Hace poco más de un siglo tuvo lugar en Nueva York una gran muestra de arte moderno que marcó un punto de inflexión en la cultura estadounidense, ya que abrió los ojos de la crítica y el público a lo que se producía en Europa y permitió dar a conocer a los nuevos artistas locales. Esa el la tesis central de The Modern Art Invasion: Picasso, Duchamp, and the 1913 Armory Show That Scandalized America, un estudio de Elizabeth Lunday (Lyons Press) publicado en conmemoración de los 100 años de la exposición.

Picasso tuvo un lugar central en esa gran muestra: toda una sala estuvo dedicada a su obra, y él mismo actuó como una especie de curador del importante contingente de arte francés.

Una lucha

El nombre oficial de la exposición fue International Exhibition of Modern Art (“Exhibición internacional de arte moderno”), pero el público la conoció como “The Armory Show” (la muestra de la armería), porque, ante el alto precio de alquiler del Madison Square Garden, los organizadores se decidieron por montarla en los modestos depósitos del Regimiento 69 de la Guardia Nacional, en la zona este de Manhattan.

Anunciada durante meses, la exposición reunía obras de artistas que hoy son parte de toda la historia del arte, pero que para el púbico estadounidense eran prácticamente desconocidos: Édouard Manet, Vincent van Gogh, Paul Cézanne, Marcel Duchamp y, por supuesto, Pablo Picasso, con algunos de sus “desnudos femeninos de pie”. Los visitantes mostraban su sorpresa ante las novedades de fauvistas, futuristas y cubistas, que desafiaban las nociones de lo que hasta entonces se entendía por arte.

La exposición fue un éxito de púbico: la visitaron cerca de 250.000 personas, si se suma las que la vieron en Boston y Chicago, adonde partió luego de Nueva York. Pero no sólo impactó en esas ciudades: en todo el país la prensa –por entonces el único medio de comunicación verdaderamente masivo– reprodujo las noticias que generaba la inusual muestra.

La sorpresa que causó el arte europeo de vanguardia, según Lunday, se explicaba en parte por la acción de la National Academy of Design. Esta academia se había dedicado, en beneficio propio, a preservar las nociones del arte establecido –anterior a los impresionistas, por decirlo de alguna manera– y a la vez, a bloquear, en tanto fuera posible, la llegada de novedades provenientes del exterior.

Lunday organiza su libro como el relato de un enfrentamiento entre esa vieja academia y una nueva organización, la Association of American Painters and Sculptors (AAPS), y muchos de sus capítulos son juegos de palabras con términos bélicos. Queda afuera uno, quizás el más importante: “vanguardia”, que originalmente fue tomado de la jerga militar. Quizás se deba a que no ha sido una palabra de uso extendido en la cultura angloparlante, en la que se prefiere al más abarcador “modernismo”.

En esa disputa tuvo un rol central el pintor estadounidense Walter Kuhn. Abatido tras el fracaso de una muestra individual que coincidió con el salón anual organizado por la Academia de 1911, Kuhn concibió la idea de organizar una gran exhibición que mostrara, juntos, a los vanguardistas de un lado y otro del Atlántico, para reivindicar el lugar de los artistas que, como él, se apartaban de la ortodoxia académica.

Foto del artículo 'Invasión a Estados Unidos: la exposición con la que Picasso y las vanguardias desembarcaron en 1913'

En los años siguientes, Kuhn se abocaría a encontrar aliados, como el coleccionista Arthur Davies, y a establecer lazos con la vanguardia europea, de la que París era el centro. Allí, se vinculó con el círculo conformado alrededor de Gertrude y Leo Stein. En ese ambiente ya brillaba desde hacía tiempo Pablo Picasso, quien confeccionó para Kuhn un listado de artistas ineludibles para su futura exposición. “Juan Gris, Metzinger, Gleizes, Leger, Delaunay, Le Fauconnier, Marie Laurencin, De La Fresnay”, anotó el español, y Kuhn añadió “Braque”.

Picasso sugirió un nombre más, el de un integrante secundario de un grupo cubista rival (“de retaguardia”), que se transformaría no sólo en el autor de la obra más impactante de la muestra neoyorkina, sino también en el artista de vanguardia más renombrado en Estados Unidos: Marcel Duchamp. Su Desnudo bajando una escalera desconcertó y fascinó al público estadounidense, y la prensa llegó a hacer concursos paródicos para identificar posibles partes del cuerpo humano en el geométrico y enigmático cuadro.

La fiesta dejó París

La exposición fue un éxito en varios sentidos. Para empezar, el económico, que nunca es menor en temas de arte.Tuvo 50.000 visitantes, que cubrieron con creces los gastos de alquiler y montaje. Pero, lo más importante, se vendieron 160 obras de arte por un valor de 26.000 dólares, equivalente a 600.000 dólares de hoy. Coleccionistas privados e instituciones públicas invirtieron en el nuevo arte –y luego lo promocionarían para proteger esa inversión–, y no sólo de artistas europeos. Edward Hopper, el ícono de la pintura estadounidense de principios del siglo XX, vendió su primera pintura en el Armory Show.

La noticia de que había otro arte, además, se instaló entre el público de diversas maneras, y el desconcierto dio paso a la integración, fuera en forma de comentarios aprobatorios, de malentendidos (como la “moda cubista” en la comida y el diseño) o de humoradas que, a su manera, indicaban aceptación.

Además, el cuestionamiento sobre qué cosa es el arte cobró nuevo impulso, y sería un tema que desvelaría a la academia –no sólo estadounidense– hasta hoy. Por lo pronto, la idea de que el arte tenía que ser bello empezaba a quedar atrás.

Fue, de acuerdo a Lunday, el comienzo de un movimiento en el mundo del arte que trasladó su capital desde París a Nueva York. La Primera Guerra Mundial, que estallaría unos meses después, oscurecería esta traslación, que se volvería evidente tras la Segunda Guerra Mundial, con el apogeo del expresionismo abstracto de Jackson Pollock y los suyos.

Ese camino habría sido abierto, según la investigadora, por la muestra de 1913. Entonces, al sector donde se agruparon las obras de arte cubista se le apodó “el cuartito del horror”. Hoy, más de un siglo después, el arte de Picasso y sus contemporáneos ya no espanta, pero sigue conmoviendo.

Modern Art Invasion: Picasso, Duchamp, and the 1913 Armory Show That Scandalized America. De Elizabeth Lunday. Lyons Press, 2015. 232 páginas.