Ignacio Martínez

Foto del artículo 'Y seguirán sonando'

Cruzar la noche, de El Astillero | El Astillero surgió casi de casualidad y, a priori, parecía un tanto improbable, integrado por Garo Arakelian (ex La Trampa), Gonzalo Deniz (Franny Glass) y Diego Presa (Buceo Invisible). Debutó con el disco Sesiones (2016), en el que los músicos versionaban temas de sus distintos proyectos. Faltaba la prueba de fuego: los temas propios, compuestos por los tres, que vieron la luz este año, bajo el nombre Cruzar la noche. Es un conjunto de canciones acústicas con una dosis de oscuridad suficiente atravesadas por una pizca de luz, concepto que se hace carne en la tapa del disco (un árbol seco con apenas una hoja, por allá arriba) y en el tema que da nombre al disco (que lo abre), que musicalmente despliega una tensión irresoluble, como una promesa que está ahí, agazapada, y no sabemos si se concretará: “Seremos fuertes, / lo suficiente. / El mundo ha sido / tan duro y breve; / el posible horror, / la segura muerte, / el incierto amor, / todo lo mueve”.

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Murgang, de AFC (Arrajatablas Flow Club) | El tercer disco del dúo de raperos maragatos AFC los encuentra en el cenit de su desparpajo de machos alfa hiphoperos, con sus infinitas referencias a la cultura pop de allá, de acá y de todos lados, pero con música más groovera y bailable, como la hitera “Juana$”, y coqueteos con el rock (por ejemplo, en “Rollin”), el pop y la electrónica. Tampoco faltan los estribillos pegadizos que suenan como un mantra y ostentan juegos de palabras adolescentes que en este mundo políticamente correcto ya no se hacen (dignos del viejo y querido Cuarteto de Nos), y por eso tienen su mérito aunque parezcan trillados, como “me chupa la happiness” (“Happy Hour”).

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Fuselaje púrpura, de El Príncipe y Herman Klang | En base a grabaciones hechas a mediados de los 90 de temas compuestos y grabados junto a El Príncipe (Gustavo Pena, fallecido en 2004), el pianista y compositor Herman Klang editó Fuselaje púrpura, junto a Martín Ibarburu, Gustavo Etchenique (baterías) y Nacho Mateu (bajo), entre otros. El resultado es un compendio de excelentes y personalísimas canciones, tocadas con oficio y soltura, de esas que no se parecen a nada que ande por la vuelta, como la funky “Hey Nena” o la incatalogable “Desesueño”, una especie de candombe abrasilerado a puro piano sobre la que cabalga una melodía irresistible; la balada “Hazinha” y la versión original de “Rosa Pérez”, también de tintes funk, que Pena y Klang tocaban con la banda Malena Morgan.

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El problema de la forma, de Los Hermanos Láser | Cinco años después de su disco debut, Los Hermanos Láser volvieron con su rock-pop con aires country-folk (recordemos que un núcleo de sus integrantes era de Vieja Historia, que cultivó esa veta con creces), melodías vocales trabajadas y finos arreglos de guitarra que se elevan por sobre la media radiable de la música uruguaya, con una marcada obsesión por el tiempo en las letras. “Ese tiempo donde vos estás, / es el tiempo donde vos pensás qué hacer. / ¿Cuánto vas a hacer?”, dice el tema “Volcán”, con uno de los punteos más adictivos de todo el disco. Escucharlo es una buena manera de aprovechar el tiempo y no perderlo.

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Llegar, armar, tocar, de Jorge Nasser | Así de simple y concreto: el mejor disco de su carrera solista, sin nada que envidiarle a los que grabó con Níquel. Eso es Llegar, armar, tocar, de Jorge Nasser, un álbum que concentra todo su ser musical en 11 canciones: la milonga, en el tema que da nombra al disco y en “Linda milonga”, el rock-pop de aires yanquis y filigranas country de “La enredadera” y “Descartes”, la power ballad riffera y de tintes épicos –ayudada por un coro celestial– “La ley del mar” y la obsesión por su River Plate en la canción con la que cierra el álbum, “Parque Saroldi”. Si hay que destacar un tema sobre todos los demás ese es, sin duda, el reggae acústico “Plaza de las penas”, que si no es uno de los temas del año es porque ya se han perdido todos los valores estéticos a manos de los hipsters y sus cervezas artesanales con gustos exóticos.

