Estamos a días de saber quiénes estarán a cargo del gobierno del país por los próximos cinco años. Sin embargo, es necesario salir de esas urgencias –imprescindibles, sin duda– e intentar mirar más allá, reflexionar sobre aspectos que son centrales en la vida de nuestra sociedad y que exceden al futuro gobierno.

I

En esta columna mencionaré algunos aspectos del Uruguay contemporáneo, relacionándolos y vinculándolos con la religión de mercado, las nociones de mito y mitología. Para esto tomé como referentes teóricos obras de autores como Claude Lévy-Strauss, Roland Barthes y Marshall Shalins, para pensar la pertinencia de la construcción teórica de mito, mitología y mito-praxis. Teniendo en cuenta esta base teórica podemos apreciar que el mito es un relato que ha sido construido y creado por los seres humanos desde las primeras poblaciones que habitaron la Tierra. Durante mucho tiempo y especialmente desde que se afianzó la noción moderna de ciencia con su método (siglo XVII), se intentó por distintos medios apartar a los mitos del quehacer científico. Plantear que la mitología estaba relacionada con el mundo civilizado era algo inaceptable por parte de la comunidad científica, y desde esa institución se la trasladaba al resto de la sociedad. Es imprescindible aclarar que estas nociones de la no existencia del mito se veían restringidas al (autopercibido) centro del mundo, los países centrales.

Es lo que Enrique Dussel (1992) denomina el encubrimiento del otro, en donde Occidente niega la existencia del resto del mundo y se coloca como centro de la historia mundial. De esta forma ubica al resto del mundo dentro del mundo de la mitología, negando la posibilidad de tener historia, y de esta manera los niega como seres humanos. Como contracara, se autodenomina y se autodefine como poseedor de la capacidad de realizar y tener historia.

Otra de las referencias teóricas para reflexionar sobre esta temática es la obra de Franz Hinkelammert (2017), el cual avanza sobre un breve texto de Walter Benjamin (1921) titulado “El capitalismo como religión”. Utiliza como referencia entonces una obra de principios del siglo pasado, la cual aún hoy –consideramos– tiene plena vigencia. Quizá en nuestra contemporaneidad podemos decir que este texto benjaminiano puede aproximarnos a entender la realidad que vivimos diariamente. En ese pequeño y substancioso texto relaciona al capitalismo con la religión; incluso, como define el título, considera que el capitalismo es una religión. Una religión particular, pues no tiene un dogma definido como el resto de las religiones, pero sí se adora al capital y todo lo que lo rodea.

Tomando como referencia este texto, Hinkelammert llevará este destello de iluminación y lo desarrollará prácticamente 100 años después. En este caso relaciona al capitalismo (en su fase actual neoliberal) con los discursos del catolicismo conservador. Especialmente toma algunas obras que vinculan al capitalismo con el relato del apocalipsis y cómo estos discursos no serían contradictorios sino que estarían formando un discurso coherente. Al hacer el análisis de la obra de Lindsey, sostiene que con esta posición se propende a construir un mundo contemporáneo que vincula al proyecto del capital con una versión apocalíptica del cristianismo. De esta manera existe un ensamble entre dos religiones.

La identificación de este cristianismo con el capitalismo no es exclusiva de esta religión. Cualquier otra religión (pentecostales, neopentecostales, mormones, evangelistas, umbanda, musulmanes, judaísmo, budistas, etcétera) parece quedar subsumida por la religión de mercado, la cual funciona como dominante sobre las demás creencias.

II

Teniendo presentes estos elementos teóricos, corresponde articularlos con la noción de desarrollo. Como se planteó, el mito se vuelve dominante en el mundo contemporáneo. El mito y la mitología contemporánea han cambiado, y hoy podemos decir que el concepto y la noción de desarrollo (esta palabra se utiliza de forma cotidiana, se da por sabido qué es; además, se da por hecho que es necesario e imprescindible y por tanto, como también dice Barthes, se vuelve parte de la naturaleza de la humanidad). Se ha vuelto un bien a alcanzar, una meta a llegar de cualquier manera.

