Tenía 89 años y estaba enfermo, pero dio clase hasta el jueves en la Universidad de Yale, donde era profesor desde 1955. El lunes, se supo que Harold Bloom había muerto en un hospital de New Haven, en Estados Unidos.

Era, posiblemente, el crítico literario más famoso del mundo. Alabado y denostado por su postura contraria a las innovaciones teóricas en su campo, alcanzó notoriedad global en 1994, cuando publicó El canon occidental, una obra en la que proponía 26 autores imprescindibles de la literatura de Europa y las Américas (Jorge Luis Borges y Pablo Neruda eran los representantes del sur). La sola acción de jerarquizar una producción tan vasta y de asignarle un centro (William Shakespeare) iba en contra de las ideas que imperaban en la academia estadounidense, pero su libro fue un bestseller, gracias a que funciona como una guía de lecturas imprescindibles escrita en lenguaje accesible.

Los cuestionamientos provenientes de tiendas marxistas, feministas o poscoloniales, por otra parte, no le hacían mella, y se refería a esas posturas como “la escuela del resentimiento”. Sus fuentes interpretativas, además de la propia tradición literaria, eran los textos sagrados hebreos y las teorías de Sigmund Freud.

Aunque su principal interés fue la poesía romántica, como queda claro en su obra La ansiedad de la influencia (1973), escribió, o coordinó estudios, sobre cientos de autores contemporáneos de habla inglesa. Su erudición, sumada a su incesante actividad –publicó más de 50 libros– lo volvieron una referencia ineludible en su campo, se estuviera con él o no.