Resulta que luchar para que nadie sea explotado por otros/as es algo central para la humanidad, pero organizarse para que eso se haga buscando la igualdad de todos los seres humanos es una estupidez.
¿Debemos sacar la conclusión de que está bien que existan algunas clases de explotación que pueden ser aceptadas?
¿Por qué las reivindicaciones obreras son justas y las planteadas por las mujeres organizadas, los y las afrodescendientes, las personas de distinta orientación o identidad sexual, las etnias, las personas con discapacidad o mayores, son producto de la estupidez humana?
¿El grado de explotación no pasa por las mayores vulnerabilidades dentro del colectivo humano?
Las reivindicaciones plasmadas en convenciones que los estados han discutido y ratificado en la Organización de las Naciones Unidas son el producto de la lucha de los pueblos que identifican los distintos grados de explotación y uso que se hace de sus cuerpos, trabajo, producción.
Despreciar estas largas luchas por visibilizar las distintas (y a veces invisibles) formas en que se reproduce la pobreza, así como los obstáculos para la inclusión en los procesos de desarrollo, es ignorar el mayor aporte que el siglo XX y el XXI vienen haciendo a las utopías de cambio hacia la justicia social.
Desconocer los aportes que las feministas han hecho para mejorar las herramientas de lucha contra la pobreza confirma el alejamiento brutal de un dirigente de los avances en políticas públicas realizados en las últimas décadas.
Cuando desde el exterior se nos pregunta cómo es posible que un país como Uruguay, tan avanzado en legislación y políticas sociales, tenga tan poca representación femenina en lugares de decisión, podríamos recomendar leer la entrevista que la última edición de Voces le hace al senador José Pepe Mujica, para ejemplificar cómo el viejo patriarcado masculino entiende qué es hacer política.
La omnipotencia del guerrillero que se resiste a declararse víctima del terrorismo de Estado porque eso disminuye su autoestima de combatiente, la igualación de numerosos militares demócratas que bien pagaron la defensa de sus principios con los actuales retirados que han mantenido su visión de fuerza imprescindible para la instauración del orden (también el interno), la ligereza y superficialidad de hablar de seguridad social sin nombrar la vergonzosa defensa de los privilegios de los jubilados militares en relación con el resto de la población, expresan una visión antigua y obsoleta de la realidad uruguaya. Antigua, obsoleta y, sobre todo, muy, pero muy conservadora. Por eso es gracioso cuando algunos periodistas señalan que la actual correlación de fuerzas en el Frente Amplio lo vuelcan más hacia la izquierda.
Supongo que por esa mediocridad misógina en la mirada se ensaña (y los periodistas que lo entrevistan también) con una representante que él mismo ayudó a entrar en las lides políticas, y que fue y será capaz de hacer análisis que prestigiaron al Parlamento en los años en los que ocupó una banca.
Seguramente Constanza Moreira expresó a muchos de los desconformes con la actitud del Frente Amplio gobernante en muchos aspectos. Y lo hizo con valentía, lucidez y disciplina partidaria.
Obviamente, uno de esos aspectos que han alejado a tantos frenteamplistas de la militancia ha sido la actitud de “proteger” a militares que, en vez de atenerse al rol que les asigna la Constitución, han irrumpido, aún vistiendo el uniforme, en consideraciones y acciones políticas inadmisibles en un Estado de derecho.
El correr del tiempo y los imparables hechos de la vida política dirán quién estuvo del lado de los intereses populares.
Margarita Percovich es militante feminista y fue senadora por el Frente Amplio.