“Hasta ahora no ha habido una exposición más importante desde el punto de vista artístico, sobre todo con la complejidad y el valor patrimonial que tiene la de Picasso, y eso no es un juicio de valor”, dice Enrique Aguerre, el director del Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV), para evidenciar el carácter de este acontecimiento. Se refiere a Picasso en Uruguay, la primera exposición de pinturas de Pablo Picasso que hoy inaugura el MNAV, en el marco del proyecto Picasso Mundo, que lleva adelante Laurent Le Bon, presidente del Museo Nacional Picasso de París, con la curaduría de Emmanuel Guigon (director del Museo Picasso de Barcelona) y el auspicio de la Embajada de Francia en Uruguay.

La apuesta inusual a la que se refiere Aguerre también implica considerables reformas edilicias, y una importante logística de seguridad y de traslado que siempre rodea a este tipo de muestras. “Ahora quedamos certificados para adquirir otras propuestas, cuando, hasta este momento, Uruguay no estaba preparado, porque en el pasado las medidas y los acuerdos eran distintos, y en el futuro seguirán cambiando”. Uno de los propulsores del cambio, dice, es que los museos ya no son tan generosos al momento de prestar sus obras (“hay piezas fundamentales que no salen, como el Guernica, del Reina Sofía; Las señoritas de Avignon, del MoMA; Las meninas, del Prado), y un nuevo fenómeno, que comenzó a consolidarse a fines del siglo XX: “A muchas de las obras más importantes ya no las tienen los museos sino los coleccionistas privados. Eso cambia las reglas de juego. Nosotros, por ejemplo, para la muestra de [Pedro] Figari [Nostalgias africanas] contamos con obras del MNAV, del Museo Figari y del Blanes, pero también se incluyeron a diez o 12 colecciones particulares. Ahí te das cuenta de cómo cambia el balance. Lo mismo sucedió cuando hicimos la de [Carlos Federico] Sáez, que además de contar con obras del MALBA [Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires], también tuvimos otras de la colección privada de [Eduardo] Constantini [fundador y presidente]”.

En el Plata

Picasso en Uruguay responde a un deseo preciso de Laurent Le Bon de dar a conocer a Picasso en los países en los que nunca había estado, dice el director. El proyecto, llamado Picasso Mundo, reúne destinos que cumplan con esta premisa, y, en el caso de Uruguay, se pensó en resonancia con Torres García, ya que ambos se encuentran a fines del siglo XIX, “presentan libros, ilustran las mismas revistas, están en las mismas exposiciones colectivas”. Aguerre cuenta que, mientras que a Torres se lo considera un artista catalán, a Picasso ya se lo valora como “un infiel, porque se dirige hacia el cubismo. Después él se va a París y Torres sigue trabajando en Barcelona”.

Recuerda que Torres García pensaba hacer un libro llamado Picasso, pero, aparentemente, “se pelearon amargamente: Torres tiró el libro al fuego y sólo quedó la tapa. Además de la portada, también se exhibirá una semblanza que Torres hizo de Picasso, de puño y letra, y es fantástico ver lo que tacha y lo que corrige. Porque aunque le recrimina aspectos de su comportamiento, dice que artísticamente es un genio. Esa es la gran leyenda negra de Picasso: de cinco o seis esposas oficiales, hay una que habla muy mal, otra que habla más o menos, y las demás dicen que es lo mejor que les pasó. Y lo dejaron por escrito”.

Pero, como en todo transcurso de una vida, siempre hay sorpresas: “En paralelo, también tuvo ciertos gestos: ni bien terminó su etapa académica, de aprendizaje, a la sombra del padre, en las que firmaba Pablo Ruiz Picasso, pasó a hacerlo con el apellido materno. Eso no es algo menor, y hay que ver qué sucede con ese quiebre. También se da algo que a muchos les sienta mal, pero él lo único que quería hacer era dedicarse a la pintura: lo demás era absolutamente secundario (llámase esposas, esposos, hijos, amantes, sobrinos). La única amistad que cultiva con dedicación es la de Jaume Sabartés (su secretario), y aun así él se queja de pausas de diez o 15 años durante los cuales Picasso no le responde sus cartas (aunque después le pide que vaya y no se separan más). Era muy especial, e incluso le prohibía a su familia que estuviera mientras él estaba pintando, por ejemplo. Pero no creo que haya engañado, esas eran las reglas del juego”.

Enrique Aguerre, director del Museo Nacional de Artes Visuales.

Enrique Aguerre, director del Museo Nacional de Artes Visuales.

Foto: Ricardo Antúnez

De estas decisiones se queja Torres, dice, cuando apunta a que, socialmente, Picasso deja mucho que desear. “Sin embargo, cuando hubo que escribir una carta en medio de la dictadura fascista de [Francisco] Franco, él adhirió a la resistencia y firmó manifiestos. O sea que no era tonto, y se mostraba solidario, adhería al Partido Comunista francés, aceptaba dirigir el Museo del Prado en el exilio”.

Sabartés y Figari

En los años 20, Sabartés vuelve de Guatemala, y viaja a París para pedirle apoyo económico a Picasso. La idea era embarcarse a Montevideo, a donde llega en 1928, y empieza a escribir en el diario El Día. Aguerre recuerda que, en 1928, el secretario le escribe preguntando por qué no mandaba obras para exponer en Uruguay, ya que el Ministerio de Educación tenía mucho interés en que se hiciera. “Eso es genial. Y, además, dice que mostró en La Giralda el autorretrato que Picasso le había hecho, y que a la gente le había gustado mucho”.

En cuanto a las demás resonancias, el director cuenta: “Hay una carta que certifica que Picasso estuvo en la primera exposición individual de Figari en París, y que él tenía buena opinión de Figari, pero no Figari de Picasso: después, él se queja un poco del vínculo de Picasso con el cubismo, que toma como fuente lo africano y lo oriental, siendo un pintor tan bueno y tan occidental, y con raíces en la tradición. O sea que ve como un poco esnob que que se vaya hacia ese lado. Y es curioso que, justamente, lo diga Figari, que inventa todo un imaginario”. Agrega que todas estas resonancias de Picasso en el Río de la Plata incidireron para que la muestra sea en Montevideo y no en otras ciudades de la región.

En cuanto a las implicancias, dice que hay bastante consenso en que a las obras de artes plásticas hay que presenciarlas, ya que no existe mediación electrónica, digital o de reproducción que pueda compararse, por todo lo que producen “las texturas, los olores, la luz, los marcos, el espacio, las dimensiones. Acá tenés la posibilidad de ver casi medio centenar de obras de Picasso entre esculturas y pinturas cubistas, ver los procesos in situ, en cuadros de más de un metro y medio. Sin el Museo Picasso de París, [el coleccionista] Jorge Helft y Emmanuel Guigon, esto no hubiera sido posible. Tampoco sin el Estado uruguayo, que asumió el desafío e hizo un esfuerzo único. A mi entender, esto abrirá la posibilidad a otros proyectos de esta escala”, evalúa.

Democratizar la cultura

“¿Cuánta gente tiene la posibilidad de viajar a Francia y ver las obras que vamos a traer? ¿No es más democrático?”, se pregunta, convencido de que el MNAV no renuncia a asegurar la democratización del acceso al arte y la cultura, y, en cambio, se propone buscar mecanismos “más imaginativos” para traer este tipo de muestras. “Por un lado, nadie que quiera ver la muestra quedará afuera por un tema de dinero. Por otro, a mí me interesa más la experiencia en el museo que el tránsito de miles de personas”.