La vida, además de efímera, es ridícula. Caminamos por veredas desparejas contemplando al pasar las etiquetas sobre ocres maniquíes; mojamos la yerba del mate mientras esperamos que hierva el agua en la caldera; abrazamos a nuestra pareja en la penumbra de nuestro dormitorio o en un cuarto rentado; le dedicamos un “me gusta” a la fugaz brillantez publicada por un amigo virtual y, a continuación, nos “entristece” la foto de unos refugiados que huyen de un país en guerra; nos mordemos las uñas, contenemos un eructo, deslizamos el lápiz sobre un párrafo bien escrito, volvemos a introducir la llave en la cerradura, saludamos al vecino, acariciamos al perro y esperamos que gire la radiación del microondas descongelando la cena mientras nos descubrimos, lejanos y ausentes, en el reflejo deformante de la ventana de la cocina. Por entre los resquicios de todas esas acciones, silenciosa y risueña, con guadaña o sin ella, tanto da, acecha la muerte, en espera del momento preciso para magnificarse y llevarnos de un tirón para el otro mundo. Y adiós que te cure Lola.

Cuando a las 11.28 de la mañana del miércoles 7 de enero de 2015, en la sala de reuniones de la revista francesa Charlie Hebdo, el periodista Philippe Lançon (1963) se inclinó sobre su compañero de tareas, el dibujante Cabu (1938-2015), para mostrarle una foto del baterista Elvin Jones en el libro Blue Note, no sabía que la muerte estaba materializándose en ese preciso momento delante de él. Hubo un chisporroteo y algunos gritos, una confusión tan rápida que pareció inexistente, y unos segundos después, Lançon se encontraba en el piso, con un tercio de cara desaparecida y rodeado por 12 cadáveres, entre los que se encontraba el del propio Cabu, al que la muerte alcanzó, sin que él tampoco la viera, mientras contemplaba la foto en blanco y negro del músico.

Reconstrucción

El colgajo –palabra desagradable si las hay– de El colgajo, el reciente libro de Lançon que se ha convertido en un éxito de ventas, además de alzarse con los premios Femina, Roger Callois y el Especial Renaudot, es la forma que adquiere la mandíbula de uno de los sobrevivientes de la masacre de Charlie Hebdo, luego de que los hermanos Saïd y Chérif Kouachi, al grito de “¡Allahu Akbar!”, ingresaran a la sala de reuniones de la revista satírica francesa.

El libro es la historia de una doble reconstrucción: la de la mandíbula, sometida a una serie de complejas intervenciones quirúrgicas que se proponen devolverle a Lançon el habla, la capacidad gustativa y el rostro en sí, y también la de los meses en que la víctima devenida paciente debió pasar en el Hospital de la Pitié-Salpêtrière, un centro asistencial construido por orden del rey Luis XIV en 1656 para albergar a pobres y vagabundos, y el Hospital de los Inválidos, cercano a la cripta donde descansan los restos de Napoleón Bonaparte.

Durante varios meses, Lançon se somete a operaciones y tratamientos, a dietas líquidas y sesiones de fisioterapia, a diversos viajes horizontales en camilla rumbo al quirófano y a las visitas en su habitación de cirujanos, enfermeros, otros pacientes, amigos, familiares y ex parejas. Una pizarra y una libreta son los medios de los que se vale para comunicarse con quienes lo visitan y, también, para escribir las crónicas que remite al periódico Libération y a la revista Charlie Hebdo, que, al igual que él, en los meses posteriores al atentado pasa por un proceso de reconstrucción tras la muerte de su director y de sus principales colaboradores.

La abuela de Proust

Sabido es que los hospitales son lugares de tránsito, espacios asépticos bañados por una luz blanca y fría, eternamente encendida, por cuyos pasillos se mueven enfermeras y camilleros, pacientes en recuperación que arrastran el soporte del suero y la medicación, doctores que hacen periódicas visitas como generales pasando tropa, limpiadores que empujan carros con desinfectantes, trapos y guantes, y guardias de seguridad que supervisan que la lógica del espacio se mantenga ordenada.

En los largos meses que Lançon permaneció en el Pitié-Salpêtrière, convirtió al hospital en su casa, al punto de que comenzó a extrañarlo cuando le dieron el alta. El paciente en recuperación, que al principio no hablaba ni comía y que, con el paso de las operaciones y los tratamientos, empezó a emitir palabras y a digerir alimentos, desarrolló también una serie de rituales destinados a hacer de un espacio impersonal algo parecido al hogar. Por eso El colgajo, más que la historia de una larga recuperación y el regreso a la vida civil, es también una reflexión sobre los ambientes que habitamos y el vínculo que generamos con ellos, sabedores de que siempre estamos de paso y de que el sentido de pertenencia es una noción harto difusa.

En las largas esperas y tiempos muertos entre consultas y tratamientos, entre paseos por el patio y ocasionales visitas a algún museo (siempre con guardia policial), Lançon también se abraza a la literatura para sobrevivir. El hospital no despierta al lector voraz, sino al lector insistente en un puñado de libros, que los días y las noches de insomnio reducen a dos: Cartas a Milena, de Franz Kafka, y La montaña mágica, de Thomas Mann. Y, por sobre ellos, leído a duermevela o cuando comienzan a disiparse los efectos de la anestesia, En busca del tiempo perdido, obra con la que Lançon se reencuentra y en la que bucea hasta convertir un pasaje en talismán: la secuencia en la que Marcel Proust narra la muerte de su abuela, que lee antes de cada operación e, incluso, en la camilla rumbo al quirófano.

Minimalista en su propósito de reconstruir el fragmento de una vida, la propia, hasta el más mínimo detalle; de una crudeza que abreva en la despersonalización del cuerpo al cobijo de las instituciones y de una fría luminosidad que hace de una tragedia un particular canto a la vida, El colgajo es un libro denso que se permite dos por tres, y a pesar de su asunto, una bienvenida liviandad, y en el que, por sobre todas las cosas, el autor no moraliza y se limita a contar su historia, que es la única que importa.

El colgajo. De Philippe Lançon (traducción de Juan de Sola). España, Anagrama, 2019. 448 páginas.