El fin de semana estuve en Chile, nuestro querido país vecino, en medio de una convulsión social sin precedentes. El escenario es complejo y merece análisis a la altura; pero merece también contar “en fácil” por dónde vienen los debates y las posibles salidas.

La primera conversa con el taxista resumió todas las conversaciones sucesivas: “No se puede vivir así”. Esa frase consigna la dignidad que desde la plaza que acuna a les manifestantes se convirtió en la palabra clave de las demandas. Pero ¿qué debaten como lo digno?

La educación

Chile se caracteriza por la privatización de la educación. Como dice la periodista y académica María Olivia Mönckeberg, les alumnes son vistes meramente como clientes y perpetúan un mercado que sostiene la subordinación social. La educación, el elemento central de la movilidad social y de la emancipación humanas, está en manos de empresarios capitalistas y no del Estado. Avanzando en este sentido, el gobierno de la Concertación generó en 2005 una política de créditos con aval del Estado, que apunta al acceso de las clases medias a los estudios superiores. Es decir, los bancos te prestan la plata a cambio de tu hipoteca. Eso, indefectiblemente, aumenta el porcentaje de profesionales que inician su carrera endeudades.

Las manifestaciones, huelgas y movilizaciones de 2011 pusieron, de hecho, arriba de la mesa la injusticia que representa salir endeudade de la universidad, y plantearon la educación como un derecho y no como una mercancía. Si bien eso motivó una serie de reformas, en esencia el modelo no cambió.

El sistema de pensiones

Chile tiene un sistema exclusivo de administradoras de fondos previsionales (AFP). Esto quiere decir, en palabras del taxista, que vos le vas pagando a la AFP tu seguro para jubilarte, ellos hacen “negocios” con tu plata y cuando vos terminás de trabajar te pagan por mes “tus ganancias”. En síntesis, nuevamente es el mercado el que regula la parte de las ganancias que te corresponden, y establece actualmente que 90% de la población tiene una jubilación de menos de 7.200 pesos uruguayos. Las personas pueden jubilarse a los 60 o 65 años y lo hacen condenadas a la pobreza o con los ahorros que hayan podido juntar.

La salud

Una compañera muy atinada me dijo: “El sistema de salud de Augusto Pinochet mató más gente que el mismo Ejército”. La lógica de los seguros de salud como el de Chile es de cobertura mínima, sin regulación de los precios de los tickets, y te obliga a pagar para operarte, por ejemplo.

Estos tres ejemplos no son los únicos en los que impera la lógica de mercado. El agua, como el resto de los servicios públicos, es privada, los sindicatos son débiles, las jornadas laborales extenuantes, los tiempos de traslados en las ciudades muy largos, y lo público es prácticamente inexistente. Por otra parte, los salarios parlamentarios chilenos son de los más altos del mundo, en el entorno de los 12.000 dólares por mes.

Pero a los clásicos ítems de derechos humanos fundamentales, y a la necesidad de que se vean reflejados en una nueva constitución escrita en democracia, se suma la necesidad de una democracia paritaria que contemple y reconozca a las poblaciones indígenas.

La gente salió de la casa no sólo a manifestar, no sólo a decir basta, sino también a reunirse en asambleas ciudadanas para discutir de todo. La verdad de la política desde la acción colectiva.

Las performances de “Las tesis” que en la última semana han recorrido el mundo denuncian la violencia sexual patriarcal a la que son sometidas las mujeres, pero también la legitimación de un sistema que mata, oprime y violenta a todas las mujeres. Asimismo, las manifestaciones de respaldo alrededor del mundo exigen al sistema político estar a la altura de los reclamos e incluir la cláusula de paridad en la nueva Asamblea Constituyente.

También en la mesa se dispone el debate sobre la representación de “independientes” y poblaciones indígenas, que en este sistema impuesto no han podido compartir socialmente aquello que desde hace miles de años vienen construyendo en sus tierras, en una cultura que ha sido apropiada y saqueada por el capital colonial.

“Los medios mienten”, advierten los grafitis en la calle. Porque en verdad no habían dimensionado el poder de las “asambleas de vecinxs”. La gente salió de la casa no sólo a manifestar, no sólo a decir basta, sino también a reunirse en asambleas ciudadanas para discutir de todo. La verdad de la política desde la acción colectiva. Hacer cosas juntes, sin más poder que el que nos conferimos entre nosotres.

La brutalidad de la Policía es sin duda un factor central del enojo social. La Policía viola hombres y mujeres, asesina, reprime, deja a muchísimas personas sin ojos, arremete con caballos contra manifestantes. Esa rabia, esa impotencia que causa la represión cuando se reclama lo justo, denota que quien gobierna no quiere escucharte, sólo hacer que te calles y sigas viviendo así, como dice Inodoro Pereyra, “mal, pero acostumbrado”.

La salida parlamentaria de una Asamblea Constituyente es una salida muy inteligente, porque pone arriba de la mesa la posibilidad de discutir todo. Es necesario tener un Estado que proteja los derechos de las personas por sobre los empresarios y también por sobre los gobiernos.

Preocupa, en cambio, el descrédito hacia los partidos políticos como “capaces de sintetizar a la sociedad”. La permanente acusación de gobiernos de cúpulas y los acuerdos entre varones imprimen un sentir de desconfianza institucional. Sin duda, eso representa primero un enorme peligro, aunque también una oportunidad. Un peligro, porque si no hay políticos y políticas, siempre hay militares. El poder no se traslada a la sociedad porque sí ni en paz si no hay procesos y acuerdos sociales amplios. Es una oportunidad, a la vez, porque si los nuevos partidos de izquierda son capaces de incluir en sus filas personas nuevas, personas con vocación social, mujeres y disidencias, personas indígenas, entonces tendrán mejores condiciones para ponerle una mejor cara a la política. Una cara más parecida a la de su pueblo.

Y digo “las nuevas izquierdas” porque es necio no reconocer que la agenda social de reclamos coincide exactamente con el programa por el que el Frente Amplio chileno ganó sus bancas. Es indiscutible entonces que la frescura joven y feminista que imprimieron a la política, resultado de las movilizaciones de 2011, le dio la oportunidad a la gente de ponerle palabras a aquello que es justo y, como dicen, digno. Será esa generación, entonces, el que tendrá las mejores condiciones para salvar a la política de los empresarios y devolvérsela a la gente. Y me consta que, con aciertos y errores, no han dejado de intentarlo.

Chile despertó y empezó el camino de discutir un nuevo pacto social, económico y político. Recuperar la política, sanarla, cuidarla, rearmarla y quererla es un camino imperioso en la redistribución del poder. Pero, sobre todas las cosas, para que la dignidad sea ley.

Patricia González es politóloga, feminista y militante de Ir, Frente Amplio.