Ya en la primera línea de la carrera de Ana Katz –más bien en los largometrajes dirigidos por ella– se puede anticipar mucho de lo que será el mundo creado en su cine: personajes extrañamente transparentes y sinceros, pero que para su entorno siempre resultan dislocados o inoportunos. Casi todas sus películas tratan sobre esta tensión entre lo individual y lo grupal –o incluso lo público–, con personajes que, frente a un cambio existencial, son obligados a reordenarse simbólicamente, tratando de hallar una nueva identidad (Katz separándose de su pareja en el medio de un viaje de aniversario en La novia errante –2006–, o Julieta Zylberberg enfrentándose sola a las angustias y paranoias de ser madre en Mi amiga del parque –2015–) y tropezando un montón de veces en el camino, pero sin perder su dignidad. Recientemente se estrenó en Cinemateca Sueño Florianópolis, una historia sobre una pareja en proceso de separación que, durante un viaje familiar, comienza a ensayar una nueva vida como personas independientes y deseantes, cayendo en un divertido juego de ensayo y error. Con la excusa del estreno aprovechamos para entrevistar a la insigne directora argentina y ahondar en muchos otros temas que componen su obra.

Pensando en tu cine, desde El juego de la silla (2002) hasta Sueño Florianópolis (y también Los Marziano, de 2011) el calor tiene una función que excede al mero background. ¿Esto es una casualidad, o creés que el calor tiene una función en lo narrativo, un peso simbólico específico?

Hay un ensayo muy recomendable sobre mis películas, escrito por Julia Kratje, que es precioso. Ella, más que del calor, habla de las estaciones. Es cierto que el calor está presente en El juego de la silla y en Sueño..., pero hay una impronta que va más allá de la influencia que tienen el clima y la naturaleza en los personajes. Muchas veces hay conclusiones que se condensan con el envión de un viento o un clima: en Mi amiga del parque es el frío, en La novia errante es el otoño. Me parece que lo que predomina en mis películas es la potencia de la naturaleza para entrar como un personaje, más allá de que algunos puedan vivirla como algo completamente citadino.

En tus películas suele deslizarse lo que implica la reorganización de una familia, y a veces surge la posibilidad de reinventarla con otras personas. ¿Cuál creés que es el papel de lo colectivo frente a modelos familiares alternativos?

Determinadas situaciones o eventos funcionan como disparadores de una transformación. Tal como dice un libro anarquista, “lo personal es político”. Quizá la palabra “reinvención” suene demasiado, pero a veces los cambios más pequeños generan una transformación, sobre todo en lo que tiene que ver con la pareja, lo familiar, lo patriótico y, en definitiva, el capitalismo; ese gran contenedor con sus reglas clarísimas. Me parece que los personajes viven en esos pequeños marcos que nos van dando desde afuera, y dentro de esos marcos aparecen quiebres delgados que permiten una revolución pequeña, que nos deja ver otras grandes posibilidades. La libertad es un valor que me interesa mucho, y también el amor como contraposición a cierta idea convencional o funcional.

No puedo evitar ver cierto paralelismo entre Sueño Florianópolis y La novia errante, como si ambas protagonistas fueran el mismo personaje en distintas situaciones, que luego madura o adquiere cierta serenidad. ¿Lo ves así?

Qué gracioso. Creo que hay un vínculo, aunque generalmente me lo señalan entre otras pelis. Siempre hay ciertos parecidos y semejanzas. Ambas tienen una deconstrucción de lo anterior y un amanecer en lo nuevo. La experiencia como único canal posible de conocer. Igual, no es algo pensado previamente.

Es curiosa la elección de Mercedes Morán [protagonista de Sueño...], porque genera una extraña conversación entre tu película y El amor menos pensado [de Juan Vera, 2018; también con Morán], que si bien son dispares estilísticamente, tienen una temática parecida, vinculada a la reinvención de una pareja después de su separación.

Sí, me lo han dicho. No conocía esta otra película de Mercedes Morán. Mercedes es una actriz con una mirada maravillosa. En su actuación ella cuenta con algo autoral: tiene esa actitud tan maravillosa y tan poco pasiva que implica pensar al personaje desde la mirada de la película. Defendimos mucho la confusión de esa mujer como un espacio de vitalidad, sin que esos resquicios de duda, de prueba, de sensualidad nos colocaran en un lugar distante o dictaminador de qué es lo que debería o no debería ser. Me parece muy inspirada, además de que la considero una gran actriz.

Ana Katz (archivo 2014)

Ana Katz (archivo 2014)

Foto: Pablo Vignali

¿Cómo surgió la idea de que la pareja protagonista actuara con sus respectivos hijos, y qué efectos tuvo dentro y fuera de la película?

