Patrona de las artes, benefactora de literatos y pintores, presencia cercana para decenas de personalidades de la cultura europea a lo largo de varias décadas del siglo XX, la estadounidense Florence Gould (1895-1983), nacida en San Francisco como Florence La Caze, dejó atrás su carrera como cantante de ópera en 1923 para convertirse en la tercera (y última) esposa del multimillonario y filántropo Frank Jay Gould (1877-1956), hijo del legendario especulador financiero Jason Jay Gould, que se convirtió en uno de los principales promotores de la industria ferroviaria en Estados Unidos.

En París, su principal centro de operaciones sociales, Florence Gould cosechó la amistad (en variantes como ofrecer consejos, entregar cuantiosas sumas de dinero o seguir de cerca su carrera artística) de figuras tan variadas como Jean Cocteau, André Gide, Jean Marais, Roger Caillois, Françoise Sagan, Jules Supervielle, Marcel Aymé y Jean Giraudoux, entre muchos, muchísimos otros.

Una avejentada Florence Gould, rodeada por cuatro gatos, un fiel chofer y el sustento de las glorias de antaño, se constituye en la figura central de la novela El banquete de las barricadas, de la escritora francesa Pauline Dreyfus, una historia coral con mucho de vodevil, bastantes miserias y una asordinada grandeza.

Tiempo y lugar

El escenario es el señorial hotel Meurice, ubicado en el número 28 de la rue de Rivoli, en París; el tiempo, el 22 de mayo de 1968, momento álgido de lo que inmediatamente después se conocería como el Mayo Francés. El primer gran hallazgo de Dreyfus en esta novela de impetuosa agilidad es el de contener la problemática social en las calles de París, donde los policías enfrentan a garrotazo limpio a los estudiantes que erigen barricadas, para concentrar la acción dentro de los contornos del hotel Meurice. De esa forma, los disparos, los cánticos y las sirenas son apenas un murmullo lejano, a los que los personajes se enfrentan cada vez que abren una ventana, asumen la imposibilidad de pedir un taxi o comprueban que no hay aeropuerto disponible para partir una vez pagada la cuenta.

El otro hallazgo narrativo es el de construir un relato mediante una suma de voces, pues todos los que ocupan el hotel Meurice en el momento que cuenta la novela, desde un botones a un huésped millonario, tienen su momento para la presentación y para vivir su propio, personal, conflicto. Este sistema compositivo de la acción no es para nada nuevo, pues de historias corales está hecha la historia de la ficción, pero Dreyfus lo desarrolla de tal forma que la acumulación y el cambio permanente nunca alteran el hilo central del relato sino que, al contrario, lo adensan en una unidad que se lee de un tirón.

La gala

Pero volvamos a Florence Gould, protagonista junto al hotel Meurice y al Mayo Francés de El banquete de las barricadas. Entre los variados gestos filantrópicos que esta mujer emprendió a lo largo de su extensa vida se encontraron la creación y el apoyo a diversos premios literarios, como un sistema que le permitía nuclear a su alrededor a escritores consagrados que oficiaban de eventuales jurados, y a autores noveles que saltaban a la palestra con el importante impulso que significaba alguno de aquellos galardones en prestigio y en metálico. Tal es el caso del premio Roger Nimier, que Florence Gould estableció en homenaje al joven escritor que falleció en un accidente automovilístico en 1962, cuya novela El húsar azul le daría nombre al movimiento literario Los Húsares, una corriente que entre otros integraron Paul Morand, Jacques Laurent y Antoine Blondin, bastante olvidada hoy, que pregonaba entre sus líneas de acción la oposición al existencialismo y a la figura del intelectual comprometido, personalizada en aquel entonces por el omnipresente Jean-Paul Sartre.

En la noche del 22 de mayo de 1968 el evento central del hotel Meurice es la cena literaria en la que se hará entrega del premio Roger Nimier a un entonces joven escritor, Patrick Modiano, el mismo que 46 años más tarde levantaría un galardón un poco más importante (en la balanza con que se miden las preseas del rubro) de manos de la Academia Sueca. Alrededor de esa cena gira la novela de Pauline Dreyfus, y con ella giran los lectores que, página a página, van asistiendo a los diversos problemas que se generan minuto tras minuto y que involucran, entre otras cosas, a un notario moribundo, un director de hotel destronado del puesto por el personal, un barman veterano que parece estar de vuelta de todo, un joven novelista timorato y hasta el ocelote de Salvador Dalí, el otro huésped de honor del Meurice, que ronda por los pasillos con ganas de abodegarse a alguna mascota menor.

Documentada pero sin llegar a la desmesura del preciso dato histórico por párrafo (error habitual en aquellos autores que supeditan el rigor de los hechos a la floritura de la imaginación); cargada de personajes insoportables que se vuelven, en su propio patetismo, queribles; prodigiosa en la instantánea de una ciudad tomada por el caos, aunque la voz narradora nunca se digne a pisar la calle; demoledora de las instituciones culturales, entelequias que se asumen en voz de la verdad ante el hecho artístico y, por último, surtida de un humor a veces tenue y en ocasiones mordaz, El banquete de las barricadas es una deliciosa novela olvidable, que encuentra en su propia banalidad, en la forma de pintar un micromundo para destruirlo en la última página, una forma acabada de trascendencia.

El banquete de las barricadas. De Pauline Dreyfus. Traducción de Javier Albiñana. Barcelona, Anagrama, 2018. 197 páginas.