Vivian Reigosa Crespo es doctora en psicología y directora de investigaciones del Centro de Neurociencias de Cuba. En el marco de un acuerdo de cooperación entre el Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU) y el programa de cooperación internacional Eurosocial en el que también participó la Agencia Uruguaya de Cooperación Internacional, Reigosa Crespo está en Uruguay para comenzar con la generación de un modelo de intervención desde el Programa de Adolescencias del organismo. La especialista se está desempeñando como consultora, para generar un proyecto que estará especialmente dirigido a adolescentes que sufren situaciones de violencia y que participen en Centros Juveniles y Espacios Adolescentes.
En diálogo con la diaria, la experta cubana explicó el enfoque de su intervención, en la que aspira a involucrar a actores nacionales que trabajen en la temática para que el modelo perdure en el tiempo. El interés del INAU por abordar la temática surgió a partir de haber notado problemas de aprendizaje en los adolescentes, que dificultan su inserción escolar y laboral, a pesar de que se implementan acciones para revertirlo. Por lo tanto, se visualizó la necesidad de generar un nuevo modelo que, según Reigosa Crespo, no será “una panacea que va a resolver todos los problemas” pero permitirá avanzar en materia de “logros de aprendizaje, competencias para la vida real y para tratar de paliar los efectos que tienen estos problemas a la hora de la inserción en la sociedad”. En síntesis, la idea es vincular los problemas de aprendizaje con el comportamiento social de los jóvenes.
La experta ha impulsado el desarrollo de proyectos de ese tipo en países como Cuba, Ecuador o México, y aseguró que se pueden apreciar problemas similares, que incluso aparecen en países con un mayor grado de desarrollo. Según señaló, existe “una relación bidireccional muy importante entre la no inserción social y los problemas para aprender”. “Siempre ocurre que las personas que no tienen las competencias que les brinda la educación formal e informal a lo largo de la vida son más vulnerables y suelen tener menos éxito en su vida. Hay múltiples estudios que demuestran eso. Al mismo tiempo, la vulnerabilidad social puede producir un freno para la adquisición de esas competencias”, ilustró.
Las disciplinas
Reigosa Crespo es consciente de que “las neurociencias son un tema muy controvertido actualmente”, que tiene defensores y detractores, algunos con argumentos interesantes, pero también hay quienes tienen fundamentos “muy pobres” en ambos bandos. “Estamos en un proceso de acercamiento de las neurociencias a las ciencias de la educación, a las ciencias sociales. Es un acercamiento que se produce paso a paso y al que le falta mucho todavía para lograr una verdadera sinergia, y que lo que se encuentra en los laboratorios sobre las formas en que el cerebro aprende pueda pasar a la vida real, por medio de un impacto en las prácticas educativas de todo tipo, formales o no formales. Falta un gran camino por recorrer, pero sí pueden establecerse las sinergias, hay evidencia de que las neurociencias pueden aportar en conjunto con otras miradas; sin anularlas, pueden ayudar al objetivo que, en este caso, se propone el INAU”, consideró.
Precisamente, una de las claves del abordaje que propone la experta extranjera es la transdiciplina, que implica la intervención de varias disciplinas pero que ninguna “apueste por que su sistema de conocimientos, su epistemología, esté por encima de la otra, o es la que va a resolver el problema”. “Se plantea centrarse en un problema, presentarlo y, cuando lo tenemos bien identificado y tipificado, ver cómo se puede aportar a la solución desde las diferentes disciplinas”, explicó. Según la especialista, este enfoque se diferencia de la interdisciplinariedad en que en esta última “cada cual dice lo que puede hacer desde su parte, pero sin pensar en conjunto cómo se va a resolver el problema”. Si bien consideró que “la interdisciplinariedad es muy buena para determinados tipos de trabajo, la perspectiva transdisciplinar se vuelve necesaria para vincular los aportes de la neurociencia con lo que necesita la práctica educativa y la atención a adolescentes”, a lo que se apunta en este caso.
En cuanto al aporte específico que pueden hacer las neurociencias al modelo de abordaje que se busca generar en Uruguay, Reigosa Crespo indicó que existe evidencia que muestra que pueden contribuir para lograr cambios en las conductas violentas de los adolescentes. Una de las claves es abordar “los tres promotores fisiológicos del aprendizaje: la nutrición, el sueño y el ejercicio físico”. “Pensamos trabajar estos tres promotores de aprendizaje de una forma ecológica, que sea sostenible y sustentable. No se puede trabajar un modelo que no se sustente, por eso es importante conocer la realidad de los centros y que haya un apoyo gubernamental para generar un modelo de este tipo. Además, establecer de una manera sistemática y basada en la evidencia un programa que dosifique esos tres promotores del aprendizaje es de muy bajo costo”, añadió.
