Al pibe que pintaba muros en casas abandonadas, al que recorría Montevideo en bicicleta, no lo conocí. Al pibe que escribió sobre la pobreza y el asesinato de la ternura, que alertaba sobre el culto a la violencia, nunca lo escuché nombrar. Hace pocos días nos urgió desde un muro a reconstruir la esperanza. El fin de semana lo mataron de un balazo en la cabeza en Punta Gorda. Todavía no se sabe quién, ni por qué.

En la escuela nos enseñaron que la humanidad evoluciona. Las líneas de tiempo, que ubicaban siempre a la barbarie distante, contribuyeron a que nos creyéramos hijos e hijas de un tiempo de paz, de respeto a las diferencias, de tránsito irregular pero cierto hacia una mayor libertad e igualdad. Nos hicieron imaginar que nuestros hijos e hijas serían habitantes de una tierra en la que los derechos de todas y todos no precisarían nombrarse porque estarían inscriptos en la piel de cualquier ser humano.

La expresión actual, sin pudor, del fascismo disfrazado de indignación, cobijado como siempre por la ignorancia y la estupidez, nos muestra que fuimos ilusas, ilusos. La disputa, la de siempre, la del conservadurismo contra el progresismo, la de los privilegiados contra todo aquel que cuestione sus privilegios, se renueva constantemente, asume nuevas formas y dinámicas. Y la ofensiva actual del conservadurismo es seria, violenta y global. Habrá que asumir toda la responsabilidad que la hora nos exige, y no pretender que podemos quedarnos simplemente a un costado viendo pasar la procesión.

Al pibe que mataron en Punta Gorda no lo conocía. Era del Partido Comunista, pintaba muros. Desde hace algunos meses están apareciendo mensajes de odio en paredes de comités de base del Frente Amplio, hay quienes destruyen espacios de memoria porque no toleran el recuerdo. Ojalá la muerte de Plef no sea otro síntoma, ojalá podamos creer que la esperanza se reconstruye, y que las líneas de tiempo culminan allá donde algún día seremos mejores.