Luego de la autoproclamación de Juan Guaidó en Venezuela, orquestada por Donald Trump y el Grupo de Lima, Estados Unidos y la Unión Europea bloquearon el comercio exterior y las reservas del país en los bancos extranjeros, un mecanismo para ahogar financieramente al régimen de Nicolás Maduro. La escalada del imperialismo yanqui continuó con la captura de la empresa venezolana que opera en Estados Unidos (Citgo), que controla tres refinerías en ese país. En los últimos días el títere de Trump, Guaidó, vociferó que está dispuesto a solicitar la intervención militar de Estados Unidos para que la “ayuda humanitaria” ingrese a Venezuela. El bloqueo económico y la guerra de rapiña serían el método para abrir un proceso de “elecciones libres y democráticas”. Se trata de un golpismo que hunde sus raíces en la propia historia del intervencionismo estadounidense en América Latina, como demuestra un reciente artículo del historiador Roberto García.1

Bastaría recordar lo ocurrido en Irak, Libia o Siria para dar cuenta del alcance de las destrucciones inimaginables que puede provocar el imperialismo, cuyas consecuencias se extenderían por toda América Latina, en primer lugar hacia Cuba. John Bolton, consejero de Seguridad Nacional del gobierno de Trump, señaló que existe una “troika de la tiranía” que une a Venezuela, Cuba y Nicaragua: “Estados Unidos desea ver cómo cada punta de ese triángulo cae, en La Habana, en Caracas, en Managua” (El País de Madrid, 10/2/2019).

Sin embargo, las contradicciones de una guerra imperialista en Venezuela con el apoyo militar de Colombia y Brasil son enormes. El propio comando del gobierno de Trump está afectado por divergencias, luego de los desastres en Medio Oriente; el Congreso de Estados Unidos debate el retiro de las tropas que están apostadas en Siria y Afganistán. La debilidad del gobierno también se expresa en la pérdida de la mayoría en la Cámara de Diputados: los demócratas (y algunos republicanos) agitan el impeachment contra Trump y aseguran que cualquier intervención militar debe ser aprobada por el Congreso.

A su turno, en el núcleo militar gobernante en Brasil también afloran disidencias. Un ala del ejército se manifiesta frontalmente en contra del envío de tropas (Folha do São Paulo, 24/1/2019), en el marco de un gobierno fracturado que tiene que encarar un ataque de fondo a los trabajadores con la aprobación de la reforma previsional. El gobierno de Duque en Colombia ha vuelto a abrir el frente militar contra las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, terminando con los “acuerdos de paz”. De este modo, las contradicciones que podría desatar una invasión militar yanqui son imprevisibles: una (o varias) guerras civiles y estallidos populares en toda América Latina.

“Mecanismo Montevideo”

Temiendo este escenario, en el otro bloque golpista contra Venezuela las principales potencias de la Unión Europea han jugado sus cartas en el cónclave que tuvo lugar recientemente en Montevideo, denominado “Grupo Internacional de Contacto”, cuya declaración final (firmada por el gobierno uruguayo) llama a “elecciones libres” en busca de una transición “ordenada”. La “libertad” de un proceso eleccionario bajo un condicionamiento sin precedentes en la historia moderna de América Latina –reconocimiento de un golpista como presidente, bloqueo y confiscación de los recursos venezolanos– es una total impostura. El planteo esconde su arbitrariedad y sus intenciones reales, porque bajo las condiciones de un bloqueo, el “gobierno de transición” sería, en realidad, un gobierno vasallo. La derrota de la intervención imperialista es la condición para cualquier salida soberana del pueblo venezolano.

El gobierno del Frente Amplio no lo entiende así. En los últimos días dejó atrás los reparos y se sumó a la presión intervencionista internacional, como muestra el acuerdo entre los presidentes Mauricio Macri y Tabaré Vázquez, que señala la necesidad de “elecciones libres, creíbles y con controles internacionales confiables”. En momentos de largada de la campaña electoral, en una sola jugada Vázquez tendió un puente junto al Grupo de Lima, la Unión Europea y la oposición.

Conflicto internacional

Venezuela (y toda América Latina) se ha transformado en un campo de orégano para una disputa internacional. Por intermedio de la empresa Rosneft, Rusia ha ocupado un lugar central en la privatización de los yacimientos petrolíferos. Rosneft tiene una participación de 40% en cinco campos de petróleo y adquirió 49,9% de Citgo, lo que indica que la captura de esa empresa por parte de Trump podría derivar en un conflicto directo con Rusia. Vladimir Putin también fomentó un enorme negocio con la venta de armas al régimen chavista, e incluso se debatieron los términos para una base rusa en Venezuela (Folha de São Paulo, 24/2/2019).

Por su parte, China se ha transformado en el principal financista del gobierno de Maduro al invertir 62 billones de dólares entre 2008 y 2018 en proyectos energéticos conjuntos. China es el mayor acreedor de Venezuela, cuya deuda asciende a 23 billones de dólares. Turquía, por su parte, ha hecho enormes negocios con el oro y la venta de alimentos. Frente a la arremetida imperialista de Estados Unidos, Rusia, China y Turquía defienden sus posiciones comerciales, financieras y militares conquistadas, como si el conflicto en Medio Oriente se trasladara a América Latina. En estas fuerzas internacionales se apoya Maduro.

Enfrentar el golpismo

Mientras las principales potencias se disputan sus recursos, toda la sociedad venezolana se encuentra desgarrada por un colapso del ingreso. La caída del Producto Interno Bruto en el último quinquenio fue de 50%: tiene la envergadura de la regresión ocurrida durante la Gran Depresión en Estados Unidos entre 1929-1932. La estratégica extracción de petróleo se ha reducido a la mitad y el financiamiento monetario del déficit fiscal ha provocado la mayor hiperinflación del siglo XXI. El índice de precios saltó de 300% (2016) a 2.000% (2017) y actualmente se elevó a cifras totalmente incalculables; la devaluación fue de 200% en 2018. La disolución económica es brutal; se recrea el trueque, la escasez de alimentos y medicinas provoca terribles padecimientos cotidianos, y la supervivencia depende de redes oficiales de abastecimiento. La desorganización económica ha sido fogoneada desde el exterior y por la propia “boliburguesía” en la que se apoya el chavismo, que sobrefactura importaciones, transfiere fondos al exterior y se enriquece con la especulación cambiaria y el desabastecimiento. El bloqueo internacional actual agrava este colapso.

La izquierda y los trabajadores de América Latina debemos convertir la crisis venezolana en un foco de movilización internacional para derrotar al golpismo imperialista, tanto en su variante militar como negociadora, una lucha que se dirige también contra sus furgones de cola: los gobiernos latinoamericanos ajustadores. La lucha contra la intervención imperialista no puede implicar ningún apoyo al régimen de Maduro y a la “boliburguesía”, porque debe servir como una vía de salida comandada por los trabajadores. A la invasión imperialista disfrazada de “ayuda humanitaria” es preciso oponerle una movilización internacional de las organizaciones populares y derechos humanos para organizar una ayuda humanitaria arrancadas a los estados y puestas bajo un control independiente. La unidad antiimperialista y socialista de los pueblos de América Latina es la llave.

Nicolás Marrero es sociólogo, docente de la Universidad de la República y militante del Partido de los Trabajadores.