En Argentina, más de una niña fue obligada a ser madre recientemente. En todos los países de la región nos enteramos de noticias cada vez más aberrantes para con nosotras. Por eso estas líneas pretenden esbozar la situación que estamos viviendo las mujeres en América Latina y qué implica ser feminista en 2019.

A la sociedad le cuesta entender que el feminismo no odia a los hombres. Nosotras, las feministas, queremos “matar” (y lo pongo entre comillas porque es una metáfora, no una invocación literal) al “macho”: aquel hombre que cree que la mujer es sumisa y que él tiene poder de decisión sobre sus actos. Es quien la agrede con innumerables violencias; si bien la violencia física es la más fácil de detectar y la más punida, la violencia simbólica es la más cotidiana y puede llegar a ser muy dolorosa. Pero no sólo son hombres: muchas mujeres están impregnadas de este sistema patriarcal y afirman que el rol de la mujer, por ejemplo, es estar en su casa con sus hijos, dependiente de la economía de su marido.

El feminismo quiere la equidad entre el hombre y la mujer. No quiere ser superior, ya que eso sería estar haciendo lo mismo que queremos erradicar. Aquí podemos citar a Rosa Luxemburgo: “Por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”.

Pensemos en algunas frases comunes: “Mejor no trabajes: quedate en casa con los niños”; “¿Cómo vas a salir con ese vestido?”; “Tu ropa va a dar que hablar”; “No te tomarán en cuenta”; “No tenés capacidad para opinar”; “No te pongas eso que es provocativo”; “No tomes”; “Quedás fea así”; “Deberías ser más femenina”.

Al parecer, ser femenina y feminista es antagónico. Ser feminista parece ser sinónimo de falta de cordura, de desprolijidad, grosería, violencia. Si soñamos con derribar este sistema patriarcal en el que vivimos, estamos locas. Pero ahora estamos mucho más apegadas al cambio y sensibles a los hechos. Y de esto no depende tener o no las uñas arregladas, la cara maquillada, usar vestidos o jeans sueltos. Sí, podemos vestirnos bien, estar bien peinadas y maquilladas, siempre al servicio de quien nos necesite. Pero ser feminista es decontruirse y unirse al cambio. Es decir “basta” a lo que nos somete, nos hiere, nos mata.

En América Latina, solamente en lo que va de 2019 han muerto en casos de femicidio al menos 282 mujeres. El colectivo Ni Una Menos de Perú reportó por lo menos 14 asesinatos de mujeres desde que empezó el año. México (con 104 femicidios) y Brasil (con 69) tienen las cifras más altas. Les siguen Argentina, con 20 femicidios –contabilizando las muertes de mujeres transgénero (cuatro)–; Honduras, con 16; Colombia, con 11; República Dominicana, con diez; y Venezuela, con ocho. Hubo menos casos en Costa Rica y Paraguay (ambos con seis), Chile (cinco), Bolivia y Ecuador (cuatro), Uruguay (tres) y Nicaragua (dos).

En algunos países la realidad es muchísimo peor que en América Latina. A las mujeres no les permiten mostrar su rostro, no les permiten estudiar, las hacen casarse con 12 años o cuando ya podemos ser fértilmente útiles.

¿Y de quién es la culpa de todo esto? De las mujeres que salimos de pollera, de aquellas que vamos a bailar con top o nos ponemos short, de las que no usamos sostén, de las que usamos prendas llamativas. De las que usamos el pelo recogido y suelto, de las que tenemos cabello largo o corto, rubias, morochas, pelirrojas. Maquilladas o no. Pantalón suelto o calzas. Que se marquen las curvas o no se note nada. Las que tenemos cuerpos esbeltos según este sistema, o las que no. Las que tenemos dedos, las que tenemos dientes, las que tenemos piel.

Es absurdo lo anterior, ¿verdad? Absurdo es creer, en cualquiera de los casos, que la culpa es de la víctima. Estamos dando el paso a paso hacia liberarnos del patriarcado, hacia el poder de querer decidir sobre nuestras acciones, sentimientos, deseos. Sobre nuestro cuerpo.

Pero también tenemos que resaltar lo bueno: hay miles de hombres –y cada vez son más– sumándose al proceso de deconstrucción, creyendo en nosotras, ayudándonos a crecer. Es excelente ver que no estamos solas, que si bien es una lucha de nosotras, debemos tener el apoyo de la sociedad toda. Y hacerles saber que por mínimo que sea el acto antipatriarcal, ya están mejorando el mundo.

A pesar de todo lo que han vivido nuestras antecesoras, y de lo que estamos viviendo día a día, es reconfortante ver cómo seguimos creciendo juntas, como cada vez más mujeres abrimos los ojos. Y estamos ahí, en cada pedacito del mundo, apoyándonos y cambiando esta realidad.

Porque dicen por ahí que la revolución será feminista o no será.

Ángela Colman es estudiante de la Licenciatura en Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.