La necesidad de generar un “cambio” ha sido uno de los pilares discursivos de la campaña electoral de los partidos de la oposición al sentenciar que el proyecto político del Frente Amplio (FA) se ha agotado y ha fracasado inobjetablemente. Desde esta premisa, el cambio sería el deber ser del electorado si realmente deseara evolucionar a una nueva etapa histórica en la que un proyecto político superador traería el progreso y la prosperidad.

Los líderes de la coalición coinciden en las virtudes de la alternancia del partido de gobierno porque de este modo se oxigena y revitaliza la vida cívica, lo que aseguraría la buena salud de la democracia. En este sentido, el eslogan del Partido Nacional, “Está bueno cambiar”, construye una cadena semántica y causal entre cambio y bueno para instalar la idea de que el cambio siempre es para mejor, a pesar de que, de hecho, este puede ser en favor de proyectos políticos regresivos.

El mencionado eslogan concibe el cambio como parte de una ética (el cambio es bueno) y como causa final de este proceso electoral. En este sentido, el cambio no sólo permitiría la llegada de un nuevo proyecto político al gobierno, sino que, de hecho, sería un proyecto en sí mismo porque sería lo bueno, lo justo y a lo que Uruguay estaría destinado.

La idea de bueno del eslogan del Partido Nacional (PN) trivializa la política y lo político al colocarlos en un plano de igualdad con otras esferas de la vida cotidiana de las personas, como pueden ser el consumo, el entretenimiento y las relaciones entre pares. Así, el gusto, lo estético, la satisfacción del deseo y lo sentimental cobran un valor superlativo en un proceso de conversión de la política en un producto que depende de la alternancia para su subsistencia en el mercado.

Del sentido común: el cambio como lo obvio y lo lógico

La coalición ha tenido éxito en instaurar un principio de realidad que se muestra como absoluto y que determina un valor de verdad único. Desde este sentido común se sentencia como verdad irrefutable que se debe cambiar porque el FA ha llevado a Uruguay a la decadencia total, fruto de su mala administración y sus fracasos, por ejemplo, en materia de trabajo, gasto público, educación y seguridad pública. Una de las críticas al gobierno más resonantes en el discurso de la coalición es la política impositiva excesiva para solventar un Estado innecesariamente grande y costoso que ha entablado mecanismos asistencialistas que premian la vagancia por encima del esfuerzo y el mérito.

El sentido común de la oposición canoniza el mérito como motor del progreso, como bien se observa en la página 118 del programa del PN al considerar que “la pobreza no consiste en la insuficiencia de recursos que permite satisfacer necesidades básicas, sino en la incapacidad de generar esos recursos en forma autónoma”. Por lo tanto, se hace una lectura de la pobreza en clave psicologicista, anímica, individualizadora y actitudinal que, de hecho, desconoce cuestiones estructurales muy complejas de este fenómeno y lo reduce a una cuestión de falta de entusiasmo, optimismo, sacrificio, ganas y voluntad.

La meritocracia como dogma y sacramento puede tender a promover una lógica empresarial de capital humano: individuos libres que compiten libremente no ya desde el intercambio de bienes y servicios, sino desde ellos mismos como capital propio, es decir, la persona misma es el capital que compite en el mercado y, por tanto, incesantemente, debe optimizar, valorizar y cotizar su persona para ser más competitivo y aumentar su tasa de retorno de ganancia y de inversión.

Si se desconoce este punto de partida, no se comprende por qué el PN y el Partido Colorado (PC) exaltan el emprendedurismo en sus programas de gobierno y por qué afirman que esta suerte de estado mental y emocional de pobre se revierte gracias a la adquisición de capacidades, habilidades, competencias y aptitudes. Desde esta perspectiva, perdurar en la exclusión sería un síntoma de la falta de compromiso y responsabilidad de la persona con su proceso de cambio sin considerar que esa persona está situada en una sociedad con responsabilidades colectivas y en donde la exclusión material, simbólica y discursiva está por encima de cualquier saber práctico e instrumental y de cualquier espíritu optimista y emprendedor.

Cuestión de tiempo: el cambio para volver o avanzar

La cuestión de la temporalidad tiene un peso importante en los discursos de los partidos de la coalición para lograr instalar la necesidad del cambio. La concepción circular del tiempo es muy evidente en Cabildo Abierto (CA) y en el PC, que plantean la idea de regreso a un Uruguay como tierra prometida que fue arrasada por el FA. La idea de recuperar el “pequeño país modelo” del PC y la necesidad de “poner fin a este relajo” de CA, para recuperar los valores tradicionales de la sociedad uruguaya, expresan una dimensión restauradora de un paraíso perdido cuya esencia aún se puede recuperar si el pueblo así lo dispone.