De esta forma, la palabra parece ser una seña o una palabra clave que no está permitida pensarse o discutirse, pues es algo naturalmente favorable para la humanidad. Esta noción, en el transcurrir de la historia, se ha convertido en un mito que continúa vigente hasta nuestros días. Tomando en cuenta los trabajos de Lévy-Strauss (por ejemplo, La lógica de las clasificaciones totémicas): ¿cuáles serían los tótems del desarrollo hoy en Uruguay? Podríamos decir que el recientemente inaugurado Antel Arena es un eslabón de esta mitología; otra posibilidad es el proyecto del Dique Mauá (hoy caído, al menos por el momento) o la proyectada (y anunciada por distintos medios de comunicación y medios oficiales) planta de UPM 2. Pero estos son sólo algunos proyectos, pues si pensáramos a nivel regional, esta lista se multiplicaría. La obra de Maristella Svampa (2016) nos permite conocer los debates en torno a esta temática en la región y así podemos percibir que es un debate de largo tiempo, de una larga duración en términos históricos.

Uruguay como país tiene sus particularidades –como todos los países– y posee una mitología que podríamos denominar como propia: el batllismo o la política llevada adelante por el reformismo batllista opera en esta misma dirección, reforzando algunos sentidos del relato. Este proceso histórico-mitológico-nacional emprendió muchas obras que abrieron el laberinto del camino del desarrollo: la rambla, el Parque de los Aliados, estadio Centenario, el Palacio Legislativo, etcétera. Otro de los elementos o restos a rescatar es la figura de José Batlle y Ordoñez, quien dentro de esta mitología también podría ser considerado un tótem. Al igual que el desarrollo, a este tótem casi nadie lo rechaza –estamos pensando en los partidos con mayor representación parlamentaria y cómo en todos esos partidos existe un sector que se identifica con él– ; por lo general todos lo quieren para sí, para captar voluntades, pues tiene un poder de legitimación social importante.

Aunque parezca contradictorio si hacemos una lectura apresurada, podemos decir que el reformismo batllista empuja a Uruguay en la dirección del desarrollo y por tanto lo empuja hacia la religión de mercado. ¿Qué significado simbólico tiene el mito del desarrollo o el intento de construcción de todas las obras mencionadas anteriormente (Antel Arena, Planta de UPM 2, obras en el Dique Mauá)? ¿Qué significado simbólico tiene la búsqueda permanente del desarrollo? ¿Qué implica simbólicamente esa idea? ¿Qué hay oculto detrás de esa ilusión que digiere toda forma de vida?

Como sostuvimos antes, esta mitología del desarrollo se vincula con la religión de mercado, la cual posee el mito de los últimos días. Esta interpretación hecha por Hinkelammert (2017) –que tomamos y hacemos nuestra– cree que la destrucción de la naturaleza y de toda forma de vida en el planeta Tierra, lejos de ser un problema, sería la solución para que los seres humanos se liberen y logren su expansión espiritual plenamente. Y profundizando en esta línea, la catástrofe sería la voluntad de Dios y a ella nadie debería oponerse. La clave entonces es maximizar el crecimiento económico como sea. Dentro de esa lógica encontramos la categoría de desarrollo como elemento importante que establece en la población una ilusión, un efecto mágico (Mauss), que lleva a que gran parte de la humanidad sienta la necesidad de hacer cualquier acto para obtener dinero. Así se puede apreciar que todo es transable y entra en la lógica del mercado. Por ello la religión de mercado devora todo lentamente.

Hoy, a días de una segunda vuelta electoral, deberíamos reflexionar acerca de la posibilidad de superar esta lógica y sobre cómo esto sería posible. Con esta superación podremos evitar los estallidos que se dieron estas semanas tanto en Ecuador como en Chile, pues lo que sucede en estos países no es más que el perfeccionamiento de la religión de mercado.

Héctor Altamirano es docente de Historia.