Agustín Acevedo Kanopa

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Hambre, de Eté y los problems | “Acá podríamos fundar / una nueva ciudad / con cada piedra en su lugar / sin nada que cambiar / quiero un nombre entre los lobos / un lugar frente a la hoguera / la manada tuvo hambre / ya no espera”. Si El éxodo estaba inspirado en Las uvas de la ira y las migraciones masivas de pueblos chinos a las ciudades (pero augurando el montón de mudanzas que marcarían la vida de Ernesto Tabárez tras una separación), Hambre llega cuando ese pueblo finalmente encontró un lugar para asentarse, pero con los miedos y las exigencias de mantener a la manada (en este caso, funcionando como premonición de tensiones internas de la banda y la nueva condición de paternidad del cantante). Es difícil precisar, en este sentido, cuánto hay de auténtica habilidad adivinatoria en sus discos y cuanto de profecía autocumplida, pero como sea, esta condición vital de toda la carne puesta en el asador es lo que marca ya no sólo el disco, sino la mismísima identidad de Eté y Los Problems. Quizás menos hitero que el disco anterior, Hambre tiene una condición conceptual y climática más condensada, que incluso se permite inusitadas y hermosas irrupciones de vientos en “Al menos para vos” (con un dejo a los Replacements de “Can’t Hardly Wait”), o aun más iconoclastas irrupciones de una cuerda de tambores en “Ascensor”. Hambre es de esos discos inmensos en los que todo parece estar unido por hilos invisibles, aunque su aparente heterogeneidad llegue a hacernos pensar lo contrario.

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Aguafiestas, de Arquero | “Tengo todo lo que ahora preciso / vinito y guiso / sonido a Gibson / tengo todo no preciso nada / tengo mil vicios / tengo mil fallas”. Difícilmente haya habido un estribillo más pegadizo en 2018, y es que si AFC retomó el puente entre el rock y el hip hop que había construido el Peyote Asesino, Diego Arquero fue un caballo de Troya enviado al corazón del pop uruguayo. Ya con lo que prometía en sus colaboraciones con Los Buenos Modales, Arquero terminó dando forma en Aguafiestas a una sucesión de hits prácticamente infalible, desde la conocida “Chill” a la primera balada romántica realmente efectiva del rap uruguayo (“Juro palabra”, con Leandro Hache Souza). Pero el centro de su estilo es el flow elástico y todoterreno, una forma de que parezca fácil todo lo difícil y hacerlo todo con la sonrisa del gimnasta que cae perfecto y erguido ante los jurados con sus cartelitos de “10”. “¿Quién es el techo pa’ ponernos ahora un tope?”.

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Morba, de Individuo DC | Hubo pocos discos tan duros como Morba, una sucesión de canciones compuestas íntegramente por Damián Cacciali que por momentos recuerdan al American Music Club de “Love Songs for Patriots” o el Fito Páez amargo y mefistofélico de Cadáver Exquisito. Aun con momentos pop que perfectamente podrían circular por cualquier emisora, como “Sola en Marsella”, el disco, casi íntegramente, te agarra del cuello para nadar en un espeso mar de angustia, pero sin jamás caer en la conmiseración. Más que nada, Morba es de los discos uruguayos más duros que se hayan compuesto sobre el amor, su final o su inherente imposibilidad. El amor visto como algo que en la misma promesa de completud despedaza al otro o a uno mismo.

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Cábala, de Santiago Bogacz e Ismael Varela | Dos de las cabezas creativas más interesantes de los últimos años en la música uruguaya, juntas en un álbum de un solo tema, con guitarras que a veces suenan a arpas, canto difónico tibetano, dejos de flamenco, sonidos de perros en la lejanía, poesía que parece construida por flujo libre de consciencia y entradas y salidas de momentos prístinos y oscuros. De entre todas las líneas de interpretación, posiblemente la referencia a Los Que Iban Cantando es una de las más notorias, no sólo en las composiciones y juegos de voces, sino también en una paleta tímbrica asombrosa. Un disco total, la media hora de Cábala parece concentrar todo, el sonido del núcleo del universo minutos antes del big bang.

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Deflorean, de Vita Fatale | Los pibes de Vita Fatale ya habían demostrado el año pasado ser una de las crews nuevas de hip hop a mantener en el radar, con canciones como “Geisha”, con una hipnótica relación entre bases gélidas y enganches imprevistos y originales. Su nuevo EP es la condensación perfecta de muchas de las ideas que se presentaban en esos primeros cortes, con un aire nostálgico (de unos 90 en los que los jovencísimos integrantes de la banda eran tan sólo unos niños) que recuerda al primer mixtape de Frank Ocean. Con colaboraciones de Hache Souza, Mili Milanss (“jugando a ser la crème de la crème / un gran alacrán / que está esperando atacar / lacra, ¿quién te la cree?” es de las aliteraciones más lindas que dio el hip hop en este año), SPVM y un beat abisal de “Soledad”, de Los Olimareños, en Deflorean los Vita Fatale muestran que ya son mucho más que una gran promesa y que están listos para jugar en primera.