El trabajo con el humor en la escritura (que no es lo mismo que la literatura de humor) no ha sido en general el fuerte de la tradición narrativa uruguaya, que suele tender a cierto tono circunspecto e incluso solemne, pero este año podría ser la excepción, sobre todo gracias a la publicación de Locas pasiones, de Diego Recoba, una divertidísima y aguda novela bizantina pantagruelesca y pop, y de Alguien controla los dados, de Mateo Arizcorreta que, de tono más reposado que la de Recoba, no es menos alegre en sus hallazgos ni en su desmesura imaginativa.

Si bien es el segundo título de su autoría, esta es la primera novela que Arizcorreta publica en soledad (la anterior, ¿No has oído hablar de Cardoso?, fue escrita en colaboración con Diego Ruiz) y significa casi un nuevo comienzo, bastante alejado del estilo de su debut. Armada en torno a cuatro figuras parejamente protagonistas (Adrián, un mago ocasional y buscavidas, Amalia, cantante que trabaja en una veterinaria y está pasando por un bloqueo tras una separación, Gutiérrez, self made man dueño de una serie de locales de apuestas, y Griselda, la astróloga ermitaña), la novela se narra siempre en primera persona y alterna a los cuatro personajes, cuyos nombres aparecen la primera vez para luego no volver. Esto, no obstante, no significa para la lectura ningún problema: en efecto, luego de la presentación inicial uno puede definir al instante de qué personaje se trata cada vez, no sólo por las acciones que llevan adelante, sino por el tono mismo en el que están contadas.

En esto radica (como en las novelas de Dani Umpi, con quien Arizcorreta comparte más de un rasgo) la principal fuerza de Alguien controla los dados: en la construcción meditada de voces narrativas que hace que, en el juego de esas mismas voces, uno termine al final diciendo cosas y pensando para sí, divertido: “Esto es algo que podría haber dicho Adrián” o “eso es tan Griselda”. Así, más que personajes, lo que Arizcorreta crea son cuatro estilos que dan cuerpo, luego, a hechos cada vez más fantásticos, que acercan el libro a algunos del inglés Douglas Adams.

En efecto, es difícil no pensar en Dirk Gently, el famoso detective holístico de Adams, cuando se leen las peripecias de dos de los protagonistas, que se ven involucrados (por el “azar” que sirve de disparador y que el título mismo de la novela pone en duda) en una aventura de carretera que los lleva a una Salto destruida y gobernada por un intendente un poco magnánimo que logró reducir a cero los accidentes de tránsito de la ciudad. En ese pasaje, que se encuentra (junto con el arco de Griselda, la mejor lograda y más reconocible de los cuatro) entre lo mejor de la novela, Arizcorreta (que se crio en Salto y vive en Montevideo) trabaja a partir de las percepciones que se tienen del interior desde la capital y viceversa, y lleva las implicancias de la incomunicación entre las ciudades a un extremo que, en su desarrollo, termina con una escena que tiene mucho de la fantasía tecnológica de las películas de acción de los 90, que Recoba también homenajea y parodia en la novela mencionada al principio. De esta manera, en la disposición de las distintas líneas argumentales que se van cruzando, Arizcorreta pone en cuestión las ideas de la libertad y del determinismo mientras perfecciona cuatro devenires arquetípicos posibles para sus héroes siglo XXI: la caída tras la desmesura, la redención, el camino de aprendizaje y el alcance de la iluminación, que en este caso toma la forma del descubrimiento de una vocación. En el tono menor con el que habla la novela, esta actualización de temas como el enfrentamiento de padres e hijos o las idas y vueltas del amor se trata de modo que parece accidental, pero se nota muy elaborada (de hecho, el único momento en que la novela flaquea un poco es en la línea de Gutiérrez, sobre todo en sus negocios con las iglesias).

En este sentido, es destacable el trabajo con la verosimilitud: en tanto se manejan todo el tiempo elementos que ponen en jaque las nociones de realismo tal como se lo entiende comúnmente, la novela acciona una lógica interna y, por ejemplo, lo que se entiende como completamente normal en la línea argumental de Gutiérrez, que funciona como la encarnación del ideal emprendedor del tardocapitalismo, sería impensable que le ocurriera a Amalia, muchacha cortazariana que vive episodios cortazarianos como el que involucra, por ejemplo, un conejo suicida y un balcón.

Arizcorreta, que se revela como un observador atento del mundo, lleva adelante con inteligencia, sin escatimar en recursos expresivos, un esfuerzo para capturar una suerte de espíritu de la época por medio de estos personajes que pueden definirse de diversas maneras dependiendo de quién sea el que tiene el uso de la palabra. Vista de cierto modo, Griselda puede entonces ser tanto una vieja loca con tendencias de dominatrix como una sacerdotisa aislada del mundo y al servicio de una fuerza superior; Gutiérrez, por su parte, se puede pensar como marido distante y workaholic un poco terraja o como empresario exitoso y padre preocupado por el futuro de sus hijos; Amalia puede ser, dependiendo dónde se haga el énfasis, una hippie despechada y sin muchas ganas de trabajar o una artista alienada por la lógica mercantil del mundo, y, por último, a Adrián se lo puede ver como a un “ni-ni” con pocos hábitos de higiene o como a un joven desmotivado que no encontró su lugar en una sociedad que hace todo por expulsarlo. Entre estos extremos, por supuesto, entra un sinfín de grises que se dan en las sucesivas declaraciones que los protagonistas hacen de ellos y del resto, pero, al fin, el principal logro de la novela es limitarse a proponer todas esas visiones y a no decidirse por ninguna. Ese poder, parece decirnos, es del lector.

Alguien controla los dados. De Mateo Arizcorreta. Tajante, 2019. 232 páginas.