Pocos festivales de cine latinoamericanos cuentan con la cantidad y calidad de la programación, el prestigio, la movilización de público, prensa y medio cinematográfico como el BAFICI (Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente). Su 21ª edición, realizada del 3 al 14 de abril, estuvo muy recortada con respecto a años previos. La cantidad de películas se achicó, aunque sigue siendo enorme (315 títulos). Los invitados fueron menos estelares. La cantidad de salas estables bajó de 20 a 12. Lo que más se resintió fue el traslado de la sede del Village Recoleta al mucho más alejado Multiplex Belgrano, en el que las condiciones de proyección no son tan buenas. Sigue siendo un festival efervescente, pero quizá este año estuvo un poco enfriado (menos salas llenas, menos conversaciones de pasillo, menos aplausos), síntomas todos de la macrisis.

Premios

Uruguay quedó muy bien en las premiaciones. Los tiburones, de Lucía Garibaldi, agregó a sus triunfos el Premio Especial del Jurado en la Competencia Oficial Internacional, el premio de la Federación de Escuelas de Imagen y Sonido de Latinoamérica e incluso una mención por su afiche (del Colectivo Argentino de Afichistas de Cine). La fundición del tiempo, de Juan Álvarez Neme, ganó como mejor película de la Competencia Oficial Latinoamericana.

No vi La fundición del tiempo, pero sí las ganadoras de las otras dos competencias principales. Fin de siglo, ópera prima de Lucio Castro, ganó la Competencia Oficial Argentina. Es una delicada historia de amor gay, con el toque interesante de que los amantes se conocen durante unas vacaciones y se dan cuenta de que en verdad ya se habían conocido 20 años antes. Tenemos el flashback que muestra ese encuentro anterior, y también un flash-sideway hacia una línea de tiempo alternativa. Hay una clara influencia de la serie Antes de..., de Richard Linklater, pero empobrecida debido a que los personajes, supuestamente intelectuales que viven respectivamente en Nueva York y Berlín, no parecen tener nada de que hablar que no refiera a sus situaciones amoroso-sexuales o a sus conceptos cándidos sobre las relaciones amorosas.

The Unicorn (de Isabelle Dupuis y Tim Geraghty, Estados Unidos) ganó la Competencia Oficial Internacional. Es un documental sobre Peter Grudzien, quien tiene la reputación de haber sido el primer músico country abiertamente gay. La película no entra mucho en su trayectoria ni en su sexualidad. Es más bien el retrato, bastante deprimente, de un veterano de baja renta, artista olvidado, que vive en una casa atiborrada de objetos empolvados, y que tiene notorios rasgos paranoicos. Vive con su padre centenario y su hermana esquizofrénica. Con una cámara de baja definición y muy modesto presupuesto, los realizadores lograron retratar la intimidad de esas vidas desgraciadas.

Japón

Ese muestreo de dos películas ganadoras no deja una imagen estimulante de las respectivas competencias. Como se verá en los siguientes comentarios (referidos a lo que pude ver en sólo cinco días de festival), el BAFICI sigue siendo, pese a los recortes, un festival inmenso y una oportunidad para ver cine interesante en forma concentrada. La única otra película de competencia que vi, sin embargo, tiene grandes méritos. We Are Little Zombies (Japón), ópera prima de Nagahisa Makoto, es una realización de raro virtuosismo. Empieza como una comedia quirky de humor negro, que involucra niños huérfanos, familias disfuncionales y enajenación en la escuela, y sigue como una sucesión de eventos cada vez más delirantes: los gurises se convierten en estrellas de la música pop, son explotados económicamente, disuelven el grupo, se mueren en un accidente con un camión de basura, reviven. El humor quirky suele asociarse a un estilo minimalista, pero esta película es más bien maximalista en su abundancia frenética y juguetona de recursos y referencias, montaje veloz, ángulos de cámara estrafalarios. Hay muchas alusiones a los videojuegos, tan presentes en las vidas de los personajes. La música, del propio director, es increíble y tan ecléctica como lo visual: chiptune, free jazz, deliciosas canciones pop, punk rock, rap y un ingenioso uso (entre satírico y serio) de “Un bel dì vedremo”, de la ópera Madama Butterfly, emblema ecuménico del sufrimiento lacrimógeno de un personaje japonés.

