El otro día mi hermana me escribió: ¿es cierto que las probabilidades de que el Frente Amplio (FA) gane tienden a cero? Yo, que soy politólogo –pero he descuidado prolijamente cualquier tendencia a la meteorología electoral–, me sorprendí por la extraña pregunta. Bueno, mirá –atiné a contestar–, yo creo que Luis Lacalle Pou tiene mejores probabilidades de ganar, pero de ahí a que las de Daniel Martínez tiendan a cero... ya hay una distancia sideral. Para mí ese pronóstico tiene una enorme distancia con la realidad, porque las próximas elecciones serán las más competitivas desde 1994, pero, sobre todo, guarda una enorme distancia filosófica con el deber ser de las cosas.

Voy a empezar con el segundo asunto (que a usted, que está leyendo, seguro le interesa menos). Algo que en general no tenemos presente es que la democracia tiene una relación muy íntima con la probabilidad. De hecho, cuando surgió la democracia, muchos cargos políticos tendían a proveerse por sorteo, porque se consideraba que esta era la forma más segura de que todos tuviesen la misma probabilidad de desempeñarse en la función pública, ya fuera en un tribunal o en la dirección de una asamblea.

Modernamente elegimos los cargos, pero todavía pensamos que la democracia es un sistema en el que cualquiera puede llegar a ganar. En otras palabras, la democracia no asegura la rotación en el gobierno, ni que todos tengan las mismas chances, pero sí supone que es un sistema limpio, no coactivo, en el que cualquiera tiene posibilidades mayores a 0 de ganar. Mucho más si se trata de un candidato que obtuvo 40% de los sufragios en una elección democrática, ¿no es así?

Pero además, la confianza en que la probabilidad es mayor que 0 es lo que impulsa a los ciudadanos de todos los partidos a intercambiar ideas, a escuchar a los políticos, a leer programas, a debatir, a vivir sanamente la política. La democracia se vive. Y sólo se sostiene si se vive bien. Lo complicado es que si alguien piensa que sus posibilidades son 0, racionalmente puede hacer dos cosas, y ninguna es buena para sí mismo ni para la democracia. O se desanima, o se enoja con el sistema que le asigna chance 0.

Todo a su tiempo. Dentro de un mes las chances de Lacalle o de Martínez serán 0, y no tenemos por qué apresurarnos hasta que llegue ese momento. De eso se trata vivir la democracia, interesados y sin crispación de ninguna especie. Que el resultado se tome su tiempo, y cuando esté listo, que el que perdió lo acepte, sabiendo que pudo haber ganado. Y que el que gane tenga presente que pudo perder, a ver si así no actúa con soberbia o intolerancia desde el gobierno. A ninguna de las dos cosas ayuda andar anticipando a rajatabla, ni aunque tuviéramos elementos firmes.

Si el FA consigue que uno de cada cuatro votantes de Manini o de Talvi voten por Martínez, estará muy cerca de ganar la elección. Incluso puede necesitar menos si algunos de ellos votan en blanco.

Por otro lado, ¿hay elementos firmes para asignar probabilidad cercana a 0? Bueno, a ver. Lo primero es que una probabilidad de un fenómeno cercana a 0%, está conceptualmente muy, muy lejos de una probabilidad de 20%, 30% o 50%. Tremendamente lejos. Por eso, cuando afirmo que algo tiene probabilidad cercana a 0% le agrego –queriendo o no– algo de tremendismo a mis palabras.

Supongamos que un evento tiene 80% de probabilidades de ocurrir, y yo afirmo que sucederá con total certeza. Posiblemente mi hermana considere que mi pronóstico tiene una base científico-probabilística. Al fin y al cabo, estudié ciencia política, tal vez aprendí algo que me permite anticipar lo que ella no ve –y eso que es mucho más perspicaz que yo–. Aunque mi afirmación no tenga asidero o ciencia que la respalde, el augurio cuenta con muy buenas chances (cuatro de cinco) de parecer finalmente verdadero dentro de un mes. ¡Tremendidá!, diría Juceca. Tengo las mejores posibilidades de que el resultado me avale, a pesar de que lo que dije nunca haya sido cierto.

Hoy por hoy, parece que Lacalle tiene mejores posibilidades que Martínez. Todavía queda un mes. Y Ernesto Talvi y Guido Manini Ríos no pueden empaquetar a quienes los votaron y mandarlos por correo privado a la casa de los Lamas, ni siquiera consiguen suficiente papel de embalaje. Si el FA quiere ganar, lo primero que debe hacer es conocer las razones por las cuales muchos ciudadanos dejaron de votarlo. Y luego tiene que ofrecer alternativas creíbles en aquellos temas que son sensibles para estos votantes. Creíbles por realizables, creíbles por compatibles con los postulados del FA, creíbles por representar reales soluciones a estos ciudadanos.

El FA puede dirigirse de a pie y desde el llano a la gente, en el mismo territorio donde perdió. Con una actitud de trabajo y de escucha. Si consigue que uno de cada cuatro votantes de Manini o de Talvi voten por Martínez, estará muy cerca de ganar la elección. Incluso puede necesitar menos si algunos de ellos votan en blanco. ¿La probabilidad de algo así tiende a 0? No, claro que no. Aunque para mi modo de ver es menor a 50%. El FA tiene a su favor a sus militantes, que viven la política. Si piensan que la chance es 0, seguro se desaniman y tendremos una profecía autocumplida. Si se convencen de que con un trabajo humilde y parejo es posible, pueden dar una sorpresa.

Federico Traversa es doctor en Ciencia Política e investigador del Instituto de Ciencia Política de la Universidad de la República.