Hace casi un lustro que Jaime Roos está inmerso en una especie de retiro espiritual, como hacía Leonard Cohen, sólo que en vez de irse a un monasterio zen está en su casa de La Floresta, a la que llama “La cucha”. El alejamiento de los escenarios y de los medios de comunicación masivos y tradicionales –porque en las redes sociales suele hacer posteos de vez en cuando– es inversamente proporcional a las publicaciones de material suyo. Lo principal es la reedición de su obra remasterizada que desde 2015 viene lanzando el sello Bizarro, que se estancó en la tercera tanda de discos y la cuarta está por llegar, según anunció el propio Roos en Twitter.

De todas maneras, mientras se esperan las otras tandas de discos –y su vuelta al escenario, que parece que será en 2020–, han aparecido varios libros dedicados a su vida y obra. El principal, El montevideano, de la historiadora Milita Alfaro, vio la luz en 2017 y es lo más exhaustivo y completo que podemos leer sobre el notable músico uruguayo. Y es también lo más parecido a una autobiografía de Roos que podemos leer sin que sea estrictamente eso (la autora se basó en largas entrevistas con el músico y en material de prensa para construir el relato).

Ahora bien, en el marco de la colección Discos, de la editorial Estuario, hace algunas semanas se lanzó Brindis por Pierrot, un libro dedicado al disco homónimo de Roos –de 1985–, escrito por el periodista Mauricio Rodríguez, que ya supo parir varios textos, entre ellos, también uno sobre música: En la noche (2012, Fin de Siglo), dedicado al rock uruguayo posdictadura, que resultó un buen compendio de aquella época, con grandes y largas entrevistas a varios de sus protagonistas.

Antes de empezar a leerlo, Brindis por Pierrot ya se destaca de los demás libros de la colección en dos aspectos: es el más largo (288 páginas) y es el primero dedicado a un compilado. Pero, claro está, no a cualquiera, sino a uno de los discos más vendidos de Uruguay, que a su vez tiene una de las canciones pornográficamente más gloriosas y populares de las que nacieron en este bendito país, lo que sirve de excusa para hablar de varias épocas de la música y la vida de Roos.

Para reconstruir la historia, el autor tuvo una charla de cerca de seis horas con el músico en su casa de La Floresta, algo que de antemano ya es muy loable, dado que la reclusión de Roos incluye el –casi– nulo contacto con la prensa. Además, Rodríguez tuvo el tino de entrevistar a varios de los músicos que compartieron melodías y acordes con el dueño del bigote vernáculo más famoso, como Raúl Castro, Jorge Denevi (en su caso, director del videoclip de “Brindis por Pierrot” y del teleteatro Los tres, para el que se grabó “Las luces del estadio”), Ronald Arismendi, Luis Sosa, Freddy Bessio, Edú Lombardo y Jorge Garrido.

Este brindis por Zelmar

Cada capítulo del libro está dedicado a una canción del disco, en orden cronológico –empieza con “Cometa de la Farola”, de 1976, y termina con la que le da título, de 1985–, y está basado en sus entrevistas pero también en diversas fuentes, como notas a –o sobre– Roos, y a otros músicos publicadas en distintos medios –gráficos, documentales, audiovisuales–, y también usa como fuente el libro de Alfaro, tanto el más reciente como El sonido de la calle, de 1987. Por esto, es muy probable que quienes conozcan la obra de Roos al dedillo y ya hayan leído El montevideano o prestado atención a las decenas de entrevistas que ha concedido a lo largo de su carrera –es decir, los jaimeroósfilos– puedan experimentar una sensación de déjà vu al leer este libro, sobre todo el principio, que está dedicado a las idas y vueltas del músico por Europa. Pero, también, es por esto que, justamente, el libro les resultará muy interesante y didáctico a quienes no conozcan la obra de Roos más allá de los éxitos. También es ideal para aquellos que acaban de bajar de un plato volador, vivieron en una cueva o un golpe en la cabeza les produjo amnesia, por lo tanto, nunca escucharon ni medio acorde de una canción de Roos.

El autor hace un trabajo periodístico puro, en el sentido de que oficia como mediador, sin embarcarse en ningún tipo de ensayo: ordena el puzle con todas las piezas que juntó y nos muestra la imagen más completa y “objetiva” posible del génesis y el posterior impacto de Brindis por Pierrot, pero también de varias de sus ramificaciones, tanto en la vida de Roos como en otras canciones de su autoría que no están en ese disco. La escritura de Rodríguez es correcta y concreta, sigue la línea netamente periodística, va al grano sin volteretas y no tiene problema en citar largo y tendido cuando lo cree conveniente. La entrevista original que el autor hizo para el libro está citada, en gran medida, en el estilo pregunta/respuesta y se va intercalando a lo largo del texto. El resultado es bastante ágil, como si viéramos una entrevista en televisión, de esas que de repente paran y nos muestran otras opiniones o momentos clave que sirven como disparadores para seguir con la conversación.

No quedan dudas de que la parte más interesante del libro es el último y extenso capítulo, dedicado, obviamente, a la canción “Brindis por Pierrot”, porque aporta información que no encontrábamos en El montevideano. Por ejemplo, la críticas que recibió la canción por nombrar a Zelmar Michelini junto a criminales como los porteños del Liberaij. Roos dice “o sos malintencionado o no entendiste nada”, ya que –explica– no estaba comparando, por ejemplo, a Michelini con Mincho Martincorena, sino que simplemente hay un personaje que brinda, extraña y recuerda. Además, el músico confiesa que la inclusión de Michelini fue para él: “Eran momentos políticamente álgidos. Cuando se estaba escribiendo esta canción todavía estábamos en la dictadura, y se terminó en el 85 [...] Entonces, en aquel momento quería expresar por quién brindaba yo. Y a mí el que me representaba era Zelmar. Por eso ‘este brindis por Zelmar’. Se lo hago decir al personaje”.

Lo único que quizás falta es algo de análisis musical, más allá de las letras, pero es una pata que tampoco encontramos en El montevideano y, en cierta forma, es lógico, dado que ahondar en el lenguaje musical ya es otro cantar. Pero es una pena, ya que la música de Roos es muy rica y tiene mucha tela para cortar, no sólo en cuanto a la tríada básica de armonía, melodía y ritmo, sino también en la forma en que se encara todo eso, como, por ejemplo, su personalísima manera de tocar la guitarra con la mano derecha. Pero esto no hace mella en el resultado del libro, que es muy positivo. De yapa, al final nos encontramos con varias fotos de Mario Marotta –hasta ahora inéditas– de la sesión espontánea que dio lugar a la famosa tapa del disco, en la que Roos escucha atentamente a un parroquiano, acodado a la barra del Cocktail Bar, en Andes entre 18 de Julio y San José. Mientras van pasando las imágenes, tomadas hace 35 años, caemos en la cuenta de que ya no queda quien aguante el mostrador.

Brindis por Pierrot. Mauricio Rodríguez. Montevideo, Estuario, 2019. 288 páginas.