En formación
Otro de los aspectos que, según la especialista, debería tener en cuenta el modelo de abordaje con adolescentes es la formación de quienes trabajan con ellos. “Cuando la gente sabe cómo aprende el cerebro, funciona de manera diferente cuando les enseña a los jóvenes. Hay varios estudios que muestran esto. La persona que está formando a los chicos muchas veces no sabe que tiene un rol importantísimo en la modelación de los sistemas neuronales. Todos los inputs que recibe el cerebro a través de los sistemas sensoriales producen modificaciones a nivel neuronal. Uno de los modificadores más importantes en el mundo real son los educadores”, explicó. Añadió que los docentes constantemente les dan inputs a los jóvenes. Estos estímulos pueden producir una plasticidad neuronal negativa en el funcionamiento cerebral, es decir, producir una reorganización de las redes neuronales que las vuelva menos eficientes; o, por el contrario, pueden ser inputs buenos, que permitan reorganizar esas redes del modo más eficiente.
Reigosa Crespo entendió que el modelo de abordaje también debe incluir las capacidades básicas neurocognitivas que ayudan a la educación. Por ejemplo, aporta a los educadores elementos sobre acciones para enseñar mejor los números o a leer y escribir, “que son las bases de todo el aprendizaje cultural”. “Hemos encontrado que cuando intervenimos estas capacidades básicas logramos un efecto positivo en el aprendizaje escolar”, fundamentó. Según informó la experta, en Uruguay, la Universidad de la República (Udelar), el Centro de Investigación Básica en Psicología y el Centro Interdisciplinario en Cognición para la Enseñanza y el Aprendizaje “han visto una relación interesante entre el entrenamiento y la intervención de estas capacidades y el aprendizaje escolar”. “También han encontrado que los niños de los estratos sociales más bajos se benefician más de esa intervención que los de los estratos sociales más altos”, apuntó.
La idea es que los integrantes de los centros educativos formales y no formales sepan que existe este tipo de intervención basada en la transdisciplina y que, al mismo tiempo, se puede involucrar a las tecnologías de la información y la comunicación.
Sustento
Reigosa Crespo hizo especial énfasis en que cualquier modelo de intervención que se elabore tiene que estar sustentado en evidencia. En sus palabras, eso “quiere decir que se obtuvo a partir de un estudio riguroso, de que algo funciona; y no porque se te ocurre o porque crees que eso funciona, sobre lo que después haces una anécdota”. “Cuando uno cuenta una historia, tiene todos los grados de libertad para contarla como a uno le gusta. Cuando te basas en la evidencia te tienes que basar en el dato, y no puedes llegar a una interpretación si no está explicada por el dato, ya sea cuantitativo o cualitativo”, añadió.
A partir de estudios previos que ha realizado, la experta planteó que los jóvenes que tienen problemas de aprendizaje y en la neurocognición suelen tener más riesgo de una paternidad temprana, de deserción escolar, de consumo adictivo de sustancias o de problemas con la Justicia: “Una serie de signos de mala inserción social, en comparación con los chicos que también tenían problemas de aprendizaje pero no presentaban vulnerabilidad biológica, y, por supuesto, en relación con quienes no tienen fracaso escolar. Lo interesante es el componente de vulnerabilidad adicional que le pone la parte biológica. Y no es biologicismo: el problema es que esos chicos no recibieron nunca una intervención especial a esa problemática. Eso se puede trabajar. Las neurociencias han demostrado que cuando uno hace intervenciones específicas puede haber modificaciones que impactan sobre la vida real, no son efectos invernaderos”, señaló.
La visita de Reigosa Crespo a Uruguay forma parte de una etapa inicial, en la que está entrando en contacto con autoridades del INAU y con los educadores de los centros que trabajan en territorio con adolescentes. Al mismo tiempo, la especialista consideró que es un momento oportuno para incorporar a la conversación a los investigadores de la Udelar y de otras universidades que trabajen en estos temas. “Yo vengo, ofrezco algo de mi experticia para elaborar un proyecto que tenga impacto en la vida real, pero para que el modelo quede anclado no sólo tiene que haber una voluntad política de las instituciones, sino también la inclusión de gente que desde aquí está haciendo estas cosas, para que participen desde el principio. De esa manera se puede garantizar cierto éxito del modelo”, consideró.
Edad de cambios
Reigosa Crespo señaló que la adolescencia es una etapa en la que se desarrollan las funciones básicas, que están en la parte frontal del cerebro. “Es la última área que se reorganiza en el desarrollo del niño, pero también es la que más sufre durante la adolescencia los cambios fundamentales de apoptosis, que es la muerte neuronal y la reorganización de las redes neuronales. Por eso en esa edad hay tantos cambios, no sólo de humor sino de impulsividad, además de poca regulación y planeación. La última área que se desarrolla es el director de orquesta del resto de las áreas corticales y, a su vez, es la que más cambios sufre en la adolescencia”, dijo. En ese sentido, destacó la experiencia que el investigador brasileño Sidarta Ribeiro hizo en conjunto con un profesor de capoeira con niños de contextos vulnerables. “La capoeira tiene un componente importantísimo de modelación de las funciones ejecutivas, que son las que permiten la inhibición de la conducta cuando tienes que hacerlo, cuando tienes que planear tu conducta, regularla”, ilustró.