El 21 de marzo se conmemoró el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial. En el marco de esta conmemoración y en el Mes de las Mujeres, la presencia de Angela Davis ha iluminado la ciudad de Montevideo.

Para las más veteranas, Angela Davis es la black panther más famosa, la viva imagen de los movimientos antirracistas en el mundo, cuando África se descolonizaba lenta y tardíamente, y se convertía en el último continente en ser abandonado por un imperialismo moribundo pero tenaz. Pero también es la viva imagen de la lucha de las izquierdas contra la represión del imperialismo estadounidense en plena Guerra Fría. Una presa famosa. Una comunista en Estados Unidos. Una negra en tiempos de apartheid. Una mujer atravesada por todas las desigualdades. Más famosa que otras tantas, porque su vida ha sido un grito de rebelión en el corazón mismo del imperio.

Angela era también para nosotras la de la cabellera más afro, más digna y más bella que habíamos visto nunca. No se aplastaba el pelo, no se lo laciaba, no renegaba de su condición ni la ocultaba: la lucía. Lo usaba tan orgullosamente como una gran corona sobre su cabeza de leona. Su estética permaneció varias décadas e inspiró a muchas generaciones a no copiar modelos estéticos de la clase/raza dominante, sino a construir los propios. Los nuestros. Los de las clases y géneros y razas dominadas a lo largo y ancho del mundo. Para construir nuestra propia belleza. Y nuestra propia historia.

Para las más jóvenes, Angela Davis es una feminista que supo poner en evidencia las contradicciones entre género, raza y clase. Por eso su libro Mujer, clase y raza es tan famoso y tan importante. “La raza es la manera como la clase es vivida”, nos recuerda.

Allí hace un prolijo itinerario de las luchas antiesclavistas y de las luchas por el sufragio femenino, y resalta algo que, en estos días, en el cruce entre feminismo y racismo, resulta fundamental: que ningún proyecto de nación –ni siquiera el nuestro– fue fundado sin tener como base una sociedad esclavista, y no puede ser pensado –por izquierda– sin una perspectiva descolonizadora. Algo que parece evidente para la izquierda boliviana, pero no tanto para la uruguaya. Ni siquiera para el feminismo uruguayo, que siempre debe ser alertado de la inclusión del racismo entre sus denuncias y en sus reclamos.

Angela Davis también nos recuerda que no se pueden jerarquizar las opresiones poniendo unas (las de clase) antes que las otras. Que eso es una mala comprensión del fenómeno de la dominación, porque todas las dominaciones vienen imbricadas. Que la dominación de género no viene después de la dominación de clase. Y que la racial está inserta en nuestra biografía como nación.

El sistema esclavista definía al cuerpo como propiedad. Y en la lucha por la abolición de la esclavitud estuvieron las mujeres. Allí hicieron sus “armas políticas” en un mundo que no les daba ni siquiera el derecho al voto. Este concepto de la esclavitud como cuerpo sometido (en el límite, diría Aristóteles, como puro cuerpo) tendería un lazo entre el abolicionismo y otras luchas, como la lucha por la despenalización del aborto, por la ruptura con la estructura patriarcal del matrimonio y por la liberación del trabajo doméstico (esta última, inacabada, claramente, y en la que los vínculos entre patronas y empleadas merecen otras tantas reflexiones desde el feminismo).

Y ese lazo también está hoy presente en nuestras luchas contra la violencia de género, el femicidio, el trabajo no remunerado de las mujeres, y el derecho a la identidad de género. Porque no somos un puro cuerpo sino una voluntad (colectiva), Angela Davis nos recuerda cómo intersecar luchas y evitar falsas contradicciones. La larga historia que su ya clásico libro hace sobre los desencuentros por lo que venía primero, si el voto negro o el voto femenino, sirven para ilustrar lo principal: todas las dominaciones están intersecadas. Y nuestra lucha es contra un sistema de dominación.

En estos días en que celebramos las luchas contra el patriarcado y el racismo, tener a Angela Davis, con su hermosa corona de leona, nos enaltece, pero también nos vuelve a recordar otras luchas, entre ellas, la lucha ante un sistema de justicia y castigo que criminaliza a los más pobres, cuya situación sólo se recrudecerá con apelaciones de mano dura (como las del plebiscito en ciernes, que sólo nos haría vivir con más miedo). Y, asimismo, nos recuerda que el pensamiento y la praxis, como dice el texto de invitación a la ceremonia en la que la Universidad de la República le otorgará el Doctorado Honoris Causa, cuando se combinan, son poderosos.

Constanza Moreira es senadora del Frente Amplio.