El cine japonés anda volando. El animé Mirai (Mirai no mirai, de Hosoda Mamoru), presentado en el ciclo infantil Baficito, es un encanto. La historia doméstica de un niño de cuatro años que siente celos de su hermanita bebé está intervenida por elementos de fantasía. Sin explicación, al niño se le aparecen una versión humanizada del perro de la casa, su hermana oriunda del futuro (ya adolescente), su mamá cuando tenía la edad que él tiene ahora, su bisabuelo cuando joven. Esas presencias infunden en el niño la perspectiva que lo ayuda a desarrollar su sentido de pertenencia familiar y social, asumirse como hermano mayor, hijo, futuro hombre. Más allá de esa lección confuciana, los dibujos son hermosos y tiernos, y la película abunda en detalles que trasuntan una cariñosa observación del cotidiano, plasmada en forma poética.

Trayectorias

La sección no competitiva llamada Trayectorias nos pone al día con las realizaciones recientes de autores consagrados.

The House that Jack Built (Dinamarca/Suecia/Francia/Alemania) es quizá la película más enferma de Lars von Trier, y también la más bienhumorada. El personaje es un asesino serial desalmado que actúa sin otro motivo que disfrutar de la propia inventiva lúdica en las formas de infligir sufrimiento y disponer esculturalmente los cuerpos. Trier sigue la carrera del asesino desde sus primeros crímenes, cometidos con cómica torpeza, hasta los últimos, perpetrados con más cancha, aunque sin llegar nunca al glamour hollywoodense de un Hannibal Lecter. Uno se ríe, pero es tremendamente revulsivo. Como siempre, Trier entrevera la anécdota con reflexiones cultas sobre el arte, la historia y la moral. El episodio final transcurre, literalmente, en el Infierno.

La nueva de Abdellatif Kechiche está introducida con un par de epígrafes, uno de la Biblia y el otro del Corán, vinculados a distintas acepciones de la “luz”. Mektoub my Love: canto uno (Francia/Italia) lidia con jóvenes francotunesinos en el ambiente playero de Sète (costa mediterránea francesa) en el verano de 1994. Dura tres horas y no pasa nada en particular: cargues, amoríos, decepciones, chismes, baños de mar, fiestas. Las líneas anecdóticas no se cierran, lo que da una sensación de devenir naturalista de la vida. La naturalidad de los diálogos en tiempo real y el rendimiento del reparto nos familiarizan con los distintos personajes, y así podemos dispensar los grandes hechos dramáticos y simplemente acompañar, dando valor, esos eventos dramáticamente nimios. La película explota en sensualidad, aunque Amin, el protagonista, parece ser sexualmente apático (no llegamos a entender bien cuál es la suya) y funciona como una especie de personaje-testigo.

En Loro (Italia/Francia) Paolo Sorrentino hace un retrato del magnate y líder político Silvio Berlusconi, actuado, con la espectacularidad de siempre, por su actor fetiche Toni Servillo. La película es bien distinta de la hermética y grave El divo (2008), en que Sorrentino y Servillo retrataban a Giulio Andreotti. Aquí el tono se acerca más al de La gran belleza (2013), en su orgía de lujo, mujeres, ambición, poder, drogas, con la atención puesta en los costados surrealistas fellinianos de tales excesos. En su hedonismo amoral de vencedor, Berlusconi se muestra impasible frente a cualquier interpelación, apenas ensombrecido por cierta melancolía frente a la edad que avanza y la añoranza de excitaciones pasadas. A su alrededor está también la jauría de políticos, hombres de negocios y trepadores varios, sobre todo uno que pretende hacer su carrera mediante un servicio de bellísimas prostitutas que “regala” a personajes influyentes. Como todo Sorrentino, la película casi que empalaga de tanta abundancia y de tanto estilo, pero de eso también se trata.

El protagonista de Maya (de Mia Hansen-Løve, Francia) es un periodista que decide tomarse vacaciones en India, donde vive un romance con una jovencita local. Como suele pasar en las películas de Hansen-Løve, no hay una línea central: el viaje de Gabriel involucra política internacional, el primermundista en el Tercer Mundo, la especulación turístico-inmobiliaria en Goa en conflicto con la tradición, el retrato de una personalidad curiosa, romance, recuperación de raíces. La película está armada con microescenas, fragmentitos inconclusos (y las correspondientes elipsis) que nos dan una idea pixelada de la historia, y funcionan muy bien para transmitir el paso de los meses y comunicar en forma simple y sensible una anécdota compleja y amplia.

