Se acabó la demoscopia; es tiempo de analizar los votos. La lectura del resultado electoral en España tiene muchas aristas.
Estaba dicho, pero ahora es definitivo: se acabó el bipartidismo. Pasamos de dos a cinco partidos con dimensión estatal. Las dos grandes organizaciones políticas, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y el Partido Popular (PP), suman ahora 46% de los votos (53,7% del Congreso), mientras que en 2008 tenían 85,25% (92,3%).
Muere el bipartidismo, pero no acaba el clivaje ideológico derecha/izquierda. Sin contar los partidos regionales y nacionalistas, la suma de las tres derechas –PP, Ciudadanos y Vox (42,8%)– no supera lo que acumula el progresismo –PSOE y Unidas Podemos (42,99%)– ni en votos ni en escaños de diputados.
El PSOE vuelve a ser la primera fuerza política e insufla aire a una socialdemocracia muy golpeada en Europa. Casi duplica al segundo partido en escaños. Crece mucho, tanto en votos (6%) como en escaños de diputados. Sacó rédito a la censura y a los meses de gobierno; destacó su lado más progresista, y eso siempre es valorado por su potencial electorado. Quienes vaticinaron su pasokización desestimaron la fortaleza de la estructura territorial del PSOE en España, su capacidad de resucitar y el sistema de reparto. Lo normal es que Pedro Sánchez sea el próximo presidente.
Caída estrepitosa del PP, que compromete su futuro como partido alfa de la derecha. A poco más de 200.000 votos de Ciudadanos, con ningún escaño en Euskadi y sólo uno en Cataluña, su propia continuidad está comprometida. Obtiene la mitad del porcentaje de votos de 2016 –pasa de 33% al actual 16,6%– y pierde 3.600.000 votos. Una hemorragia que parece imparable si no se produce un gran viraje en su estrategia. Se equivocaron en pretender arrebatarle a la ultraderecha su discurso, y en elecciones es mejor no olvidar que “siempre se elige el original y no la copia”.
El discurso duro programático de derechas “sin complejos” fue representado por Vox, que le arrebató dos millones y medio de votos (10%) al PP e irrumpió en el parlamento con 24 escaños. Y son lo que son: los restos del franquismo sociológico que todavía perduran en la sociedad española. Aún es prematuro saber cuál será su futuro. Lo que es cierto es que la ultraderecha ya está presente en las instituciones, con gran fuerza, con voz y voto, aunque tampoco debemos sobrevalorarla.
Podemos aguanta. Esta vez puede ser que con “menos sea más”, porque es la fuerza clave para conformar gobierno.
Ciudadanos sale bien parado de esta cita electoral, como tercera fuerza en votos (15,85%) y escaños, muy cerca del segundo (PP). Se sitúa con éxito como una derecha-liberal más moderna, y claramente muy españolista. Con su crecimiento, cada día está más próximo a disputar la hegemonía de la derecha.
La plurinacionalidad es una realidad que no se puede obviar. Los partidos nacionalistas catalanes y vascos salen muy reforzados. Si contamos las fuerzas con arraigo autonomista que serán clave para conformar gobierno estaríamos ante la cuarta fuerza en el Congreso, con 48 diputados. En este terreno, hay dos claves de interpretación que marcarán el futuro. La primera es que Esquerra Republicana de Catalunya vence en la disputa por la hegemonía del independentismo a la derecha del ex presidente del gobierno catalán Carles Puigdemont. La segunda es que, paradójicamente, en el escenario de mayor fuerza histórica del independentismo en el Congreso, el PSOE podría gobernar con la izquierda sin el independentismo catalán.
Todo parece indicar que asoma algo de estabilidad a la política española. Será difícil, incluso para el poderoso establishment político-mediático español, evitar un gobierno a la portuguesa, con un PSOE que tendrá que contar con Unidas Podemos y alianzas puntuales con fuerzas autonomistas. Para los primeros, lo ideal sería un apoyo parlamentario estable; para los segundos, entrar en el gobierno. Se abre un ciclo largo de negociación en el que el PSOE cuenta con la mejor mano de cartas, pero en política, como en el póquer, eso no siempre es suficiente.
Alfredo Serrano Mancilla y Sergio Pascual, del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica