En las separaciones, aquello que nos enamoró de nuestra pareja es lo que casi siempre termina por convertirse en la razón principal de nuestro odio hacia ella. Cuando cae el velo del amor, ese detallecito, ese pequeño ojo de volcán del que emergía nuestra pasión invierte su polaridad y se convierte en un remolino que succiona todo.

Noah Baumbach, que no hace mucho atravesó una dura separación de la actriz Jennifer Jason Leigh, parece entender muy bien esto y, astutamente, construye el comienzo de Historia de un matrimonio como dos miniensayos, escritos por marido y mujer, sobre qué es lo que le gusta a uno del otro; una referencia, o más bien un homenaje al comienzo de Escenas de la vida conyugal (1973), de Ingmar Bergman, en el que cada uno hablaba sobre sus propias virtudes. En esta narración originaria, los elementos que se suceden son perlas que parten de pequeños detalles para dar cuenta de la personalidad completa del otro, y todo parece ser un gran tour de force romántico si no fuera porque, en vez de encontrarnos escuchando votos matrimoniales, lo que presenciamos es parte de un ejercicio de conciliación que lleva a cabo un psicólogo de pareja para prepararlos en su inminente divorcio.

Si uno revé la película, comprueba que todo está contenido ahí: cada una de las razones que a lo largo del metraje se convierten en la razón que desata la angustia, la furia y el rencor de ambos (no necesariamente en ese orden) están en esos elementos que uno admira del otro, como retoños de odio que crecen entre las grietas. El elemento más interesante de esta fenomenología amorosa es la competitividad de ambos ejemplificada en el Monopoly, el único ítem en el que los dos parecen coincidir, lo que convierte al juego de mesa en una gran metáfora de lo que será el derrotero de su divorcio: en el comienzo no hay malas intenciones, pero una vez que el sistema legal se pone a andar, sigue su propia lógica, independiente ya de los litigantes, y en la que todo se determina según en qué casilla cae uno y qué cara de los dados aparece en el tablero.

Quizás Historia de un matrimonio sea el film de Baumbach en el que hay un aire más serio y “maduro”, un poco similar al giro bergmaniano de algunos de los mejores films de Woody Allen (como Interiores, de 1978), aunque en verdad su cine siempre estuvo construido alrededor de finales, o de la dificultad de aceptarlos cuando aparecen en el horizonte. El arco dramático de sus films siempre gira en torno a la pérdida y la aceptación, un cierre definido en una suerte de unión simbólica, un gesto de reconocimiento mutuo en el que no se vuelve al estado idílico de antes, pero que se convierte en una ofrenda de paz. En este sentido, Mr. Jealousy (1997) y Frances Ha (2012) tienen casi el mismo final: el placer de ese gesto de poder encontrar a quien queremos en una habitación llena de gente. En estos dos films, ni la relación amorosa de la primera ni la amistad de la segunda se va a recomponer del todo, pero en esos gestos hay un reconocimiento de lo que son y de lo que fueron.

Lo mismo ocurre con Mistress America (2015), en la que la protagonista pierde lo que podría haber sido una hermana pero gana una persona con una relación más realista, o Los Meyerowitz (2017), en la que el reconocimiento al padre de los tres hermanos llega encapsulado por el reencuentro con su nieta en una pequeña escultura suya, perdida en el gigantesco archivo del museo Whitney.

Al fin de cuentas, todo se trata de comunicación o de su imposibilidad inherente. Todos los films no tratan sobre esta imposibilidad de entenderse y funcionan, de una forma tan sutil que nunca se coloca por delante de lo comédico, como comentarios sobre las condiciones de posibilidad de lo narrativo: sus límites, su ética, sus posibilidades. Así, Mientras somos jóvenes (2014) es tanto un film sobre el abandono de todas las pretensiones de juventud como un ensayo sobre los límites éticos que circulan alrededor de la manera en que cambiamos una narración para que sea más efectista (las discusiones que el personaje de Ben Stiller tiene con Adam Driver sobre cómo el último altera la forma en que llegó a dar ciertos datos para hacer que su documental tuviera una impronta más dramática y autobiográfica); en sus respectivos finales, Pateando el tablero (1995) y Greenberg (2010) incluyen una reflexión sobre cómo se lee un mensaje cuando llega a destiempo; y tanto Margot y la boda (2007) como Historias de familia (2005) y Mistress America discuten constantemente cuánto de lo autobiográfico tenemos derecho a meter en nuestra escritura cuando esas historias involucran a otros.

En Historia de un matrimonio esta dimensión metanarrativa corre por cuenta de Nora (Laura Dern, que parece prender fuego todo lo que toca), la abogada de Nicole (Scarlett Johansson), cuando le dice de trabajar en su historia, o en la creación de una narración propia, a la hora de prepararla para el divorcio. Esta idea de que no hay verdades sino narrativas encastra a la perfección en una historia en la que, por un lado, las dos partes litigantes son narradas por sus abogados, en un juego que juega por ellos, y, por otro, en un debate en el que los dos manejan la misma dimensión de verdad en sus respectivas angustias. Quizás el momento en el que esto queda más claro es cuando Charlie (Driver) discute a los gritos con Nicole, en un in crescendo casi demencial de enojo y reproches que nunca deja de mostrarnos, de forma curiosísima, cómo los dos tienen razón (Nicole en cómo su pareja siempre hizo y deshizo en base a sus anhelos artísticos, relegando las aspiraciones de ella a un segundo plano, y Charlie, que enfrenta un cambio de escenario dramático para el que no había sido preparado). Quizás la intervención más brillante de la escritura de Baumbach viene de la voz de Charlie cuando le grita a su esposa: “Fuiste feliz conmigo hasta que decidiste que ya no lo eras”. Hay una dura y honda verdad en esta sentencia, pero es una verdad que le da tanto la razón a Charlie como a Nicole: ser feliz y dejar de serlo no sólo es una sensación, también es una decisión, o al menos una forma de aceptación o negación, y está atado a vaivenes mucho más frágiles que los que pensamos.

Por estas razones y más (en esta nota salteamos decir que, como en todos los films de Baumbach, por delante y detrás del drama hay mucho humor, incluyendo un gag físico que involucra a un accidental corte de venas), podríamos decir que, a diferencia de muchas películas en las que la referencia queda bastante grande, Historia de un matrimonio no tiene nada para intimidarse cuando se la considere la Escenas de la vida conyugal del siglo XXI.

Historia de un matrimonio. De Noah Baumbach. Con Scarlett Johansson, Adam Driver y Laura Dern. En Netflix.