Como investigadora científica celebro el artículo publicado sobre los diez años del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), en el que se describe la celebración realizada el 1º de abril.1 En esa celebración se mostró la trayectoria del sistema durante estos diez años. Sin embargo, quiero resaltar el profundo malestar que generó en mí y en otras investigadoras mujeres esta celebración. Durante este acto de reconocimiento al SNI tuvo lugar una mesa de intercambio integrada por investigadores, en la que se debatió sobre los desafíos futuros. Uno de los temas que plantearon los periodistas fue la inequidad de género que se observa en la categorización de los investigadores. Quizás el público no sepa que dentro del SNI hay cuatro categorías: candidato a investigador, investigador nivel I, nivel II y nivel III. Los investigadores somos categorizados en estos niveles de acuerdo con la producción científica, de recursos humanos y la construcción institucional. La evaluación está a cargo de comisiones de investigadores de las diferentes áreas. De acuerdo con esta categorización, se recibe un incentivo económico.
Los datos muestran una gran inequidad de género en esta categorización. En el nivel más alto (nivel III) solamente hay unas pocas investigadoras mujeres (11 mujeres de un total de 77 investigadores categorizados en este nivel), mientras que en los niveles más incipientes, el número de mujeres supera al de varones. Esta distribución tan desigual no se entiende en una lógica en la cual mujeres y varones tenemos las mismas capacidades y las mismas oportunidades en el campo científico.
Cuando se planteó este desafío en el panel de discusión organizado en el evento, las respuestas de los investigadores participantes fueron muy poco prometedoras. Si bien las investigadoras mujeres del panel expresaron su preocupación por el tema y la necesidad de generar políticas para revertir esta inequidad, los investigadores varones no se expresaron o lo hicieron sin proponer alternativas para resolver el problema. Es más, hicieron referencia a situaciones internas de sus hogares, en los que aparentemente no existe esa desigualdad.
En el panel también se plantearon algunos logros en este tema. Los logros son mínimos, a mi entender. Una de las acciones fue reconocer la maternidad. Aunque parezca mentira, la maternidad no estaba contemplada para las investigadoras mujeres cuando se creó el SNI. Conozco mujeres científicas a las que se sacó del sistema por no tener producción científica durante el período de maternidad. Esto se revirtió gracias a la propuesta de un grupo de científicas, y actualmente se contempla un año sin producción para las mujeres en período maternal. Otro logro fue la incorporación de más mujeres en las comisiones de evaluación. Se planteó que cuando se incorporaron más mujeres en estas comisiones se logró que más mujeres subieran de categoría.
Yo me pregunto, entonces, ¿es que los varones valoran de forma diferente los méritos científicos de las mujeres? Se mostró como un gran logro que en la comisión honoraria que dirige al SNI se hubiese incorporado recientemente una mujer. La comisión está formada actualmente por cinco integrantes, de los cuales hay sólo una mujer y –qué casualidad– es la única que no está categorizada en el nivel III. Estos fueron los pocos logros en cuanto a políticas de equidad de género de estos diez años del SNI.
Como parte del colectivo de mujeres científicas, creo que este problema no debe ser desconocido y que es necesario realizar políticas claras y fuertes para revertirlo.
Dentro de ese 42% de mujeres en el SNI hay una gran inequidad de género oculta, que se refleja en la distribución desigual en las categorías. Como investigadores capaces de entender y buscar soluciones a los diferentes problemas, tenemos el deber de estudiar y buscar la forma de revertir esta gran inequidad. Al menos, reconocer que el problema existe sería un gran paso.
Claudia Etchebehere es doctora en Química e investigadora del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable.