La ley de educación vigente (18.437) declara que “en cada Consejo de Educación funcionará una Asamblea Técnico Docente (ATD) representativa del cuerpo docente que tendrá derecho a iniciativa y función consultiva en aspectos educativos de la rama específica y de educación general”. Es un órgano de carácter técnico que debe asesorar y sugerir innovaciones y cambios a cada uno de los consejos desconcentrados. Al respecto, en este mismo espacio de la diaria la semana pasada se publicó una columna titulada “Asamblea Técnico Demente”, ocasión en la que el autor estableció, a partir de la normativa vigente, esta condición técnica que la propia denominación de este órgano anuncia. Sin embargo, el autor eludió presentar algunos aspectos del funcionamiento de la ATD, particularmente en el marco del Consejo de Educación Secundaria (CES), que creo que es necesario poner sobre la mesa.

En principio, aclaro que cualquiera que se acerque apenas a mi historia podrá suponer que no tengo ningún motivo por el que defender al CES actual, ni mucho menos al Consejo Directivo Central reinante. Simplemente me remitiré a la experiencia de haber habitado muchos espacios del sistema educativo y asumiré el deber ético de hacer algunas aclaraciones, siempre ancladas en el deseo de promover la reflexión, el cambio, la revisión y la irrupción de rutinas, ese automatismo que se desencadena y que hace que algunas cuestiones a fuerza de repetirse se consideren válidas. También pretendo presentar datos que creo que es interesante considerar, como expresión de un devenir cotidiano que resulta preocupante, al menos para mí.

Por ejemplo, es bueno que los lectores sepan que se realizan elecciones para integrar la Mesa Permanente de la ATD cada tres años, organizadas por la Corte Electoral. Se supone que los docentes eligen a sus representantes para una tarea técnica, para asumir la discusión con las autoridades con la intención de sugerir rumbos y hacer propuestas. Fuimos muchos los docentes que, después de la dictadura, obstinadamente dedicamos tiempo a la lucha para la recuperación de un espacio técnico que habilitara que la voz del profesorado estuviera presente, más allá de la afiliación sindical.

Sin embargo, es necesario atender algunas señales claras que los votantes, es decir, todo el colectivo docente, han mostrado en esa instancia eleccionaria. Por ejemplo, en la última elección, en noviembre, en Montevideo el total de votos en blanco y anulados sobrepasó la suma de los votos de las dos listas disponibles. Hubo más de 54% de profesores que eligieron renunciar a tener un representante en el departamento más poblado, en tanto que a nivel nacional esta cifra fue de 49%. Y no es cuestión de creer que esto se dio exclusivamente en esta oportunidad por algún factor excepcional que lo justifique. Las elecciones de delegados de la ATD se realizan cada tres años, y últimamente esta tendencia viene en aumento. Esto da cuenta de que hay muchos docentes que no se sienten representados por las opciones existentes. El silencio es también un modo de comunicación, y este silencio del colectivo docente hace demasiado ruido como para que no lo atendamos.

Hay, sin lugar a dudas, una pérdida de identidad de la ATD en el CES. Cuando fui directora general del CES, con frecuencia hice el planteo, tanto en los encuentros con los integrantes de la Mesa Permanente como en cada ocasión en que visité la Asamblea Nacional, de que no debe mezclarse el lugar técnico de la ATD con el lugar del sindicato. Ambos son necesarios, justamente, porque tienen especificidades y objetivos bien distintos.

Entonces pregunto: ¿no será hora de una autocrítica, de volver a hablar de educación después de haber leído literatura actualizada al respecto?

Por eso no es para mí una casualidad que la gente elija no elegir. Cuando las especificidades se pierden, cuando un órgano técnico parece no cuidar su espacio de acción y se confunde en su misión con el sindicato, pasan estas cosas. Y uno no puede evitar sentir nostalgia de aquellos profesores de antaño, académicamente sólidos, que no contaminaban los espacios porque conocían la esencia y habían luchado por ella, porque para estar allí representando a otros era necesario tener credenciales de formación de grado y posgrado, estudiar, estar actualizados y ser lo más objetivos posible, creativos y claros a la hora de hacer propuestas, además consolidadas en documentos de sintaxis preclara.

Entonces pregunto: ¿no será hora de una autocrítica, de volver a hablar de educación después de haber leído literatura actualizada al respecto? ¿No será hora de abandonar las quejas por cuestiones menores y dedicarse verdaderamente a construir, a preparar propuestas, a pensar con mirada actualizada, más allá de los intereses individuales y corporativos?

De los cuatro años en que tuve el honor de presidir y dirigir el CES sólo puedo rescatar un aporte –uno solo– procedente de la ATD: la propuesta de buscar una solución para atender a los hijos e hijas de nuestras estudiantes, particularmente del turno nocturno, mientras ellas están en clase. Fue una propuesta que defendí y que encontró en el Sistema de Cuidados y en el vínculo Administración Nacional de Educación Pública-Ministerio de Desarrollo Social una posibilidad de desarrollo que sigue vigente. Por lo demás, en cada propuesta, en cada invitación a pensar juntos siempre encontré una resistencia rotunda a abrirse a nuevas posibilidades de mirar lo educativo con ojos innovadores.

Creo que es tiempo de habitar los espacios y aceptar la democracia como un ejercicio en el que se intercambian puntos de vista. No es válido en un órgano constituido por ley y cuyo cometido es asesorar y producir propuestas retirarse de los espacios de trabajo cuando no se logra imponer la mirada propia. Es hora de destituir las miradas bloqueantes y de trabajar con voluntad de prosperidad en favor de los aprendizajes de los y las jóvenes, desterrando intereses personales y miradas rígidas, que obturan la posibilidad de repensar lo educativo a la luz de los tiempos que corren.

Una vez al año se produce la Asamblea Nacional de Delegados de todo el país, donde se discuten grandes ejes propuestos por dicha mesa, las asambleas liceales y el propio CES y se producen documentos síntesis que pueden leerse en la página web del desconcentrado. La normativa, con buen tino para quien suscribe, prevé que estas asambleas se realicen en febrero. Quien suscribe logró en dos ocasiones (años 2015 y 2017) que estas se realizaran en ese mes. Más allá de la situación puntual de este año, cuestión que desconozco, no es habitual que se cumpla con la fecha establecida en la normativa para la realización de las asambleas nacionales, y quien lo dice dio la lucha en este sentido para preservar el funcionamiento de los centros educativos, por lo que la queja del autor de la columna con respecto a lo tardío de la realización de la asamblea nacional durante este año debería cotejarse con los datos que anteceden y que son comprobables en los documentos disponibles en web.

Por último, quiero dejar constancia de que concuerdo con el columnista en cuanto al juego de palabras que establece en el título de su columna, “Asamblea Nacional Demente”. Troca “docente” por “demente”, porque finalmente me queda claro que sólo aquellos con falta de juicio pueden desaprovechar la oportunidad de contar con un espacio consolidado desde la normativa para construir propuestas pedagógicas innovadoras en un tiempo óptimo en que estas se hacen, además, impostergables. La ley de urgente consideración que el candidato de la oposición prevé poner en marcha si llega a la presidencia plantea, entre otras cosas, la revisión de la libertad de cátedra y la eliminación de la presencia de los consejeros electos por el orden docente. ¿Esperaremos a perderlo todo para lamentarnos, en ese caso, con toda razón?

Celsa Puente es profesora de Literatura y fue directora del Consejo de Educación Secundaria.