Un latigazo guitarrero y, después, una avalancha de melodías sorprendentes sobre un ritmo primitivo y bailable. Eso fue lo que escuchamos en 1994 millones de personas de todo el mundo cuando presenciamos los avances de Pulp Fiction, la película que consagró definitivamente a Quentin Tarantino. El tema, que a pesar de su singularidad sonaba a clásico, se llamaba “Misirlou” y, efectivamente, venía de otra época: era un hit instrumental compuesto y tocado por Dick Dale tres décadas antes, en 1962.

Algo de la magia de esa canción, y de muchas otras creaciones de Dale, tiene que ver con el cóctel de influencias musicales a las que había sido expuesto desde su niñez. La familia de su padre venía de Líbano, y la de su madre, de Polonia y Bielorrusia. Varios de sus tíos tocaban instrumentos de cuerda y percusión; de ellos el pequeño Dick absorbió progresiones y técnicas que llevaría desde Boston, donde se había criado, hasta California, adonde su familia se mudó cuando tenía 17 años.

A fines de los años 50 el rock and roll decaía, pero en el sur de la opulenta California se estaba gestando una cultura juvenil alrededor del ocio playero: bikinis y tablas, seducción y autos descapotables. Faltaba el sonido, y eso fue lo que vino a poner la surf music. Y el recién llegado Dick Dale se convirtió en el “rey de la música surf”.

Quería emular el rugido de las olas, dijo muchas veces. Para eso se valió de un efecto de sonido, la reverberación, que hasta entonces se usaba para sostener las voces. A él se le ocurrió conectar el tanque de reverb a su guitarra, y así encontró una fórmula que no abandonaría. Otro de sus secretos es que era zurdo, pero, al contrario que el también zurdo Jimi Hendrix –uno de sus descendientes en la ejecución del instrumento–, no adaptaba el encordado cuando usaba guitarras para diestros, lo que hacía que cuando tocaba las cuerdas más graves tuviera un ataque especial. El ataque, por cierto, era fundamental en el estilo veloz y marcadamente percusivo –“en el fondo, siempre estoy tocando el tarabaki que me enseñó mi tío paterno”– que distinguía a Dale.

Lo otro eran las escalas de Medio Oriente, del este europeo, y luego, del norte de México, que embebió en sus creaciones, mayormente instrumentales. Esto es patente en “Misirlou”, “The Victor” y en su cover de la tradicional canción hebrea “Havana Gila”, así como en la bella “Taco Wagon”, de clara raíz latina. El repiqueteo veloz y las atrevidas excursiones melódicas lo volvieron un precursor de la psicodelia que estallaría pasada la mitad de la década de 1960.

El otro estilo que en algunos momentos lo contó entre sus precursores es el heavy metal, debido a la ocasional rapidez de sus punteos, a sus energéticos shows y sobre todo, al volumen puro que buscaba Dale. No sólo usaba cuerdas de grosor extra para poder darles más duro con su púa, sino que además colaboró con su amigo Leo Fender para que le construyera amplificadores más potentes y resistentes. Especialmente confeccionados para Dick Dale, nacieron el Fender Showman y, luego –porque se trataba de tocar siempre con la perilla en 11–, el Dual Showman.

El sonido de California, que se había sofisticado vocalmente con bandas como The Beach Boys, fue relegado cuando The Beatles y demás bandas inglesas coparon las radios estadounidenses y entonces Dale pasó a ser un atractivo menor –pese a lo cual jamás abandonó los escenarios– hasta que la intervención de Tarantino lo devolvió a su justo lugar.

El domingo se anunció que había muerto. Aunque no se ha comunicado exactamente la causa, se sabe que desde hacía más de 50 años Dale tenía a raya a un cáncer rectal. Aparte, como le contó al Pittsburgh City Paper, en los últimos años se le habían sumado problemas en los riñones y horribles dolores de espalda. Por eso, a sus 81 años, nunca dejó de tocar: tenía que reunir 3.000 dólares mensuales para pagar el tratamiento médico. Además, siempre dijo que prefería morir en el escenario.