“Yo nunca fui integrante de Un Solo Uruguay, simplemente me llamaron para que tratara de explicarle al resto del país cuál era el problema por el que estaban ahí reunidos”, explica el ingeniero agrónomo Eduardo Blasina, que en enero de 2018, en Durazno, supo ser uno de los oradores del acto de los entonces llamados “autoconvocados”, con los que dice que todavía mantiene una relación “súper cordial”. Hoy es parte del “equipo productivo” que asesora a Ernesto Talvi, precandidato del Partido Colorado por el sector Ciudadanos. Blasina es director de una consultora de desarrollo de agronegocios que lleva su apellido, y también se encarga del Museo del Cannabis, el lugar que eligió para conversar con la diaria.

¿Por qué decidiste asesorar a Talvi?

Uruguay tiene una oportunidad muy grande, por el envión de las materias primas, pero estamos muy cerca de perderlo por algunos errores graves del gobierno. Por otro lado, me parece interesante que en el espectro político haya alguien con su preparación y su mirada, liberal pero racional a la vez, que defiende la agenda de derechos. Tiene dos ejes que son bastante claros: potenciar al máximo la producción agropecuaria del país y hacer una revolución educativa. En realidad, no es algo que yo me hubiera planteado. Me llamó y conversamos largamente sobre todos estos temas. Yo le dije que para mí la agenda de derechos era innegociable, y que si él no estaba de acuerdo con los derechos alcanzados valía saberlo de entrada, para no seguir. A partir de entonces empezó un diálogo que me sigue pareciendo muy interesante.

¿No ves todo eso en otros precandidatos de la oposición?

No. En el resto de la oposición no veo una postura clara sobre la agenda de derechos. [Julio María] Sanguinetti ha hablado muchas veces contra el cannabis, agitando viejos miedos que me parecen incorrectos. En el Partido Nacional tampoco hay una postura clara, o hay una postura decididamente contraria. Entonces, me parece que eso lo hace [a Talvi] distinto al resto de la oposición. Y a la vez, me parece que es por lejos el que tiene la mejor preparación para encauzar la economía.

¿Cuáles fueron los errores del gobierno?

Uno fue no cambiar el ADN de la educación y renunciar a hacer cambios profundos. Después, el error que cometen habitualmente las izquierdas, que es confundir déficit fiscal con generosidad, y llevar el déficit fiscal a límites que terminan generando un desastre. El último error fue romper todos los puentes de diálogo con el agro. Tuvo una sucesión de acciones muy poco felices: tratarlos de cuasifeudales, pedirles a los arroceros que produzcan más y usar a [Fernando] Vilar para hacer una cadena. Además, en términos de mejorar la calidad democrática, la alternancia en el poder siempre es buena. Quieren un cuarto [período de gobierno] por algo futbolero, de decir: “Ganamos tres y vamos a ganar cuatro, después cinco, seis, hagamos lo que hagamos, ganamos de pesados”. A mí eso no me convoca.

En aquel primer acto de Un solo Uruguay, en enero de 2018, hablaste de diez mochilas. ¿Siguen siendo las mismas?

Ahora el dólar por sí mismo está dejando de ser una mochila. Por entonces estaba congelado en 28, y se decía que si se iba a 36 era un caos, pero hoy la realidad lo está llevando a 36. Hay una mochila energética que sigue estando, aunque después de ese acto el gobierno no aumentó más el gasoil, así que para algo sirvió. Y hay un mochila de no jugarse a un Uruguay abierto al mundo que sigue estando, tal vez no sea la posición del canciller [Rodolfo Nin Novoa], pero sí del resto. También hablé de una mochila laboral, que fue la única que me criticaron, porque cómo iba a decir que lo laboral era una mochila, pero volvemos a tener conflictos en Conaprole. Sigue estando el esfuerzo por llevar la lucha de clases lo más lejos posible.

¿Cómo?

Conaprole tiene que congelar el precio de la leche durante años para poder seguir existiendo, y el sindicato, en vez de reconocer el esfuerzo que se hace, firma una cláusula de paz y te hace un paro igual. Entonces hay una mochila conceptual ahí, que es el concepto de lucha de clases, que es totalmente nefasto y perimido en un siglo XXI en el que la clave es funcionar bien como una red y no como dos trincheras. Que los salarios han subido más que los productos agropecuarios es evidente, y eso es una mochila para el que tiene que pagar los salarios. Yo ando con una mochila y no tengo problema, el asunto es que si querés pagar buenos salarios, la luz mucho más cara que los vecinos, tener un dólar bajo y no abrir mercados, llega un momento que es imbancable.

¿Cómo afecta la suba del dólar a quienes ganan en pesos?

Los perjudica. Pero justamente, hay que tener un dólar en equilibrio, no uno que lo tirás abajo todo lo que puedas hasta que reviente, que es la historia de Uruguay. Yo la viví en 1982, cuando la dictadura se jugaba a sobrevivir; entonces puso el dólar barato, la gente compraba electrodomésticos, y todo el que ganaba en pesos estaba recontento, hasta que reventó. Lo mismo en 2002, y ahora estamos saliendo, más ordenadamente.

¿Qué proponen desde el grupo productivo de Talvi?

