Era esperable: Amazon Studios no va a lanzar la aguardada nueva película de Woody Allen, que estaba pronta desde mediados del año pasado. Amazon estuvo asociada con los dos largometrajes previos del director, y luego firmó un contrato para financiar y distribuir cuatro películas más, la primera de las cuales sería A Rainy Day in New York. La demora inaudita y la falta de una fecha de estreno hicieron prever este desenlace, que recién ahora sale a la luz pública, tras la demanda judicial elevada por Allen y su empresa productora, Gravier, por rompimiento de contrato, daños y perjuicios. Frente a ello, representantes de Amazon confirmaron la decisión de cancelar el acuerdo debido a “las renovadas acusaciones contra el señor Allen, sus propios comentarios controversiales y la creciente reticencia de los máximos talentos a trabajar o asociarse con él de cualquier manera”.

En 1992 Allen fue acusado de abusar sexualmente de su hija adoptiva de siete años, Dylan Farrow. El caso fue desestimado y cayó en el olvido público hasta que, de adulta, Dylan reiteró la acusación. El factor decisivo fue su primera aparición en cámaras hablando del asunto, en diciembre de 2017. Dylan contó con el importante impulso moral de su hermano, el periodista y abogado Ronan Farrow, cuyos artículos habían sido fundamentales para revelar el caso Harvey Weinstein. El movimiento #MeToo había hecho eclosión en octubre de 2017 como consecuencia directa del caso Weinstein. En ese contexto de atención y sensibilidad sobre abusos sexuales, la aparición de Dylan tuvo un poderoso impacto emotivo, y tres de los actores de A Rainy Day in New York (que ya se había terminado de rodar), Griffin Newman, Timothée Chalamet y Elle Fanning, decidieron donar lo que habían cobrado por la película y declararon que se arrepentían de haber participado en ella y que jamás volverían a trabajar con Woody Allen. Una cantidad considerable de otros actores, varios de los cuales habían participado con destaque en películas del director, hicieron declaraciones análogas. Estas actitudes contribuyeron a la decisión de Amazon, tanto por el costado moral (una fuerte corriente de opinión en el sentido de que asociarse a Woody Allen es mostrar falta de solidaridad con las mujeres abusadas en general y con Dylan en particular) como por el económico (buena parte del atractivo de producir una película de Woody Allen consiste en el hecho de que él solía convocar a grandes estrellas que, por el prestigio, aceptaban trabajar con él por cantidades relativamente nimias). En los primeros meses de 2018, cuatro teatros de distintas ciudades de Estados Unidos decidieron bajar de cartel el musical de Allen Bullets over Broadway. Es muy probable que la carrera artística de Woody Allen se haya terminado, al menos dentro de las condiciones de visibilidad masiva que venía manejando desde los años 70.

Es posible que esos actores hayan tomado sus decisiones bajo el comprensible impacto de la aparición televisiva de Dylan Farrow, que se presentó como la víctima de un acto hediondo y expuso su necesidad personal de que le creyeran y apoyaran, como si los estuviera interpelando a ellos. Uno de los cambios actitudinales que vino conquistando el feminismo en estos años refiere a la necesidad de conceder crédito a mujeres que se dicen víctimas de abuso y violencia, debido a que, justamente, son hechos que suelen ocurrir a puertas cerradas y de los que a veces es imposible obtener evidencia (o de los que la evidencia puede llegar demasiado tarde). Un examen más detallado de los hechos del caso Woody Allen (los que ya se conocían o los que salieron a luz a partir del revuelo), sin embargo, muestra un panorama que puede ser complejo para el movimiento. Aunque es sabido que, en términos lógicos, es imposible demostrar inocencia (lo máximo a que podemos aspirar es a la ausencia de comprobación de culpa), las circunstancias de este caso son excepcionalmente claras.

Los hechos

En 1992 Woody Allen y la actriz Mia Farrow terminaron una relación que había durado 12 años. Habían adoptado dos niños (Moses y Dylan) y tuvieron un hijo biológico (Ronan). La separación tuvo un motivo traumático: Allen estaba teniendo una relación con la joven Soon-Yi Previn, hija adoptiva de Mia Farrow con una pareja anterior. La acusación de abuso surgió en plena disputa judicial por la custodia de los hijos comunes.

