Delenda est Venezuela. A la manera de moderno y anfetamínico Catón, Luis Leonardo Almagro sigue gritando donde sea que “hay que destruir Venezuela”. Es como una obsesión maníaca. Lo vocifera siempre que puede, actúa con una intensidad tan destructiva como patética. Destruye todo a su paso.

Destruyó, con show mediático armado junto a Juan Guaidó, Sebastián Piñera e Iván Duque, un pretendido Día D en el que las fronteras se vulnerarían porque venía ayuda humanitaria. La propia Cruz Roja advirtió que no participaría en estas acciones porque no se cumplía con los principios de imparcialidad, neutralidad e independencia que rigen su accionar. Millones de dólares y horas de medios de comunicación para disfrazar la pretendida ayuda humanitaria y Almagro va y dice: “La ayuda milit... ehhh... ayuda humanitaria”. Como docente de Psicopatología, ya guardé el video para mostrar gráficamente qué es un acto fallido, un lapsus: expresión genuina del inconsciente.

Destruye, como autodesignado presidente de la Organización de Estados Americanos (OEA), a la OEA misma. La está dinamitando. En su credibilidad, en su institucionalidad. No hay antecedentes de secretario general alguno que haya ignorado como él a los 34 embajadores que integran el Consejo Permanente, autoridad máxima luego de la Asamblea General (o reunión de ministros). Está a su servicio y no al revés. Ha procedido con soberbia y prepotencia, humillando a representantes genuinos de los estados. A pesar de ello, no ha podido congregar voluntades para emitir resoluciones del tenor que él invoca públicamente y que se emiten como si fueran de la organización.

Destruye el multilateralismo. Impedido de pronunciamientos del tenor bélico que su desvarío aconseja para Venezuela, apoyó la creación del Grupo de Lima, una práctica reñida con toda la tradición de la OEA o de cualquier organismo multilateral. El funcionamiento democrático impone mayorías o consensos. Si no se logran ciertos cometidos, es improcedente conformar grupos laterales que continúen en posiciones minoritarias. Lamentable y liquidacionista. Para los países pequeños, como los hermanos caribeños y muchos latinoamericanos, esto es un toque de alarma.

Destruye lo que él mismo afirmaba en su discurso de asunción, el 18 de febrero de 2015: “Mi norte es América. Mi sur también es América. Mi centro y el Caribe son América. Toda ella, su gente, su mezcla, sus penurias y sus oportunidades. Mi objetivo es poner a la OEA al servicio de todos los americanos, independientemente de su raza, origen, extracción social u orientación sexual. Más derechos para más americanos será nuestro lema, con la OEA cada vez más cerca de la gente. Juntos podemos darle a la OEA una credibilidad que hoy todos reclaman”.

Destruyó la confianza que depositamos en él la fuerza política que integraba, el equipo que lo acompañó en el ministerio, incluido el apoyo que le dio Pepe Mujica para que asumiera como secretario general. Como embajador ante la OEA, hice las tareas, alianzas y contactos pertinentes para que asumiera y le diera un giro de nuevo tipo al organismo. Lo hice con orgullo y pasión militante. Tarea difícil pero posible: borrar la leyenda negra de la OEA y potenciar sus aspectos más progresistas (sistema interamericano de derechos humanos, políticas de drogas, enfoques diferentes respecto del desarrollo e inclusión). Realmente se podía cambiar la OEA. Había condiciones. Almagro las destruyó todas.

Destruye toda posibilidad de generar climas y caminos de diálogo entre venezolanos. Reparte insultos de imbécil a todo el que discrepa con él y pretende abrir caminos pacíficos. Es verdad que el gobierno de Nicolás Maduro no dio muestras ni confianza de un diálogo posible. No menos cierto es que la extrema derecha que lidera hoy la oposición tampoco se ha caracterizado por tener mejor disposición. Han apostado al golpe militar interno, al bloqueo, a la injerencia de todo tipo y a preparar las condiciones para una invasión armada al suelo venezolano, alentados por un vocero como Almagro, que imposta representación. Estas medidas, lejos de resquebrajar la moral del gobierno chavista, lo han fortalecido.

Se ha generado un clima de linchamiento en el que sirve todo insulto, toda provocación, toda mentira y ninguna sensatez. Sr. Mike Pence: ¿que harían el día después de que las tropas ocuparan eventualmente suelo venezolano? Ahora que hasta el propio Grupo de Lima, liderado por Brasil y Chile, niega esa posibilidad, ¿continuará adelante? ¿Se les ocurre que los seis millones de venezolanos y venezolanas que votaron y apoyan a Maduro se irán tranquilitos a sus casas? ¿O ese es el objetivo: generar un largo conflicto desestabilizador de toda la región?

Una pregunta similar es válida también para la dirección mayoritaria del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV): ¿se piensa sensatamente que la oposición, en este clima de emergencia, volverá a sus casas resignada? ¿Se supone que no hay bronca social? ¿Son todos terroristas sus presos? ¿No sería mucho más inteligente sentarse finalmente a negociar, como promueven México, la Comunidad del Caribe y Uruguay? Negociar significa ceder en algunos puntos. Es así.

La no injerencia implica que no se establezcan condiciones. Correcto. Pero se tendrá que admitir que una de las salidas inevitables será dirimir esto en las urnas, en un clima de libertad y pacificación. Hemos leído el planteo de chavistas agrupados en una plataforma que sugieren el uso del artículo 71, referido al referendo consultivo. ¿No sería interesante al menos conversarlo?

Sería bueno recordar hoy aquella magnífica intervención del comandante Hugo Chávez en la Cumbre del Grupo de Río en 2008, convocada a raíz de las reacciones suscitadas por la incursión militar colombiana en territorio ecuatoriano, que mató a 22 guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Álvaro Uribe era el presidente y también fue a esa cumbre. A pesar de que el propio Chávez había ordenado movilizar diez batallones a la frontera y dijo que enviaría los nuevos aviones Sukho Su30 MK2 en caso de que se ordenara una incursión militar colombiana al territorio venezolano o un nuevo ataque a Ecuador, la magia de la diplomacia y la política resplandeció con una invitación a un apretón de manos de los confrontados. No sé si es comparable. Pero es verdad que siempre hay un espacio para negociar y bajar las armas.

Almagro: abstente de comprender esto, porque en tu fuga hacia adelante lo único que tienes seguro es tu autodestrucción. Es más, podrías ahorrar tiempo y colaborar renunciando ya a tu cargo y dejando que el honorable y sabio secretario general adjunto, el buen amigo Néstor Méndez, se haga cargo de la organización, seguramente con más apego a la institucionalidad y con el respeto debido a sus colegas embajadores. Sería un salvataje magnífico. Algo así como una ayuda humanitaria para la OEA.

Milton Romani fue embajador ante la OEA y fue secretario general de la Junta Nacional de Drogas