En All is True (Reino Unido) Kenneth Branagh (también director), luego de haber interpretado en pantalla tantos personajes shakesperianos, incorpora el mismísimo William Shakespeare en sus últimos años de retiro en Stratford-Upon-Avon. Hay un empeño de perspectiva de género en esa biopic, que asume la hipótesis de que el dramaturgo era bisexual, y reitera ese cliché del cine arte de los últimos años, que es la mujer como verdadera autora de obras atribuidas a un varón (no las de William Shakespeare, sino unos poemas ficticios de su hijo Hamnet). La historia en sí es poco relevante. Son una exquisitez la reconstitución de época, la actuación de Branagh y de otras luminarias británicas como Judi Dench e Ian McKellen, y los diálogos urdidos por el dramaturgo Ben Elton: no es nada fácil salir bien parado en la tarea de poner palabras en boca del bardo de Avon.

Algunos documentales

Screwball (de Billy Corben, Estados Unidos) aborda el escándalo Biogenesis (2013), en el que se destapó la dimensión que tenía el uso de sustancias no autorizadas (esteroides, testosterona) entre las principales estrellas del béisbol, y la manera en que el desempeño en ese deporte se hizo dependiente de tales drogas. La historia está contada en las voces de algunos de los principales implicados, pero sobre esa narración vemos dramatizaciones reconstituidas de los hechos, actuadas siempre por niños. Ese aspecto risueño permea toda la película, parco consuelo para un panorama deplorable de los mundos del deporte, de la salud y de la educación. La película es increíblemente ágil y divertida, un prodigio de montaje, construcción conceptual y manejo de la música.

Jamás llegarán a viejos (They Shall Not Grow Old, de Peter Jackson, Reino Unido) pasó fugazmente y con muy poca promoción por las carteleras uruguayas, hace un mes. Es un relato de la Primera Guerra Mundial, basado en registros orales de soldados y de oficiales de bajo rango, que escuchamos integrados a un montaje hábil de abundantes fuentes documentales restauradas digitalmente (y, en muchos casos, coloreadas). Esos relatos, además, contribuyen a hacer presentes pequeños detalles que la gran Historia suele perder, vinculados a la “subjetividad colectiva” y a lo cotidiano en las trincheras. Estamos pasando por un momento de moralización dramatizante que suele traducirse en la necesidad de expresiones unívocamente emotivas frente a ciertos hechos terribles, y es una belleza escuchar esas historias de horror contadas con la consabida flema británica de antaño.

Aquarela (de Víktor Kosakovsky, Reino Unido/Alemania/Dinamarca/Estados Unidos) es un ensayo poético sobre aspectos del agua: un equipo de rescate de autos que se hunden en un lago helado, avalanchas en el Ártico, olas, inundaciones, huracanes, una cascada en una selva tropical. Entre las muchas imágenes imponentes, hay varias en las que perdemos la noción de escala (¿es un pequeño bloque de nieve o una montaña?, ¿es una ola común o un tsunami?). La cámara se pasea por debajo de un iceberg, hace un lento travelling sobre una ciudad devastada, se desliza vertiginosa sobre un sendero helado. El montaje es fantástico y la experiencia es a un tiempo fascinante y aterradora.

The Great Buster: A Celebration (de Peter Bogdanovich, Estados Unidos) lidia con la vida y la obra de Buster Keaton. El tratamiento es el de un documental de tipo televisivo (esas fotos invariablemente adornadas con acercamientos o apartamientos, la subnarración didáctica en voz over, las entrevistas tipo cabezas parlantes con celebridades varias). Abunda en información valiosa y, lo más importante, incluye un excelente muestreo de la obra de Keaton, tanto de sus clásicos mudos como de piezas menos conocidas de la época del sonoro, sus participaciones en publicidad y televisión. Aparte de reírnos y asombrarnos con Keaton, podemos observar el notable timing cómico-estético de Bogdanovich para montar los fragmentos de películas para ilustrar tal o cual aspecto.