La ocasión del supuesto abuso fue el 4 de agosto de ese año. Ese día Allen visitó a sus hijos en la casa de campo de Mia Farrow. Ella había salido con una amiga, pero había en la casa tres adultas (dos niñeras y una tutora) y seis niños. La versión cristalizada de la acusación (la que Dylan relató, ya adulta) consiste en que, en un momento, su padre la llevó, a solas, al altillo de la casa, la puso de espaldas y tocó sus partes íntimas mientras ella miraba correr un trencito eléctrico.

Hubo investigación policial y pericias. Saltaron testimonios contradictorios, algunos tendientes a reforzar la acusación (Dylan estaba sin bombacha, Allen se arrodilló frente a su hija, ambos desaparecieron de la vista de los demás) y otras a desestimarla (Mia Farrow presionó a algunas personas para que dijeran lo que dijeron, Dylan sí tenía la bombacha puesta, la niña y su padre nunca estuvieron fuera de la vista general). La pericia forense de la Clínica de Abuso Sexual Infantil de Yale-New Haven no detectó en Dylan evidencia física alguna de abuso –es decir, no hubo penetración de ningún tipo– y su evaluación psicológica tendió a la idea de que fue “preparada o influida por su madre”. El parecer judicial del juez Elliott Wilk, emitido en 1993, no ocultó, sin embargo, su simpatía por Mia Farrow y antipatía por Allen (el juez fue homenajeado en el nombre del siguiente hijo que la actriz adoptó: Thaddeus Wilk Farrow). Aun reconociendo que no había base para incriminar a Woody Allen por abuso infantil ni para quitarle la paternidad de los niños, el juez concedió la custodia a la madre, retiró el derecho de visita del padre a los hijos más chicos y lo conminó al pago de un dineral a modo de pensión y gastos judiciales. Las investigaciones se extendieron por dos años más a instancias de Allen, que pretendió, sin éxito, recuperar el derecho de visita. El parecer del tribunal de segunda instancia fue similar al de la primera, con el agregado de críticas a su competencia como padre y a su vínculo con Soon-Yi.

La infidelidad de Allen hacia su pareja, y el hecho de que su amante fuera la hija adoptiva de ella y, además, mucho más joven que él (Allen tenía 56, Soon-Yi tenía oficialmente 21), sumado a la acusación de abuso, redondearon para Allen un aura de pervertido incestuoso que fue determinante para que perdiera la custodia y el derecho de visita a sus hijos menores.

Desde la perspectiva actual, no tiene sentido encarar el vínculo con Soon-Yi como un morboso metejón pasajero. Se casaron en 1997, siguen juntos y adoptaron dos niños. Y la acusación de abuso a Dylan Farrow, tal como fue formulada, implica una configuración de los hechos muy extraña. Allen jamás recibió otra acusación de comportamiento sexual inadecuado, aun siendo un director prestigioso y con el que tantas actrices jóvenes y bonitas quisieron actuar, es decir, la posición ideal para un abusador. La propia Dylan contestó en cámara, claramente, que el supuesto abuso ocurrió esa única vez, y el único refuerzo que encontró para la acusación fue que, durante sus primeros siete años de vida, Allen algunas veces la abrazó o se acostó con ella en la cama estando en calzoncillos.

Uno tendría que asumir entonces que Allen decidió cometer el único caso de abuso de su vida (además, un abuso pedófilo) en una circunstancia en que estaba rodeado de gente, en unos pocos minutos, en medio de un delicado y oneroso proceso por custodia, y todavía en un altillo al que no solía subir porque es, como se sabe, claustrofóbico. En ese altillito destinado a guardar cosas, por algún motivo, estaría armado y en funcionamiento el trencito eléctrico. Uno tendría que asumir que ese señor inteligente y sumamente pragmático fue tomado en esa única instancia por impulsos pedófilos tan irresistibles que lo llevaron a exponerse a arruinar su propia vida y la de su hija. O que quizá hubo otras instancias que él logró ocultar totalmente, pero que esa vez cometió una torpeza que condice mal con esa supuesta condición de criminal perfecto. Nada es imposible en esta vida, pero la versión de los hechos según la que sí hubo abuso implica una acción en desacuerdo radical con el perfil del acusado, sin motivación entendible y contraria a sus intereses (los económicos y los referidos a la custodia).

