Arranca 2019 y como votante de 25 años, estoy preocupado por el rumbo que va a tomar Uruguay. Fui perdiendo el interés y la ilusión, conforme nos acercamos a la fecha, ya que poco a poco la campaña va perdiendo calidad. Por ahora de lo que se habla es de quién dijo tal cosa y de qué partido es, a qué partido votó aquel que robó, de qué movimiento es y con qué candidato se sacó una foto. Por otro lado, hoy más que nunca creemos saber lo que pasa adentro y lo que pasa afuera de nuestro país, y el panorama es incierto.

Por un lado, es razonable pensar que nos hemos mantenido en una línea mucho más estable que nuestros vecinos, y hay que dar crédito a quienes se lo merecen por eso. Hemos logrado mejoras en algunos indicadores y empeorado en otros. Veo dicotomías constantes entre progresos a corto plazo y estrategias a largo plazo. A la vez, me pregunto qué puede suceder en el caso de que el panorama internacional cambie. ¿Es sólida la base de Uruguay como para apaciguar posibles amenazas?

A nivel mundial, debería preocuparnos la figura del “hombre fuerte en la política”. Corrientes radicales que llegan a cambiar el statu quo de un pueblo cansado de las ineficiencias. Uruguay logró avances importantes en materia social. Un personaje similar a Jair Bolsonaro, Donald Trump, Matteo Salvini o Marine Le Pen no es lo que necesita un país innovador en materia social como el nuestro. Y de a poco, algunos candidatos han visto un nicho.

En materia ambiental, debemos alejarnos lo más que podamos de las políticas ambientales de Trump y Bolsonaro. Son las autoridades máximas de dos de los países que, junto con China, poseen mayor potencial contaminante en el mundo. Están en la senda de la negación y el escepticismo, y no hay mundo que aguante con radicales respecto de este tema. No podemos esperar a ver cómo les sale a los otros en esta área. Tiene que haber una agenda clara, y bienvenidas sean las inversiones que cuiden nuestros recursos.

Es verdad que poco podemos hacer en la escala mundial. Sin embargo, la sustentabilidad debe ser nuestro valor agregado. Tenemos los recursos, el know how y la reputación mundial para mostrarle al mundo que ya emprendimos caminos innovadores. No pueden ser los costos, la fragmentación social y la poca libertad económica lo que nos limite. Debemos intensificar de forma eficiente lo que ya hacemos: más productos, más diferenciación, más trabajo y mejores salarios. Pero para eso hacen falta muchos cambios.

En el ámbito de libertad social, no podemos permitirnos ir hacia atrás. El libre albedrío en su totalidad es una utopía, pero brindarles diferentes herramientas para garantizarles sus derechos a las distintas minorías es un camino a seguir. Creo que, si bien las leyes de carácter social que han pasado por las cámaras han sido polémicas o controvertidas, finalmente van logrando aceptación, ya sea por una decantación natural de las ideas, por acostumbramiento o porque vivimos en un torbellino de temas que van cambiando tan rápido como la tecnología nos lo permite. Esperemos, en unos años, que esto sea motivo de orgullo.

Los migrantes ya son una realidad y no deberían asustar a nadie. Ya deberían haberse pronunciado respecto de este tema quienes van a ser protagonistas de la próxima campaña, de forma clara y sin rodeos. Esto no es más cuestión de Uruguay; más allá de los innumerables informes que han mostrado los beneficios de abrirles las puertas a los extranjeros, nos olvidamos continuamente del carácter humano que esto tiene. Todos valemos lo mismo, y lo que ellos necesitan hoy, quizá mañana lo necesite cualquiera de nosotros. A nadie le gustaría tener que irse del país por el motivo que fuera y que te cierren las puertas porque se ven amenazados con tu llegada. No es un problema: debemos y podemos convertirlo en una simbiosis.

En cuanto al futuro económico, se siente incertidumbre en el ánimo de la gente. Sea por coyuntura internacional, sea por mérito del gobierno de turno, si el crecimiento es sostenido, la pobreza disminuyó y las brechas socioeconómicas se achicaron, bienvenidas sean. No hay que querer destruir todo lo que se hizo. Pero ahora llega el momento de votar en otro contexto.

Es hora de preocuparse por algunas dicotomías como crecimiento sostenido/baja en el empleo; crecimiento sostenido/retroceso en la libertad económica; y crecimiento sostenido/baja en el índice de vulnerabilidad comercial. Uruguay viene remando de atrás con las barreras arancelarias, con las ocupaciones sindicales, con una inflación por encima del rango meta, con los costos altos de las empresas estatales. Esto se refleja en todos los eslabones de las cadenas de trabajo.

¿Y el futuro del empleo en el corto plazo? ¿Por qué es tan difícil emprender y se necesitan muchas veces incentivos externos para hacerlo? La burocracia para arrancar una empresa es grande y los impuestos son altos. ¿No queremos ser un país catalizador de emprendimientos? Por otro lado, ¿la robotización y la innovación van a ser una amenaza para los trabajadores, o encontraremos una oportunidad en esto? ¿Qué postura y propuesta tiene cada candidato?

En seguridad y educación, ¿cómo nos permitimos llegar a este punto? ¿Cómo se logra que se ponga en práctica una política estatal de largo plazo al respecto? El desespero es tal que se habla antes de reprimir y no de rehabilitar. Si nos rendimos y pensamos que la solución es hacer más cárceles y llenarlas, ya perdimos. Por otro lado, el camino transitado hasta ahora es cada vez más peligroso.

¿Habrá integrantes más importantes de nuestra sociedad que los maestros, maestras, profesores y profesoras? ¿Tienen el respaldo y se les da el valor que merecen las personas que definen el futuro del país y encima no cambian cada cinco años? Si mejoramos los índices en la educación, pero con educación de calidad, el resto de los problemas van a mejorar.

Es necesario gobernar con una mirada de largo plazo y no pensando en las próximas elecciones.

Juan Ignacio Montans es estudiante avanzado de la Facultad de Agronomía de la Universidad de la República y trabajó como asesor comercial en el sector agropecuario.