Tiene 52 años y trabaja en forma independiente. También es secretaria honoraria en la Comisión Nacional de Discapacidad, Concejal Vecinal del Municipio E y activista de varios grupos que promueven los derechos de las personas con discapacidad.

Además de ser militante por esta temática integra el grupo Pro Parque desde hace 3 años, un colectivo que busca preservar y mejorar el Parque Rivera, que está ubicado cerca de su casa.

Desde hace 10 años vive en una cooperativa para personas con discapacidad junto con su esposo Gerardo, quien también está en esa situación.

Cuando decidieron mudarse juntos, tuvieron que enfrentar resistencias por parte de ambas familias. Incluso, luego de casados, tuvieron que pasar varios meses para que pudieran convivir con mayor tranquilidad, debido a la sobreprotección de ambas madres. Adriana considera que en su caso, la resistencia fue mayor por su condición de mujer. “Yo siempre me reconocí como mujer, el problema era de los demás. Lleva un proceso que hace que las personas entiendan que soy una persona como cualquier otra y siento lo mismo que los demás. Me costaba desde tener un novio hasta querer independizarme”.

Para Adriana es cierto que existen mitos en relación a la sexualidad y la discapacidad “Mi familia me apoyaba para estudiar y para avanzar pero de la temática sexualidad ni se hablaba, no era algo que fuera posible”. Ella buscó apoyo e información en otros pares, amigas y psicólogos que pudieron guiarla para poder tener una vida sexual activa.

Ser mujer con discapacidad

Adriana nació con artrogriposis, un síndrome congénito que desencadena malformaciones en el cuerpo a causa de contracciones en el vientre de su madre; debido a esta condición de cuadriplejia tiene que manejar su silla de ruedas con el mentón. Desde pequeña fue a la escuela especial Roosevelt pero con el tiempo quiso avanzar en su carrera profesional y decidió hacer el liceo para luego estudiar abogacía.

Durante todo este proceso, contó con un gran apoyo familiar, algo que considera “fundamental”. “Siempre tuve el apoyo familiar, primero quise ser psicóloga y siempre quise estudiar, siempre me lo propuse. En esa época había un poco de resistencia para que fuéramos a la escuela común y en general se tendía a continuar en la escuela años y años haciendo cosas allí y yo quería seguir adelante. Mi madre, sobre todo, y algunas amistades me apoyaron para que yo pudiera lograrlo”, recuerda.

Adriana solo cuenta con los movimientos de su cara: para estudiar tuvo que aprender a escribir con la boca y adaptó el material de estudio a un soporte de madera para poder leerlo de manera independiente. De esta forma, pasaba las hojas con su mentón y su boca.

Sin embargo, cuando quiso independizarse tuvo que lidiar con algunas resistencias por parte de su familia. “Se sufre más la separación de la hija con discapacidad que del hijo con discapacidad y es un problema que se sigue notando. Nos pasa que en varios grupos que hemos integrado notamos una resistencia mayor hacia la independencia de las hijas mujeres con discapacidad”.

¿A qué se puede deber esto? Para Adriana no está claro, pero tiene algunas pistas. Ella piensa que la sociedad asigna roles y condiciona el desarrollo de las mujeres con discapacidad: “las mujeres con discapacidad tienen más dificultad en relacionarse que los hombres con discapacidad, en conseguir pareja, por ejemplo”.

Según su punto de vista, poner sobre la mesa algunos temas resulta fundamental; socialmente todavía cuesta mucho hablar sobre el vínculo entre sexualidad y discapacidad. “Todas las personas tenemos los mismos derechos sexuales y reproductivos, el acompañante sexual es un rol necesario y debemos trabajar fuerte para crear esa concientización en las autoridades y debe ser normativizado, así como costó bastante el asistente personal, esto también generará resistencia y a cuanta más resistencia, más lucha”, vaticinó.

Integrar el grupo de mujeres y discapacidad le otorgó mayor conciencia en relación a la discriminación que sufren las mujeres con discapacidad. Los talleres que realizaron, dirigidos por profesionales en la temática, la llevó a ver la doble discriminación que sufren las mujeres con discapacidad: “por ser mujeres, y además por tener una discapacidad, no se nos reconoce casi ningún derecho en la sociedad, por ejemplo a tener una vida sexual plena, a ser madres, a tener hijos a cargo, a tener una vida autónoma y a tomar nuestras propias decisiones”. Adriana aseguró que se siente identificada con el grupo porque “vivo esta discriminación y la doble condición y lo puedo visualizar. Sé que existe y lo viví”.

Adriana integra la Coordinadora de la Marcha, la Coordinadora de Usuarios del Transporte Accesible y el Grupo de Mujeres y Discapacidad. Además, es delegada del Comité Consultivo del Sistema Nacional de Cuidados, allí promueve la figura del asistente personal, para que las personas con discapacidad severa puedan desarrollar autonomía. Militante en el Grupo Marielle Franco, impulsado por FUCVAM, en el que desarrollan talleres y realizan campañas contra la violencia basada en género dentro de las cooperativas de vivienda.