Las exposiciones Nostalgias africanas y Figari cuentista se desarrollan casi al mismo tiempo en dos museos de Montevideo, ambos del Ministerio de Educación y Cultura (MEC), y muestran a uno de nuestros más importantes artistas visuales en dos de sus muchas facetas: respectivamente, como pintor de los candombes rioplatenses del siglo XIX y como cuentista. La exposición sobre su obra literaria, montada en el primer piso del Museo Figari, fue curada por Juan Manuel Sánchez Puntigliano, poeta, monitor de sala del museo y estudiante de la licenciatura en Letras (a pocas materias de recibirse) de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. La otra, que se desarrolla en el Museo Nacional de Artes Visuales, es la exposición llevada al Museu de Arte de São Paulo Assis Chateaubriand (MASP) en diciembre de 2018 y reúne 56 cuadros de Figari, bajo la curadoría de Mariana Leme, del MASP y Pablo Thiago Rocca, director del Museo Figari. Ambas muestras conviven con la de Pablo Picasso en Uruguay, que se lleva la atención en estos días, y coinciden en el tiempo, aunque Thiago Rocca anunció que Figari cuentista seguirá durante todo junio, aunque estaba previsto que terminara el 1º de ese mes. Lamentablemente Nostalgias africanas finaliza este domingo, y es una oportunidad única para ver cuadros de colecciones públicas y privadas, no siempre disponibles al público.

La investigación en el museo

En 2016 Sánchez comenzó a trabajar en el archivo Figari que se conserva en la Biblioteca Blanco Acevedo de la Casa Lavalleja (Museo Histórico del MEC). La cantidad de material escrito sorprendió a Sánchez: “Nosotros no escribimos tanto”, me dice por teléfono, aclarando que hay un volumen importante de material jurídico, anotaciones filosóficas, textos que se asemejan a las reflexiones de un diario personal, entre otras cosas. El propio Sánchez lo indica en el texto que abre la muestra (y también en el tríptico): “Debido a su educación decimonónica y a su formación como abogado, Pedro Figari mantuvo una relación estrecha y constante con la escritura”, y no fue sino hasta 1927, tras la muerte de su hijo Juan Carlos, que comenzó a desarrollar lo que Sánchez denomina “géneros creativos” (poesía y narrativa, fundamentalmente).

En su Aventura intelectual de Figari (1951), Ángel Rama sostiene que, para este artista, la literatura en todos sus géneros está a la cabeza de las bellas artes, y un escalón por debajo de la ciencia, que es parte de la estética, al menos en su Arte, estética, ideal (1912), “por cuanto dispone del mejor medio de expresión, el lenguaje, y porque puede utilizar las formas evocativas y las cognoscitivas conjuntamente”. Sin embargo, como se sostiene desde siempre, el Figari cuentista fue poco explorado y destacado por los investigadores antes de los trabajos de Rama.

El lugar privilegiado que ocupó el crítico en la difusión y edición de Cuentos (1951), un libro que Figari había preparado en París en 1928 y no llegó a la imprenta, puede apreciarse en una cronología que ocupa una de las paredes de la muestra, y también en las vitrinas que exponen las sucesivas ediciones que hicieron Arca, Banda Oriental, Irrupciones y el Ministerio de Relaciones Exteriores. Uno de los objetivos de la investigación de Sánchez fue cotejar los materiales que están en el Museo Histórico con la selección de cuentos que Rama publicó y la lista de manuscritos que consignó en su prólogo, fruto de su trabajo con una parte del archivo que Figari legó a sus familiares. El resultado es interesante, porque muestra que hay textos que Rama leyó que no están en el Museo Histórico y, a su vez, hay allí textos inéditos que no fueron publicados por el crítico. Este dato es central para poder establecer una nueva lectura de Figari a partir de las limitaciones de la perspectiva de Rama. En el tríptico, Pablo Thiago Rocca afirma: “Ya no son las típicas evocaciones camperas ni las reflexiones sociológicas apenas disfrazadas por la anécdota, es decir, el recorte costumbrista que nos ofreció Rama”. Este es uno de los mayores hallazgos de Sánchez: la existencia de cuentos oníricos (de corte surrealista, según Sánchez), que se destacan por su humor y por su cercanía con las vanguardias, que Figari tanteó con la desconfianza de un señor que ya recorría sus 60.

El aporte original de Sánchez está en una lectura cuidadosa del archivo, que le permitió encontrar estos cuentos, y en su propuesta de poner en diálogo textos inéditos de Figari con zonas de su pintura poco conocidas. Esto se expresa en la idea de que pluma y pincel no solamente dialogan, sino que, en Figari, se complementan, idea que aparece en el texto de entrada y en el guion curatorial con la disposición de algunos fragmentos de textos inéditos al lado de cuadros y dibujos, lo que consigue sugerir esas relaciones de forma convincente. Los tres ejemplos más claros son “El circo: ¡Hap!” y el cuadro “Circo” (sin fecha), “Las macanas de Benítez” y “La plaza de toros” (1922) y, como no podía ser de otra manera, el cuento del tío Facinito y un “Candombe” (sin fecha), que es el que abre la muestra. En definitiva, el trabajo de Sánchez no tiene nada que envidiarle a un paper o un capítulo de un libro académico, e incluso es seguro que su impacto en el campo del arte y la literatura sea mucho mayor. Como broche de oro, Pablo Thiago Rocca afirmó que está en etapa de corrección y que en unas semanas se publicará El chillido y otros relatos, con los textos inéditos y un estudio introductorio de Sánchez. Más no se puede pedir.

