laboral?, ¿se despiden trabajadores? ¿Cómo se conjuga el trabajo remunerado con el no remunerado, con las tareas de cuidado, con el trabajo doméstico? ¿Cómo opera el género en el desarrollo laboral? ¿Se seguirá discriminando a las mujeres porque “se embarazan”? ¿Encontraremos personas trans de forma regular en las empresas? ¿Cómo se distribuye el riesgo en nuestra sociedad? El riesgo al paro, al despido, pero también a morir o no en el trabajo. ¿La muerte es parte de la cultura del trabajo?, ¿somos capaces de defender, por acción u omisión, que hay que morir trabajando?

La defensa a esta “cultura del trabajo”, y la oposición a la acción sindical, esconde entonces un supuesto que se vuelve evidente en este marco, que implica la deslegitimación de los sujetos colectivos como parte de la promoción y afianzamiento de esta cultura del trabajo, como parte de las relaciones laborales y de la negociación. Cultura del trabajo es una cultura de la abnegación, de aceptar incondicionalmente las reglas de las empresas, más allá de las consecuencias, incluso fatales. Cultura del trabajo se subsume a la cultura de las empresas, y esa es una de las facetas profunda del neoliberalismo, que coloca los derechos y las obligaciones en lados opuestos de la balanza.

No obstante, los avances reales no se han conseguido construyendo una cultura del trabajo “a pesar” del sindicalismo, sino justamente “con el sindicalismo”. Sólo así es que un sector que tradicionalmente padecía accidentes fatales, como el de la construcción, logró combatir la muerte de los trabajadores. Se logró transformar una cultura del riesgo en una cultura de la seguridad, y eso fue a partir de la lucha y la acción sindical.

Sin duda el país tiene avances importantes para hacer, desafíos en materia de generar una cultura del trabajo para el desarrollo, con exigencias importantes para empresarios y también para trabajadores. Sin embargo, como el triste hecho que dio origen a esta nota atestigua, esta cultura no puede ser la resignación, sino la exigencia de un trabajo de calidad en condiciones dignas. Y esa cultura no puede nacer del individualismo, sino de la lucha colectiva.

Y esto implica, paradójicamente, no aceptar menos de las empresas que lo que se señalaba en el diario El País: una actitud honesta y productiva, el respeto por el trabajo y los derechos de los demás, basado en políticas empresariales con valores humanos. Y esto es fruto de la lucha, porque nada viene dado. Quizá así, en el futuro, el supermercado pueda continuar abierto porque no tendremos muertes que lamentar.

Leonel Rivero es doctorando en Sociología, docente e investigador de la Facultad de Ciencias Sociales en el área de Sociología del Trabajo.