Invitado por el Centro de Fotografía de Montevideo, Roger Ballen –uno de los fotógrafos más controvertidos de la actualidad– dio una charla sobre su arte, a raíz de una muestra antológica de su trabajo. la diaria entrevistó a este estadounidense que vive desde hace décadas en Sudáfrica, que trabajó como geólogo y que con sus fotos y videos construyó un imaginario poblado de personajes y situaciones generalmente calificados de oscuros, que ya tiene su nombre específico: ballenesque.

Su madre trabajaba en la agencia fotográfica más importante de Estados Unidos, Magnum. Me imagino que su relación con la fotografía fue temprana e intensa, pero ¿cuándo empezó a sacar fotos?

Mi madre empezó a trabajar en Magnum en 1965 o 1966, era muy apasionada de la fotografía y hacía de asistente de varios fotógrafos famosos, como Henri Cartier-Bresson y David Seymour, que con el tiempo se volvieron amigos, venían a casa a cenar, nos regalaban libros y fotos. Yo tenía 16, 17 años. Más tarde, en junio de 1968, cuando terminé el liceo, mis padres me regalaron una cámara Nikon. Empecé a usarla inmediatamente y a sacar fotos. Hace poco mostré algunas en una retrospectiva y son excelentes fotos: había entendido la esencia de la buena fotografía sin tomar cursos. Gracias a haber tenido cerca a modelos tan destacados, había podido emularlos.

Su arte se concentra en la oscuridad, la sordidez, la marginalidad. ¿Por qué elige este tipo de sujetos?

Me acuerdo de que en 1972 estaba estudiando en la Universidad de Berkeley, en California, y la primera película que hice fue acerca de un personaje à la Beckett, un hombre que vaga por las calles, distanciado, en el borde, en las afueras. Cuando tenía 20 años había algo en este tipo de personajes que me interesaba, aunque las fotos que sacaba eran de otro tipo, de los movimientos de los derechos civiles, la protesta contra la guerra de Vietnam; un tipo de foto más de crónica. Empero, aquella película había capturado algunas de las cosas que más tarde reaparecieron en mis fotografías.

Su trabajo provoca cierta incomodidad en el espectador. ¿Usted busca este tipo de reacción?

No busco nada. Yo quiero sacar fotos fuertes, que tengan un poder sobre mí; si no lo tienen, se van. Si no llegan a cierto estándar que yo mismo creé, no las muestro. No sé qué siente o piensa la gente; las mismas imágenes no quieren decir lo mismo para todo el mundo, así que no busco nada, excepto crear fotos potentes que desafían a mi mente. Y en general, si desafían a mi mente, desafían también a la de otra gente. ¿Cómo? ¿Por qué? Quién sabe. Creo que cuando una imagen queda incrustada en el subconsciente de una persona, esta trata de reprimirla, porque de alguna forma la imagen pone en marcha problemas irresueltos, la gente se siente amenazada psicológicamente. Es por eso que dicen que la oscuridad es perturbadora. Pero no tiene nada a que ver conmigo.

Usted usa a menudo una terminología psicoanalítica.

Me recibí de psicólogo.

¿Usa este conocimiento en su producción?

Es muy difícil decirlo. Puedo leer diez libros de psicología, y los podés leer tú también, pero luego agarrás una cámara y... ¿qué vas a hacer? Es cierto que podés entender algunas cosas sobre la naturaleza humana, pero podés hacerlo también caminando por la calle o mirando la televisión. Sí, es verdad que la psicología me ha dado un conocimiento teórico del comportamiento humano y animal, pero ¿cómo traducís eso en una imagen? La naturaleza humana es muy compleja, tiene que ver con la genética, con mi crianza, con mis experiencias vividas en los 69 años que tengo y con otras cosas que desconozco... Hay más de un trillón de células en el cerebro. ¿Cómo trabajan? ¿Qué hacen?

Roger Ballen

Roger Ballen

Foto: Pablo Vignali

Sabemos algo de cómo funciona el cerebro.

Pero no demasiado. Como se dice en inglés, cuando empezás a mirar más profundamente, caés del precipicio.

Mencionó lo animal. Los animales están casi siempre presentes en sus fotos, pero de formas muy diferentes de lo que sería una relación común entre mascota y dueño. ¿Qué le interesa tanto de ellos?

Varias cosas. Primero, me interesa conectar el lado animal de los humanos con los animales y el lado humano de los animales con los humanos, cruzarlos, encontrar enlaces entre el cerebro humano y el animal. Están en todas partes y no son sutiles. La sociedad humana, el comportamiento humano, si uno lo reduce y reduce y reduce y reduce, queda con unos pocos tipos de conducta animal, ligados a sexo, territorio, poder, supervivencia, muerte. Elementos que dominan todo. La segunda cosa: entre los animales, la gente y los lugares que se ven en mis fotografías no hay armonía. En la prensa, en los programas televisivos, la relación entre perros, gatos y humanos parece perfecta: todo es felicidad. Pero la verdadera naturaleza de la relación es antagonista, explotadora, no armónica. Hacer sentir a la gente como en casa en el medio de la naturaleza forma parte del concepto mismo de la cultura occidental. Pero no hay armonía, sólo destrucción: 95% de destrucción, 5% de armonía, y este 5% son perros, gatos y papagayos.

