La posición de Uruguay respecto de Venezuela no es nueva. En marzo de 2014, y luego de los graves enfrentamientos que les costaron la vida a casi 70 personas en Venezuela, en el Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos (OEA), como embajador ante la OEA promoví, junto con Argentina y Brasil, el texto de una declaración que finalmente fue aprobada. Expresaba el respeto al principio de no intervención en los asuntos internos de los estados y el compromiso con la defensa de la institucionalidad democrática y del estado de derecho. Al mismo tiempo manifestaba el “más enérgico rechazo a toda forma de violencia e intolerancia” y hacía un llamado a la paz y al respeto a los derechos humanos y libertades fundamentales, “incluyendo los derechos a la libertad de expresión y reunión pacífica, circulación, salud y educación”. Remitido el texto consensuado, recibí instrucciones de quien era mi superior, el ministro de Relaciones Exteriores, Luis Almagro. Uruguay no cambió. El que cambió es Almagro.

Aquella declaración fue votada por una contundente mayoría (29 a 3). Es por ello que Estados Unidos odia el multilateralismo y ahora tiene en Almagro su líder. Porque en ese plano nunca han podido sostener posiciones ni estar dispuestos a negociar y consensuar. Ni en la OEA ni en la Organización de las Naciones Unidas han logrado triunfar con su posición intervencionista respecto de Venezuela. Fracasaron. El Grupo de Lima se arma luego de las derrotas en la OEA. Lastimoso.

Lo que ocurre actualmente en la OEA es un espurio secuestro de funciones. Hay un portavoz autoproclamado (a la manera de Juan Guaidó): el secretario general Almagro habla en nombre de toda la organización. Ni el Consejo Permanente ni la Asamblea General se han pronunciado sobre el tema. Sin embargo, él habla en forma destemplada y genera hechos consumados.

La guerra y la paz

Alguien dirá que ha pasado mucha agua bajo el puente desde 2014. Que nuevos acontecimientos han generado situaciones graves. Cierto. Ni el gobierno de Nicolás Maduro ni la oposición han mostrado hasta ahora disposición a negociar, a sentarse a debatir salidas pacíficas y de coparticipación en la institucionalidad. Lo único que reafirma esto es subrayar que la no intervención y la promoción de caminos de diálogo para la paz es más urgente, más perentoria que nunca. Lo otro es la guerra, a la que parecen ciegamente apostar muchos actores internos y externos. La pregunta política y humanitaria ineludible es la que el general Liber Seregni nos enseñaba: pensemos el día después. La digna posición asumida por México y Uruguay es la más sensata, humanitaria y apegada a derecho. Porfiadamente, la paz. No la calificaría de neutral, sino todo lo contrario.

El señor Almagro y todos los que desde diferentes intereses y puntos de vista alientan un golpe para derrocar a Maduro, promueven intervenciones militares o económicas, o pretenden generar un estado de zozobra permanente. A lo único que juegan es a eso, a la desestabilización permanente de la región. A prolongar la confrontación.

Maduro y la fracción mayoritaria del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) han cometido errores graves. Han caído en un ciego autoritarismo y han violado derechos humanos. Las fuerzas políticas de izquierda podemos, debemos criticar el proceso justiciero iniciado por Hugo Chávez y preguntarnos en términos políticos si esto es verdaderamente su continuidad. Pero eso no impide defender con gallardía la soberanía y la no intervención de Estados Unidos y demás potencias en Venezuela y en la región. Toda intromisión externa, además de violar un principio de derecho internacional, no resuelve y agrava el conflicto.

Es cierto que todos los estados ceden soberanía en temas de derechos humanos. Pero en todo caso existen organismos internacionales con potestades para juzgar e intervenir en estos casos; los otros estados no tienen potestades para intervenir. Nadie puede arrogarse ese derecho, porque, por otra parte, nadie tiene la suficiente estatura moral para ello. En el caso de Estados Unidos, podríamos hacer una larga lista de violaciones al derecho internacional y a temas internos que lo condenan en reiteración real. No creo que nadie insinúe invadir Estados Unidos por la violación de la soberanía iraquí al demostrarse que no había ningún arma química.

Los sofistas del cambio en paz

La oposición de Uruguay ha elegido el camino del acoso y el derribo. No le importa nada. Todo es útil para hostigar al gobierno, aunque sea contra esta noble iniciativa liderada por México y Uruguay, que recoge lo mejor de la tradición diplomática de nuestro país. A uno de los críticos de la iniciativa, el doctor Julio María Sanguinetti, habría que recordarle que él y su partido no midieron los prerrequisitos para dialogar con el gobierno dictatorial encabezado por el general Gregorio Álvarez. Habría que recordarle los vínculos estrechos que abonó con el general Hugo Medina, al que supo retribuir con el cargo de ministro de Defensa Nacional de su gobierno y con la ignominiosa ley de caducidad. Recordarle que admitió llevar adelante un proceso electoral con libertades cercenadas, presos políticos y, en el colmo de los colmos, con dos destacadísimas personalidades de los otros dos partidos sin poder competir. Recuerdo que intentó argumentar eso con un eslogan electoral: el cambio en paz.

Tanto más llamativa resulta la actitud política publicitada por el cardenal Daniel Sturla. En abierta contradicción con lo señalado por su superior de Roma, el papa Francisco, y en supuesta solidaridad con la Conferencia Episcopal de Venezuela, tuvo la osadía de sugerir voltear a Maduro. Podría haber matizado, adhiriendo al mismo tiempo a los caminos de diálogo y paz, como es costumbre en la iglesia católica y en todo el cristianismo. Pero no. Eligió sumarse a la guerra. Triste.

Otra luz en el camino

Una luz sensata se abre en el ambiente político de Venezuela. El portal Contrapunto informó días pasados sobre una conferencia de prensa de varios ex ministros de Chávez y dirigentes políticos que plantean: “Para parar la guerra: referéndum consultivo ya”.

Gustavo Márquez Marín, ex presidente del Banco de Comercio Exterior y ex ministro de Estado para la Integración y Comercio Exterior, dijo: “Lo que nosotros estamos planteando es la ruta de la paz. Además del rescate de la soberanía popular. Porque a fin de cuentas, es el pueblo de Venezuela, todo el pueblo”, quien debe decidir, y no una manifestación de “100, 200 o 500.000 personas”, en referencia a la autoproclamación de Guaidó.

Milton Romani Gerner fue embajador ante la OEA y fue secretario general de la Junta Nacional de Drogas.