Hay una cosa que es conceptual: que el agro sienta que en el gobierno tiene un aliado y no un indiferente o un enemigo. El precio de la energía debería ser equivalente al de Argentina y Brasil, porque son tus competidores directos, en arroz, leche y carne. El tipo de cambio debería tomar en cuenta lo que pasa en los países vecinos con los commodities, y dar la seguridad de que no lo vas a usar como una herramienta contra la inflación o para generar una sensación de bienestar no sustentable. Después, el país tiene un prestigio ganado de Uruguay Natural, pero acá no hay un encargado ni una cátedra de agricultura orgánica. No hay nada organizado ni planificado. ¿Cuántos vacunos certificados orgánicos hay en Uruguay? Nadie lo sabe.

¿Qué proponen hacer con los impuestos?

Se han puesto cada vez más impuestos que no tienen una contrapartida en el resultado de una empresa. Si ponés un impuesto a la renta y a la gente le va bien, recaudás más y nadie va a decir: “¡Oh, cuánto estamos pagando de impuestos!”. El gran concepto es que los impuestos se concentren en la renta, no en agregar una tasa de esto y una de lo otro, que si te va bien o mal te va a caer igual. Esa ha sido un poco la tendencia, lo que llaman impuestos ciegos. Lo conceptual es llevar al mínimo los impuestos ciegos y cobrar impuestos vinculados a una rentabilidad, poner al agro en igualdad de condiciones.

¿Proponen terminar con el monopolio de la energía eléctrica?

Me parecería fantástico. Hay que pasar de los modelos centralizados. Lo ideal es promover que funcionemos en red, captar la energía del sol y no pagarle nada a nadie. Esa sí sería una revolución. Traemos a la empresa Tesla, que ponga paneles solares y “chau, UTE, no te preciso más”. Ese es el modelo al que vamos a ir, más lento o más rápido.

Suena a utopía.

En realidad, estamos en una distopía de modelos centralizados que nos están llevando a un cambio climático catastrófico. Entonces, más vale que salgamos de esa distopía. Me gustaría que hubiera un pronunciamiento de que en 2050 no vamos a usar más petróleo, porque vamos a tener autos eléctricos y paneles solares en el techo. Pero si sos el Estado y vivís de recaudar 400 millones de dólares todos los años, que te llegan sin ningún esfuerzo, no vas a promover ese cambio porque te quedás sin financiación. Pero esa utopía es hacia donde va el mundo. El monopolio va a caer por razones tecnológicas.

¿Qué reflexión hacés sobre las cianobacterias?

Que todos tenemos que cambiar un montón de cosas muy rápidamente y no estamos preparados para hacerlo. Hay que cambiar el agro, la industria, el saneamiento y poner un medidor donde entran los ríos Uruguay y Negro y decirles a los vecinos: “Me están mandando esto, ¿cómo hacemos?”. Además, cada vez que vamos al baño ponemos nuestra gotita de alimento para las cianobacterias.

¿Pero qué podemos hacer los usuarios al respecto?

¿Vos te creés que en Israel tiran la mierda al agua? No, hacen fertilizante. En muchísimos pueblos y ciudades del interior no hay el menor tratamiento de las aguas servidas. Hay que cuantificar y ver cuál es la manera racional de que el fósforo no vaya al agua.

¿Cómo ves la implementación de la ley de la marihuana?

Me duele la oportunidad que no aprovechamos del todo. El gobierno es como la sociedad: hay quienes tienen unos prejuicios enormes y creen que es una droga y se imaginan algo demoníaco, y quienes dicen “científicamente, ¿cómo es esto?”. Hace unos días leía que Uganda está por exportar cannabis medicinal. Éramos los únicos que podíamos exportar, era para zambullirse y no nos zambullimos. Uruguay tiene una oportunidad económica con lo medicinal. La implementación tiene otros huecos, como la prohibición del turismo cannábico, que me parece una pacatería, porque con esa postura le decís al turista que vaya al mercado negro. Falta liberalismo y tratamiento científico. Y lo otro, que tal vez es lo principal, éticamente, es que si tenés un hijo con epilepsia refractaria estás casi en la misma situación que cuando era ilegal. Me parece llamativo que haya tanta rigurosidad, cuando acá hay homeopatías por todos lados y la homeopatía es una chantada al cubo; sin embargo, eso es “siga, siga”. Pero en esto siempre se le busca la quinta pata al gato, simplemente porque la planta se llama “cannabis”. Eso sin desconocer el medio vaso lleno: el gigantesco avance y que somos el primer país que legalizó. Doy todo el reconocimiento a la gente que trabajó por eso y lo logró, pero eludimos al arquero y no nos animamos a patear al arco.

¿Sos colorado?

No. No me interesa demasiado la política en términos de colores. Sí me interesa mucho como actividad en la que proponemos soluciones para los problemas que vemos. No soy colorado pero soy ciudadano. Es un juego de palabras, pero me gusta el nombre. Me siento un ciudadano que no tiene por qué estar de acuerdo con lo que hizo [Fructuoso] Rivera hace 200 años. Pero cuando viene gente extranjera y me pregunta por qué Uruguay es distinto a Argentina, por ejemplo, le termino hablando de [José] Batlle y Ordóñez, de José Pedro Varela o de [Alejandro] Atchugarry. O sea que no soy colorado, pero tampoco me pesa. Tengo un montón de amigos que me dijeron: “Pah, ¿y vos vas a ir con el Partido Colorado?”. Eso no es lo central, sino que si seguimos por este camino, de inercia, de gastar lo más que podemos y de ningunear al agro, esto termina mal.