Reconstrucción criolla

O sí, porque a 20 minutos de ómnibus desde la Ciudad Vieja hasta el Parque Rodó se desarrolla la muestra Nostalgias africanas, con las pinturas más características de Figari. Colocar la muestra en el marco de la exitosa Picasso en Uruguay es, creo, una excelente idea que permite que el público atraído por el pintor español pueda entrar al museo y toparse con un montaje de excelente calidad, e irse con una idea bastante clara de la pintura de Figari y su importancia en la configuración de un universo simbólico y social respecto de la población afrodescendiente en Uruguay. Porque la pintura de Figari y sus “negros” dista mucho de ser costumbrista: de hecho, su pintura es bien considerada y aplaudida por algunos vanguardistas rioplatenses, precisamente por sus diferencias nítidas con la pintura académica y la mimesis clásica.

Foto del artículo 'A pluma y pincel: sobre dos muestras simultáneas de Pedro Figari'

Como señala Thiago Rocca en el excelente catálogo publicado por el MASP, el Museo Figari y el MNAV, la pintura de “los negros” de Figari tuvo resistencias oficiales y escasa repercusión en vida del autor, y su asociación con el candombe y la comunidad se produjo luego de su muerte, acaecida en 1938. Hay una anécdota que cuenta Eduardo de Salterain, amigo del pintor, y que Rocca transcribe en el catálogo. Al parecer, una niña le dijo, al ver sus cuadros: “Por Dios, don Pedro; no mande usted tantos cuadros de negros, que van a creer en París que todos lo somos aquí”, y Figari respondió: “Mire, mi hijita: lo malo no es que nos crean aquí negros a todos, sino que cualquier día nos echan en cara el no haberlos visto”. Si bien hay en la “ternura” de Figari hacia los negros un paternalismo de hombre blanco, hay que reconocer que, aun desde esa perspectiva, su pintura contribuyó a visibilizar a una comunidad negra que el Uruguay del Centenario se empeñó en negar y denigrar. Trato de evitar el término “afrodescendiente”, porque como sostiene el filósofo Yamandú Acosta en el catálogo, Figari no representaba “afrodescendientes” sino “negros”, y coincido con él en que en este caso el término impediría comprender cabalmente su trabajo pionero y los usos de ese término en el siglo XIX en el que se formó el pintor y que siguieron vigentes durante todo el siglo XX, con cargas peyorativas, paternalistas, y también de afirmación y orgullo.

Al recorrer los paneles de la muestra pueden apreciarse las formas orgánicas y el manejo de los colores de Figari en sus cuadros. En especial su representación de los candombes, que ocupan una buena parte de la muestra, y que remiten a una memoria familiar y colectiva de los candombes históricos, que devienen de la colonia y que están muy lejos de la percepción de esa expresión espectacular que es el candombe contemporáneo. La mirada de Figari coincide con los testimonios que los hombres y mujeres más viejos de la comunidad transmitieron a intelectuales afrodescendientes como Marcelino Bottaro y Lino Suárez Peña, contemporáneos del pintor, además de los textos de viajeros europeos. Las salas de nación coloniales, que continuaron no más allá de 1900, se hacían a puertas cerradas, y había una versión pública para la sociedad blanca.

La mayoría de los candombes que representa Figari son en espacios cerrados, aparecen allí el rey y la reina de nación, el altar para los “santos” (motivo que se repite en varios cuadros) y los ejecutantes de tambor, sentados y tocando con las manos (sin palo, como se desarrollará el candombe de comparsa más adelante). Los rituales secretos que pinta Figari, que él mismo pudo haber visto, que pudieron haberle contado las personas negras con las que tuvo contacto en su entorno familiar o en el casco histórico de la ciudad, ponían en escena la presencia viva de África en la memoria montevideana. Hay un excelente estudio de Olga Picún sobre el candombe y su relación con Figari, en el catálogo, que profundiza en estos aspectos. La muestra también ilustra otros pasajes de la historia rioplatense, como la relación de los esclavizados con Rosas, en Buenos Aires, o aspectos rituales como los funerales o escenas de la vida cotidiana en la colonia. La pintura de Figari representa una mirada criolla original y progresista que tiene poco que ver con el exotismo o el primitivismo vanguardista europeo, y que contribuyó tardíamente a una apertura de la cultura hegemónica. En 1956 se oficializa el candombe en el carnaval montevideano, en el que participaban las comparsas desde comienzos del siglo XX. Ese camino en la cultura hegemónica blanca fue abierto por Figari a pincel y pluma, y tendrá que ser analizado en relación con las luchas de la propia comunidad para comprender sus efectos.

Las dos muestras son una demostración cabal del buen momento que están pasando los museos del Estado, a pesar de todas las dificultades y limitaciones presupuestales. También son una prueba de que pueden convertirse en usinas de investigaciones de calidad, realizadas por sus propios funcionarios, sobrecalificados y mal pagos en muchos casos. La investigación de Sánchez, habilitada y alentada por Thiago Rocca, es un ejemplo claro, que no tiene nada que envidiarle a la investigación científica realizada en entornos universitarios. Todo lo que le pedimos al trabajo científico para que avance, si tal metáfora fuera legítima, se cumple en la muestra: se discuten las investigaciones precedentes, se señalan sus limitaciones y se aportan nuevos elementos. Están pasando cosas en los museos; sería una lástima que se las perdieran.

Exposición Figari cuentista, del 26 de marzo al 1º de junio, Museo Figari. Curaduría: Juan Manuel Sánchez Puntigliano. Exposición Nostalgias africanas, del 21 de marzo al 26 de mayo, Museo Nacional de Artes Visuales. Curaduría: Mariana Leme y Pablo Thiago Rocca.