La idea de trabajar con los hijos de Gustavo [Garzón] y de Mercedes, que se llaman Joaquín Garzón y Maru Martínez, surgió luego de buscar mucho, y si bien me pareció muy atractiva, también me generó un poco de temor. En las escenas que hicimos en el auto, donde filmar siempre es un incordio para los directores, porque solemos ir en el baúl, tuve una epifanía sobre esos actores tan sensibles que son Joaquín y Manuela: sentí que todo llevaba una impronta familiar enorme. Había un clima de tanta intimidad y confianza, con todo lo que eso implica, que creo que a la película le hizo muy bien.

Tus obras adquieren un subsuelo extra cuando actuás vos, y creo que es porque tus actuaciones siempre dotan a la puesta en escena de algo de tensión, de algo perpetuamente incómodo y fuera de lugar que siempre funciona. Y puede ser algo asociado a tu voz. ¿No te preocupaba perder ese recurso en Sueño Florianópolis?

No sé si lo identifico específicamente con mi voz. Me gusta mi recurso. Cuando actúo es una especie de batalla desde adentro. En la película, esa pareja que se caga a gritos en las rocas somos Gonzalo Delgado y yo, pero la verdad es que no había un personaje para mí. En definitiva, lo que a mí me importa es el asunto de lo que se está hablando, y yo siempre estoy dispuesta a resignar un montón de cosas, pero sólo me quedo contenta si el guion responde sensiblemente a una pregunta; eso es lo que más me importa. Ahora tengo dos proyectos nuevos en los que actúo, y también me gusta trabajar en películas de otra gente, porque me recrea y me hace olvidar mi manera de ver. Para actuar busco personas modelo, e imito bastante.

¿Qué es lo que te hace reír y qué es lo que te genera incomodidad de la vida cotidiana?

La elección y el uso de la palabra es un terreno que me genera mucha risa. Me paso escuchando eso, y no es a propósito. Siempre me queda una palabra que alguien dijo, por qué usó tal verbo y no otro, pero no como un regodeo excesivo, sino porque para mí tienen un juego muy particular. Por otro lado, los comportamientos: esa cosa tan expuesta que tenemos. A mí me resultan muy incómodas las reglas sociales y cómo se arman los convenios sobre lo que es ser familia, ser buena madre, buena profesional, o hablar bien en una entrevista como esta. Hay un montón de reglas, incluso en los mundos más relajados que se nombran o autodenominan con cinismo –pero con compromiso– progresista. Creo que me la paso sintiendo que las cosas son absurdas y, a la vez, ese mismo absurdo es lo que me genera un poco de gracia y hace que no me tome todo tan en serio.

Contame sobre tu forma de retratar a mujeres contradictorias, comburentes y excesivas.

Contradictorias y plenas. Y ya que veníamos hablando de palabras, “comburente” es muy linda. Yo diría que son vitales, y con lo de “excesivas” te salgo a la batalla porque suponen una especie de preacuerdo entre lo esperable y lo que corresponde. Yo creo que no hay nada más peligroso que una señora sobria, y a mi gusto es lo que menos quiero ser. Me parece uno de los personajes más aburridos para vestirse, para comer, y como conducta es mucho peor. Creo que durante toda la vida las mujeres estamos acostumbradas a leer desde puntos de vista masculinos, y eso hace que los personajes femeninos, que son contrarios a los masculinos, no sean tan extravagantes. Se ven así porque todavía tenemos una impronta más moderada, más pasiva, más aquietada, que se queda en la reposera mientras el hombre va a la pileta. A mí me gustan las mujeres que van y se tiran bomba, aunque tengan 72 años, como mi mamá. Me gusta la mujer móvil, y creo que eso no sólo pertenece a un personaje fuerte, sino que, en realidad, está en la mujer misma. Creo que es la mordaza externa que hacía que eso no apareciera. Y no lo digo desde una posición actual: siempre lo pensé, y hay un montón de personajes que me lo confirman. Alicia en el país de las maravillas es una biblia que tenemos y que siempre habla de esa mujer que crece y se transforma por medio de la imaginación.

Parece una pregunta un tanto amplia y vaga, pero ¿cómo pensás el lugar de la mujer en el cine argentino y en tu cine en particular?

Estoy a favor de ir deconstruyendo de a poquito la mirada binaria sobre los géneros. Me parece que cada uno debe encontrarse en el lugar que le resulte mejor. Creo que esta idea de hombre y mujer se está transformando totalmente, y además las necesidades con las que se construyeron esas opciones binarias ya no están siendo tan así. Digamos, salvo el incesto y alguna cosa más (que, si se mantiene, en principio está bien), el resto se va borroneando, y a mí me parece genial. Por eso, no sé qué significa representar a las mujeres o que otra lo haga por mí: lo que sé es que somos personas. Hay hombres con ojos de mujer, y al revés. Esto se ve en mis pelis. No creo mucho en la mujer que se comporta como mujer y el hombre que se comporta como hombre; eso nos ha llevado a resultados tan nefastos, que no me sumo al club. Me encanta, me parece una condición básica que las mujeres hagan cine cuando tengan ganas de hacerlo –y vaya si lo están haciendo bien–, pero no tengo una idea específica sobre eso.