Tiene una predilección por los pájaros.

Sí, porque conectan el cielo con la tierra, tienen una pureza que viene del cielo. Siempre me han gustado, siempre quise ser un pájaro grande; me gustaría poder volar, no tener que tomar aviones. Pero probablemente me dispararían o me comerían.

Usted mezcla a menudo la fotografía con otros medios, como el dibujo, la escultura, el video. ¿Es una manera de “completar” algo que falta a la fotografía, o es sólo experimentación?

Son medios paralelos. Películas: hablan, tienen sonidos. No tenés esto en la fotografía. Entonces algunas de las cosas que querés profundizar, ampliar, con la fotografía no podés hacerlo. Pero la fotografía tiene una esencia muy concisa que un film no tiene. Un film corre permanentemente, se mueve. Usar los dos te permite tener una estética más amplia. Para mí ha sido una cosa buena hacer videos e integrar dibujos y esculturas en mi trabajo, porque lo expande, expande mi mundo. Ha pasado de forma gradual, fue un proceso lento.

Hace mucho que vive y trabaja en Sudáfrica, estuvo ahí durante y luego del apartheid. ¿Cree que la situación extremadamente complicada de Sudáfrica tuvo alguna influencia en su visión del mundo y en su manera de fotografiar?

Es una pregunta muy difícil de contestar. He vivido en Sudáfrica 37 años. Si hubiera vivido en otro lado, en Uruguay o en cualquier otro país, mi fotografía se hubiera desarrollado en otras direcciones, así como si mi madre y mi padre no se hubieran encontrado yo no estaría aquí. Por ende, seguramente tuvo algún peso. Sin embargo, nunca me vi como un fotógrafo político. Nunca he tratado de documentar las circunstancias del lugar, aunque hubo circunstancias únicas ahí. Pero otras no son para nada únicas: pobres y marginados existen en cualquier lado. El problema de la pobreza, la marginalización y la alienación está en todas partes. La alienación es un problema de la clase media y alta, la gente con dinero generalmente está más alienada que la que no lo tiene. El apartheid terminó en 1994, luego vino otro gobierno. Mi trabajo no es un comentario sobre eso, es más un comentario sobre la condición humana, su absurdo.

¿El hecho de que virtualmente todos tengamos una cámara en el bolsillo, y de que todos los días millones de fotos se suban a internet, ha cambiado el trabajo del fotógrafo hoy?

Sin duda. A mí no, porque soy de la vieja escuela: hace 51 años que lo hago. Pero los criterios para evaluar una foto, las habilidades técnicas, el valor de una imagen, todo eso ha cambiado.

¿Cambió para bien o para mal?

Hay aspectos positivos y negativos. Es positivo que la gente pueda expresarse a través de una cámara y sacar sentido de eso, poder comunicar, y eso tal vez enriquezca sus vidas, no sé. Pero también hay problemas: si en vez de cenar con tu familia o leer un libro pasás todo el día mandando mensajes idiotas en Facebook o Instagram, no es muy positivo, se puede debatir. El valor inherente de la sola imagen, su singularidad se desdibujó. Por ejemplo, en Instagram: tú sacaste una buena imagen y te dan 100 “me gusta”, Kim Kardashian saca una foto de su zapato y obtiene 10 millones de “me gusta”, ¿cuál es el valor de la imagen entonces? Es una situación confusa, ya no tiene que ver con la habilidad de fotografiar, sino más con la celebridad.

Twirling Wires, 2001. Foto: Roger Ballen

Twirling Wires, 2001. Foto: Roger Ballen

¿Usted usa el celular para sacar fotos?

Sí, a veces. Pongo cosas en Instagram, pero no cuando viajo: estoy demasiado distraído. En Instagram pongo partes de mis fotos. No pongo nunca la foto completa, sólo una vez que se muestra o se publica; antes, sólo porciones de ellas.

Vi que hace un par de años empezó, por primera vez, a usar el color. ¿Cómo se produjo esta transición?

Cuando salió el libro Ballenesque (2017) decidí hacer un video con el mismo título, y me dieron una cámara digital; hasta ese momento yo sólo había trabajado con cámaras analógicas. Mientras filmaba el video empecé a sacar snapshots en color de las filmaciones y me asombré por ciertos colores que aparecían en ellas; algunas eran muy buenas. Entonces empecé a sacar más y a inspirarme en ellas. Ahí decidí trabajar con el color exclusivamente, y lo estoy haciendo desde entonces. No volví al blanco y negro, porque son fotos buenas, no de segunda: son muy fuertes, no es el color por el simple gusto del color.

En el final de su video Ballenesque usted dice que la palabra más profunda del idioma inglés es “nothing” (nada). ¿Se considera un nihilista?

No, no podría. No sé qué soy hoy. No soy ateo, pero “dios” es una palabra muy genérica, así que no sé mucho de eso tampoco. Estoy en una situación enigmática.