La explicación alternativa sería la de que Mia Farrow inventó los hechos, entrenó a la hija para hacer la declaración y que Dylan, luego, fijó esos falsos recuerdos como si fueran verdad. Tampoco es una historia “probable” (en el sentido de típica), pero sí tendría motivaciones (las económicas y las referidas a la custodia). Esa versión deja una imagen radicalmente villanesca de la actriz. ¿Esa imagen se corresponde con su perfil? Según Moses Farrow, el mayor de los hijos adoptivos de la pareja Allen-Farrow, sí. Él tenía 14 años en 1992 y estaba presente en la casa de campo el fatídico 4 de agosto. Actualmente es terapeuta familiar y atendió decenas de casos de abuso infantil, y describe el hogar Farrow en forma bastante terrorífica.

Aparte de sus cuatro hijos biológicos, Mia Farrow adoptó 11 niños (casi todos refugiados de guerra, integrantes de minorías étnicas, algunos de ellos discapacitados). Según Moses, en la convivencia, Mia parecía exigir una actitud constante de agradecimiento y lealtad. Cuando se sentía traicionada, respondía con crueles castigos psicológicos y físicos. Soon-Yi ya había hecho referencias a eso en 1992 y lo ha reiterado y detallado recientemente. Tres de los hijos adoptados de Farrow murieron en circunstancias trágicas (uno, drogadicto, de sida, y los otros dos se suicidaron). Moses alega que en distintas circunstancias la madre lo presionó y entrenó para decir cosas que él no quería (incluso contra su padre), así que la versión de que ella habría hecho la cabeza de la pequeña Dylan sería coherente con esa visión.

Dylan y Ronan niegan rotundamente el testimonio de sus hermanos mayores. ¿Quizá Mia Farrow daba un tratamiento mejor a sus hijos rubios que a los que no lo son –como Soon-Yi, Moses y los tres que se murieron–? Imposible llegar a una conclusión definitiva con esos datos, pero hay alguna evidencia de carácter que excede el testimonio privado: en 2013 ella dijo que era muy posible que Ronan fuera hijo de Frank Sinatra, con quien ella se veía ocasionalmente durante su vínculo con Woody Allen (esa posibilidad nunca fue mencionada cuando hizo la demanda a Allen por pensión alimenticia, o cuando usó la infidelidad de él con Soon-Yi como argumento para quitarle la custodia).

Si la historia del abuso en el altillo fue inventada, es fácil encontrarle un origen. Sería la canción “With My Daddy in the Attic” (“Con mi papá en el altillo”), en que el personaje de la locutora, rodeada de juguetes en un altillo enfrenta, mientras los hermanitos están del otro lado de la puerta cerrada, la “cercanía terrorífica” del “arma cargada” del padre, que (al igual que Woody Allen) toca el clarinete. Mia Farrow tenía que conocer esa canción inquietante, ya que su autora e intérprete es su amiga Dory Previn. La cantante, entonces con 45 años, la incluyó en su disco On My Way to Where (1970), un trabajo temático realizado durante una profunda crisis psiquiátrica. Crisis que fue provocada por el hecho de que su joven amiga Mia Farrow, a quien trajo a vivir a su casa luego de que se separara de su primer marido, quedó embarazada del marido de Dory, el director de orquesta André Previn. Una de las canciones se llamaba “Beware of Young Girls” (“Ojo con las jóvenes”). Las analogías con la situación que viviría Mia Farrow (aunque del otro lado) cuando su compañero empezó a salir con una gurisa que ella misma había amparado, no son pocas.

Lo de la canción, por supuesto, no es prueba de nada: las coincidencias existen. Es muy difícil que aparezca algún factor que reduzca cualquiera de las versiones (el abuso ocurrió, la acusación fue inventada) a una imposibilidad absoluta, pero eso no quiere decir que haya simetría entre ellas: una (la de que la acusación fue inventada) es más probable que la otra.

Devolver el cachet de una película de Woody Allen, para una estrella de Hollywood, no es nada. (No me consta que hasta ahora nadie haya devuelto los cachets millonarios por los blockbusters dirigidos por Bryan Singer, él sí acusado reiteradamente de abusos). Ojalá que el costo cultural y moral de terminar con la carrera de uno de los cineastas estadounidenses más emblemáticos del último medio siglo colabore efectivamente para reducir el abuso infantil, en vez del posible efecto opuesto de quitar crédito a las muchas acusaciones que, a diferencia de esta, tienen un fundamento sólido.