El gusto, lo estético, la satisfacción del deseo y lo sentimental cobran un valor superlativo en un proceso de conversión de la política en un producto que depende de la alternancia para su subsistencia en el mercado.

La lógica de retorno a un Uruguay excepcional y de los valores es evidente en discursos de los líderes de la coalición, como es el caso del spot radial del PC en el que se afirma que “como todos, de Europa venimos y a Europa vamos a volver [...] para salir de una América Latina infectada de populismos”. Esta afirmación no sólo impacta por su eurocentrismo problemático, sino porque, además, da cuenta, justamente, de la idea de un Uruguay insular y distinto a la región. Por otro lado, desde CA se propone una gesta caudillista y épica en favor de la “Patria” para restituir la soberanía popular que el FA no respetó y desconoció. Ambas lecturas no sólo resultan cuestionables desde un punto de vista histórico, sino que, por encima de todo, imposibilitan pensar a Uruguay en clave regional por fuera de una autorreferencialidad muy reduccionista.

Por su parte, el PN ha utilizado el cambio desde una perspectiva temporal lineal y finalista, como si fuese un hecho natural e inevitable el dar ese paso en el estado evolutivo para alcanzar niveles más altos de desarrollo moral, económico, social, cultural y político. Se aprecia una concepción mesiánica en su retórica al concebir a un pueblo harto que espera la Buena Nueva para acceder a un estadio superior y redentor en la historia de Uruguay. Como afirma su spot “Nueva historia”, “soñá y creá [porque] es tiempo de conquistar un aire nuevo de libertad [...] una historia nueva nacerá”, y esa “historia nueva”, de acuerdo con lo que “siente” Luis Lacalle Pou en su spot titulado “Carta”, estaría marcada por el reconocimiento del esfuerzo de quienes “ponen el hombro” y por el “no haber dejado nada y a nadie afuera”.

A diferencia de la concepción restauradora del PC y de CA, el PN promete la refundación de un orden en el que la política dejaría de ser confrontación para pasar a ser unión. Por tanto, ante todo, el cambio es “bueno” para resignificar la política e instalar la idea de que quien confronta, protesta, lucha, discrepa, disiente y recurre al enfrentamiento discursivo pertenece a una política perimida que atenta contra los intereses de un pueblo uruguayo que desea el cambio en pos de la armonía. De este modo, se desconoce absolutamente las tensiones intrínsecas de la desigualdad dentro de la sociedad y se desacredita a quien se atreva a generar conflicto y tensión. La negación de la dimensión dialéctica de la política la vacía y la convierte en una práctica basada en el trabajo en equipo, las buenas intenciones, las ganas, los sueños, el optimismo, la buena onda, y en manos de los “mejores y más preparados”.

De víctimas y victimarios: el cambio como defensa del pueblo

El fundamento de cambiar que esgrime la coalición también se respalda en la idea de que se debe cambiar de gobierno para defender al pueblo uruguayo de enemigos externos e internos. En cuanto a los primeros, la coalición se alterna en críticas en contra del influjo castro-chavista-bolivariano y en contra de la “izquierdización” cultural expresada por la “ideología de género”, el multiculturalismo y en políticas de reconocimiento a minorías que atentan contra los valores de familia. En cuanto a los segundos, se configura un chivo expiatorio interno, depositario de todas las responsabilidades colectivas, que permite purgar al cuerpo social de la culpa compartida. Sin desconocer los problemas reales de seguridad en Uruguay, la idea de ciertos individuos como amenaza a erradicar colabora a instalar una lógica binaria (ellos/nosotros) muy simplista, porque no sólo banaliza el punitivismo y el rol de las Fuerzas Armadas, sino que contribuye a fracturar la sociedad en dos mediante una frontera imaginaria insalvable que, lejos de incluir a “todos”, estigmatiza, excluye y expulsa.

El nido vacío: el FA y el desafío de ser el cambio

La inconsistencia entre derechos universales y las posibilidades materiales y simbólicas reales para el ejercicio de esos derechos tiende a poner en jaque a la democracia como valor y como sistema. La universalidad de la aspiración y la desigualdad de los puntos de partida han minado la credibilidad de los partidos políticos como mediadores de demandas populares y, por tanto, el deseo de cambio se hace compulsivo en el intento de dar con el proyecto correcto. En este marco, el FA emerge como la tradición a extirpar porque, para cierto electorado, expiró. Por ende, “está bueno cambiar” a como dé lugar. Lo interesante y paradójico es que, en algún punto, esa necesidad de cambio no contemple que el deseo de aspirar a “más y mejor” ha sido posible gracias a un proyecto político que, con aciertos y errores, ha puesto al alcance de miles la posibilidad de hacer ese simple ejercicio de cambiar desconocido para muchos previo a estos 15 años de gobierno del FA.

Joaquín Rodríguez es docente de Historia en educación media.